Entrevista a Paco Ignacio Taibo II"La rusofobia es producto de los idiotas que piensan que Tchaikovsky es peligroso"
Madrid-Actualizado a
Paco Ignacio Taibo II (Gijón, 1949) ha aprovechado su visita a España para presentar en la Semana Negra su nuevo libro, Libertad. Trece historias para la historia, en el que boceta a personajes dignos de admiración o desprecio, pero singulares, disparatados e increíbles.
En México lo ha publicado Planeta, aunque todavía busca editorial en nuestro país, donde acaba de adquirir los derechos de cuatro libros que engrosarán el catálogo del Fondo de Cultura Económica, que dirige desde 2018.
Pronto volverán a los escaparates las novelas negras de su detective Belascoarán, al rebufo de la serie producida por Netflix, cuyo estreno está previsto para octubre. En realidad, no ha venido a hablar de su libro, sino de Putin, de Franco, del Che Guevara, de Tchaikovsky, de López Obrador y de todo lo que se le ponga por delante.
Hablemos de todo un poco. Luego ya le pregunto cuándo y con qué editorial publicará su nuevo libro en España y su papel en…
Empecemos mejor por ahí. Yo tengo un pacto muy extraño. Firmo en exclusiva para Planeta en toda Latinoamérica, pero no tengo ningún contrato con Planeta en España porque no me gusta. Aquí edito con quien me sale de las bolas, si aparece de repente por ahí. Los tres últimos libros los he publicado en Reino de Cordelia, en Acantilado y en la catalana Tigre de Paper. Antes, también lo había hecho en editoriales como Txalaparta.
¿Qué no tiene Planeta España que sí tiene Planeta México?
No es igual. Cuando publiqué en Planeta España, éramos un número pequeñito en una máquina. En ese momento, ya no estaba de moda América Latina ni el boom. Con suerte, tenías tres meses de vida en librerías y las campañas promocionales nunca existieron. Era un desastre.
Hablando del boom, la crítica lo ha comparado con Raymond Chandler, aunque añadiendo el ingrediente del realismo mágico. ¿Le fastidia que se recurra a ese tópico por ser americano?
Es un poco paleto, pero bueno… Luis Sepúlveda dijo algo así como: "Nosotros no trabajamos con el realismo mágico como concepto y técnica, sino con la materia de la realidad", que está dura por aquellos rumbos. Fue uno de sus más acertados comentarios. Cuando llegamos, el boom no estaba de moda. En ese momento, para mí generación las puertas estaban cerradas. "¿Latinoamericano? Nada. ¿Adónde vas? Hace veinte años que se acabó eso".
Entonces, entramos por la puerta falsa de la novela policíaca: Alemania, Italia, Francia y luego, de rebote, España. Fue una entrada extraña, porque no éramos parte ni herederos del boom. Las preocupaciones estéticas del boom, que me interesa muchísimo, no eran mi mundo, aunque le tengo un cariño enorme a los escritores. Yo estaba por una literatura falsamente realista y de acción. Quería cultivar los géneros que me interesaban por la veta popular y por la veta política. Por ello, mi generación saltó trancas. Fue muy extraño.
Pese a la línea directa cultural y lingüística con España, tuvo que mostrar su pasaporte con los sellos de países con una literatura negra consolidada, por no hablar de su cine: el polar, el giallo, el krimi…
Recuerdo conversaciones en los primeros años de la irrupción de mi generación (Luis Sepúlveda, Daniel Chavarria, Leonardo Padura, Rolo Díez…), como aquella con un editor español al que, de repente, le digo: "Difícilmente vamos a poder entendernos si no nos lees". Y me miró con cara de "y, además, ¿tengo que leeros?" [risas]. Era muy divertido, porque hubo un momento en mi vida en que me resultaba mucho más fácil publicar en Bulgaria que en España. En Estados Unidos me han traducido 35 o 40 libros. En cambio, aquí había una especie de "ustedes no están de moda, lo sentimos, la puerta está cerrada". Pero no pasa nada.
