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Nosara, el paraíso costarricense del surf y la ‘pura vida'

Nosara, el paraíso costarricense del surf y la ‘pura vida'

ROBERTO ARNANZ

A Nosara, en el corazón de la costarricense provincia de Guanacaste, se llega por una larga y polvorienta carretera de tierra llena de baches. Kilómetros de selva virgen envuelven este rincón escondido del mundo, de largas e íntimas playas de agua sorprendentemente cálida, en el que la práctica del surf es casi religión.

A este lugar, donde las tarjetas de crédito son poco más que plástico coloreado e internet sinónimo de ciencia ficción, llegó Rick Walker hace 12 años. Cansado de la estresada vida de abogado que llevaba en Los Ángeles, decidió cambiar el asfalto por la naturaleza y crear la primera escuela de surf en Costa Rica.

Junto a su hijo Collin, hizo realidad el sueño de todo hombre: montar un chiringuito en la playa y ganarse con él la vida.

'¿Qué más se puede pedir?', se pregunta Rick mientras disfruta de un enorme batido de frutas en la terraza de la escuela de Surf Corky Carrol, un complejo de sólo seis bungalows por el que desde 1998 han pasado más de 2.000 visitantes. A todos los conoce por su nombre y les dedica una simpática foto Polaroid que cuelga, en riguroso orden, de la pared de su establecimiento.

'Así no se me olvida nadie', asegura este cincuentón californiano con una envidiable forma física, que propone a todo el que visita su cabaña siete días en un paraíso sin grandes lujos, pero en el que no falta de nada: la comida, las clases de surf y hasta la cerveza corren por cuenta de Rick. 'La idea es sentirse como en casa pero estando de vacaciones', asegura Walker, al que los costarricenses, los ticos, llaman 'don Ricardo'.

Una semana en la que la mayor preocupación es llegar a tiempo al aperitivo de las seis y media de la tarde que Rick sirve en su bar-cabaña.El día comienza pronto en Nosara, a eso de las siete de la mañana. Un sendero de apenas 100 metros separa el oasis de Rick de playa Guiones, un impresionante litoral de más de cuatro kilómetros de arena casi blanca y largas olas, que no ha tardado en conquistar a los longboarders y a los novatos del surf.

Una pequeña cabaña construida a mano sobre la arena sirve de base de operaciones. En cuanto huele el agua, Rick se pone firme: 'Quien me haga caso, será capaz de surfear antes de que termine la semana'. Lo primero, familiarizarse con la tabla y los movimientos básicos. De ahí, al agua. Revolcones, cansancio y agujetas hasta coger la primera ola. En la mayoría de los casos, a Rick Walker le basta un solo día para cumplir con su promesa y poner a surfear a sus huéspedes.

'Lo importante es no levantar el culo', bromea. A partir de las cuatro de la tarde, la jornada es libre y Nosara ofrece mucho más que surf. Caminando hacia el sur se descubre una de las pocas playas de arena rosa que quedan en el mundo: Playa Rosada.

Un paraíso para el buceo gracias a sus pequeñas piscinas formadas a partir de barreras de coral en las que se puede disfrutar de lo más colorido de la fauna acuática que habita el Pacífico. Aunque hay quienes prefieren relajar los músculos y prepararse para la siguiente jornada dándose un masaje o asistiendo a una clase de yoga.

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