¿Se siente gijonés, asturiano, español?
Es una pregunta rara que me he hecho muchas veces en mi vida. Obviamente, soy muy mexicano. Ahí me formé como ciudadano, como escritor, como militante de izquierda, como país por el que me voy a jugar la vida y me la juego. Y, cuando miraba a España, nunca me sentía español. Sí asturiano y mexicano. Había una patria chica y una patria grande. Cuando pasaba las cordilleras que dan entradas a Asturias, veía los verdes que bajaban de las montañas de siete colores y, a lo lejos, el mar. Entonces decía: "¡Casa!". No me costaba trabajo ser mexicano nueve meses al año y tres, asturiano. Español, difícilmente: no sincronizaba, no sintonizaba…
Ningún lugar mejor para la Semana Negra, que dirigió hasta 2012, que Gijón.
Claro, porque me permitía jugar en territorios conocidos: América Latina y Asturias. Yo hacía puentes muy raros. Por ejemplo, a través de Etiqueta Negra, fui el gran puente entre la generación de novelistas policiales de la costa oeste norteamericana y España.
¿Se ha sentido finalmente reconocido? ¿Ha llegado a tiempo esa aprobación?
Mira, te sientes reconocido cuando estás en la calle, te atrapa un montón de gente y te dice: "¡Fírmame este, fírmame este!". Y me dan un libro de mi hermano… [el poeta y novelista Benito Taibo]. "¡Mamones, que yo no lo escribí! ¡Que es de mi hermano, que anda por allá!".
En el Fondo de Cultura Económica publican libros infantiles. ¿La introversión crea niños lectores? En su caso, le marcó una infancia de crío enfermo, como a tantos otros escritores, que reconocen que su pasión por la lectura viene de ese encierro o convalecencia tempranos.
Aprendí más en casa que en el cole. Yo sacaba un 10 en Geografía, en Historia y en Botánica porque me sabía las plantas venenosas aprendidas de las novelas de Emilio Salgari. El colegio era deseducación. El colegio era tres más dos, igual a cinco. Y yo dije: "No, no, tres más uno son cuatro, igual que Los tres mosqueteros. El de Aritmética se equivoca".
¿La introversión crea niños lectores o leer de niño hace que sean más introvertidos, porque su mundo está en los libros?
No lo sé. Yo lo tenía muy claro, porque nací en una familia de escritores y periodistas, que rendía culto permanente a la palabra escrita y con una sobremesa en la que, inevitablemente, de repente alguien decía: "¿Pero no has leído a Ray Bradbury?". Yo tenía once años, me iba a un rincón y ponía cara de "que nadie me pregunte a mí, porque todavía no lo he leído". Y esa noche empezaba a leer a Bradbury.
Ese es el entorno en el que crezco, donde la palabra escrita vale oro y donde tu padre [el escritor y periodista Paco Ignacio Taibo I] te daba consejos geniales: "No se te ocurra ser periodista y escritor. Hay que ser carpintero y escritor, porque si eres periodista ensucias la palabra de tal manera que cuando llegas en la noche a la novela, llegas cojo. Y entonces tú lo mirabas y decías: "¿Cómo sabe tanto de estas cosas?".
Porque yo fui periodista y escritor, como todos, y escribí las cosas más inusitadas en los años de la supervivencia. ¡Escribí horóscopos, tío! Escribí guiones de programas televisivos de divulgación científica para poder comer mientras pergeñaba mi primera novela, Días de combate, publicada en 1976.
Precisamente ahora, con la serie de Netflix Belascoarán, vuelve a la actualidad el detective con el que usted debutó en la literatura. La saga se reeditará en España al rebufo de la serie, cuyo estreno está previsto para octubre, pero ¿para cuándo la publicación de Libertad?
No lo sé. Tengo que preguntarme qué editorial me gusta. Por ejemplo, Reino de Cordelia, Pepitas de calabaza, Alrevés, Hoja de Lata, Capitán Swing… Publican los libros que quiero leer, porque el mainstream español es patético y la cosa más imitativa aburrida, reiterativa y falta de ingenio que yo he visto en años en la industria editorial. Está en caída libre.
Ya que la cita, volviendo al realismo mágico trabajado con la materia de la realidad, Hoja de Lata publicó Arraianos, de Xosé Luís Méndez Ferrín, que podría ser un realismo trágico.
En mi caso, es un realismo mágico a la mexicana, teñido de tono Kafka. Es decir, el absurdo penetra en las páginas a raudales, porque México es así. No es que yo me esté inventando un sentido del humor macabro, sino que es un país con un sentido del humor macabro. En mi México, cuando hay un gran accidente, a las 24 horas alguien empieza a decir en la red: "¿En qué se parecen los quemados a los ardidos?" [ardido significa ofendido, enojado o celoso].
Hacen chistes así, porque en el país y en el ambiente hay un sentido del humor negro y oscuro [risas]. Creo que forma parte de una lógica cultural mexicana, que como escritor la adaptas, porque es tuya. Es la lógica del exorcismo: si les haces la señal del vampiro, a lo mejor no vienen en la noche a chuparte la sangre.
Por supuesto, México, pero piense también en España: corruptelas, cloacas del Estado, comisarios villanos… ¿Es el momento ideal para escribir novela negra o siempre es el momento?
Siempre lo es. La novela negra practica la teoría del iceberg, un trozo de hielo del que sobresale un 10% a la superficie y el 90% está bajo el agua. La novela negra se dio el lujo durante los últimos treinta años de explorar la parte sumergida del iceberg. El periodismo no podía hacerlo porque estaba capturado por su inmediatez. No se cultivaba un periodismo de largo tranco: "Esta historia me va a tomar tres años escribirla". Porque investigativamente era necesario ir más a fondo, pero se antojaba imposible, por lo que el espacio lo ocupó la novela negra.
En ese sentido, hay una España que podría entenderse leyendo, por ejemplo, Crematorio, de Rafael Chirbes: el pelotazo, el boom del ladrillo, el dinero negro… En definitiva, la corrupción como gasolina de una sociedad.
Evidentemente. Cuando revisé la saga de Belascoarán para la serie de televisión de Netflix, vi que era la historia de una ciudad contada en treinta años. La novela tiene esa virtud. Pero se dan fenómenos muy curiosos. Por ejemplo, cuando firmo o participo en una feria del libro, la mitad del público son adultos mayores de cuarenta años, de izquierdas y lectores; y la otra mitad son adolescentes pequeños y peludos. De alguna manera mágica, me sigue leyendo una generación que no es la mía.
¿Ha visto la serie?
No. Y tengo un pacto de silencio: si la veo, no voy a decir que la vi. Cuando pasas al cine, y me ha sucedido varias veces en mi vida, tienes que ser muy respetuoso: no es mi novela, es su película, por lo que no juegues a comparar.
Usted ha escrito largo y tendido sobre el Che porque creía que su figura se había desdibujado, hasta el punto de convertirse en un icono pop. ¿Sigue vigente su ideario? ¿Tiene sentido enarbolar su figura en 2022?
Sí. Y te cuento una historia que diría lo contrario, porque no hay nada que me guste más que llevarme la contraria. Llego a una escuela en La Habana que originalmente había construido el Che en trabajo voluntario, se reúnen los niños —pioneritos todos— y gritan: "¡Seremos como el Che! ¡Seremos como el Che!". Y yo, que no resisto una provocación como esa, les pregunto:
- A ver, ¿cómo seremos como el Che? ¿Seremos todos asmáticos?
- ¡Paco, no!
- Ah, entonces no seremos como el Che. ¿Seremos todos argentinos?
- ¡No! ¡Somos cubanos, somos cubanos, somos cubanos!
- ¡Ah! Entonces, ¿cómo seremos como el Che?
En ese momento, los maestros empezaron a amarme o a odiarme. Quería decirle a los niños que hay que tener cuidado, porque cuando el Che se convierte en un eslogan deja de ser lo que fue: un tipo que se jugó la vida por lo que creía, tremendamente coherente entre la palabra y el hecho, extraño a ratos, aventurero, muy hereje ideológicamente, directo y tremendamente descuidado en las formas de la apariencia.
Es el Che que viajó al discurso de Naciones Unidas sin calcetines porque no le tocaban por libreta. Sus dos guardaespaldas tuvieron que quitárselos al piloto del avión, agarrarlo y decirle: "¡Che, ponte los calcetines!". Fue todas esas cosas, no solo una, no el símbolo del guerrillero heroico en el que lo había convertido la propaganda de izquierda. Y, sin embargo, lo fue todo sin dejar de ser el tipo que se jugó el pellejo varias veces en su vida por una idea que fue construyendo.
Me preocupaban muchas cosas cuando escribí los libros sobre él, porque no existe la llamada ideología del Che, sino que son las ideologías del Che, siete veces a lo largo de treinta años. Piensa esto, pero luego aprende algo nuevo, y más tarde piensa así… ¿Cuál de todos es el Che? Porque, además, unos y otros son contradictorios. En el fondo, traté de hacer cuentas con mis fantasmas y con mi ídolo generacional. Intenté sentarme frente a él dignamente y soltarle a la cara: "No eres como dicen y, si lo fueras, también eres lo que no dicen". Cuando escribes un libro, ¿qué quieres? ¡Todo! Mi vocación es totalizadora. Hice dos mil entrevistas y tardé tres años en terminar la biografía Ernesto Guevara, también conocido como el Che.
La propaganda de derechas presenta a un Che sanguinario. ¿Cuánto hay de verdad?
Tomé todas las acusaciones de la propaganda de derecha y de ultraderecha y las verifiqué, de tal manera que no me quedaron dudas. Por ejemplo, el Che no mandó fusilar a nadie en La Cabaña. Fue auditor de los juicios de guerra, es decir, revisó que hubieran tenido juez instructor y defensa. Sí ordenó fusilar a siete personas en Santa Clara, pero eran pistoleros del batistiato que tenían en su cuenta 40 o 50 asesinatos por tortura. Y no se tocó el corazón… El Che era duro, duro, duro, aunque yo no me atrevería a decir que fue sanguinario.
En su último libro, Libertad, escribe sobre Vasili Blücher, un general soviético que cambió diez veces de nombre, vivió las revoluciones del siglo XX y fue víctima de la Gran Purga de Stalin. No es el mejor momento para reivindicar a figuras rusas.
¡Que les den por las orejas, tío! ¡Era lo único que faltaba!
¿Hay rusofobia?
Claro que hay rusofobia, producto de idiotas que piensan que Tchaikovsky es peligroso. ¿Porque le da dinero a Putin? ¡Si los derechos de autor de Tchaikovsky no existen! Cuando una universidad suspende un concierto de Tchaikovsky, me subo por las paredes mientras me digo: "Hay más imbéciles de los que yo pensaba".
Me vi envuelto en una polémica envenenada cuando las universidades que organizan ferias del libro dijeron que no iban a invitar a agencias literarias rusas: ¿hablamos de censura? Y si tengo que censurar, ¿qué hago con la novela El Don apacible, de Mijaíl Shólojov? ¿Y Chéjov es ucraniano o no? La censura cultural como material de combate político es veneno puro. Un veneno que es un bumerán. Putin debe de estar feliz cuando una orquesta de Edimburgo censura a Tchaikovsky. Porque Rusia tiene un régimen de mierda, igual de autoritario que el régimen ucraniano, por cierto. ¿Cuál es la gracia de que le pongan carne como esta los eternos censuradores?
Quería preguntárselo cuando hablaba del Che, pero se me fue el santo laico al cielo: ¿la utopía es hoy distopía?
No, para nada. Lo que pasa es que los desgastes ideológicos son de tal profundidad que quién carajo se atreve a decir: "Yo soy comunista, pero no firmo los crímenes de Stalin, ni la represión en Hungría, ni la destrucción del socialismo democrático en Checoslovaquia". Para mí, eso es un problema ideológico raro. Cuando me preguntan "¿tú qué eres?", la respuesta depende del día de la semana: ¿filolibertario, guevarista, socialista cristiano, budista de ultraizquierda, comunista libertario? Lo que soy es hijo de la Primera Internacional, cuando Marx y Bakunin marchaban juntos.
Y de López Obrador.
Desde luego. Soy del ala izquierda del Frente Popular.
Parece que no se distingue entre un gobernante y un país o, si lo prefiere, sus ciudadanos. Franco y España. O, en democracia, Aznar y España. Aunque la analogía actual sería Putin y Rusia.
Cuando me dicen "eres español como los de Franco", respondo: "No, tío, yo crecí en la España de Franco, pero sin ningún tipo de afinidad". Mi abuelo estuvo en la cárcel y fue condenado a muerte.
Respecto a las polémicas con España del presidente mexicano, López Obrador, ¿cree que son de cara a la galería o que hay que leerlas en clave interna?
No miraba a México cuando lo hizo, porque allí la batalla contra la España presente en realidad es contra las transnacionales eléctricas, que son el mal y el diablo. España ha exportado lo peor del capitalismo rapiñero de la mano de gente como Felipe González. Hay que verlo para creerlo.
No es nuestro único embajador ilustre.
Peor para ellos. Que al rey Juan Carlos le quede la mancha para toda la vida. Y luego que su hijo se explique: "Yo no estuve en el reparto". Pues bien. Son políticos de bolsillo [Paco Ignacio Taibo señala su bolsillo, en referencia al dinero].
El Fondo de Cultura Económica recibió el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en 1989. ¿Qué reconocimiento espera usted como novelista?
A estas alturas de mi vida, el reconocimiento es la calle. Yo camino por las calles de América Latina, en contacto con la gente que me lee, y me cuentan mis libros. Y algunos los cuentan de una forma muy rara. Eso me desconcierta, porque no fue así como lo escribí [risas]. O quizás sí fue así, porque cuando un libro pasa del escritor del lector, se vuelve el libro del lector. Y el lector decide.
El Fondo de Cultura Económica es la aventura más divertida en términos de gran poder que he tenido en mi vida. Dirijo una organización de un millar de personas que tiene una inmensa imprenta, 116 librerías en México, siete sucursales en España y América Latina, una red de distribución masiva, autobuses que se vuelven librerías que recorren el país…
Además, vamos a llegar al millar de salas de lectura de voluntarios a lo largo de todo México, en comunidades que ni te imaginas; cuando cierre el año, vamos a tener 10.000 salas de lectura; este año regalaremos cuatro millones de libros a la población en operaciones de fomento de la lectura; hemos participado en 200 ferias y editado un libro y medio todos los días.
Un director, en todo caso, singular.
Sí, bueno, visto una camiseta con el lema "Yo soy ateo por la gracia de Rius" [historietista y escritor mexicano] y no he usado corbata desde 1967. Si les gusta, bien, y si no, que busquen otro. Cuando enfrentamos la guerra mediática al estilo español, que en México es muy dura y frecuente, yo respondo todos los días. No me callo nada.
Cuando me dicen "vosotros sois populistas", pienso: "Tienen razón, somos populistas. Pero si nosotros somos populistas, ¿vosotros qué sois? ¿Antipopulares?". Somos populistas y somos populacheros. Decimos cosas como "primero los pobres", "un libro regalado nunca se perderá", "el valor no es un valor que cotiza en el mercado" y "a nuestras librerías acuden lectores, no clientes". Vale, somos populistas. No hay problema, joder. ¿O ahora hay que tenerle miedo a la palabra populista porque nos la rebautizaron los teóricos de la desinformación? Repito: sí, somos populistas. ¿Y ustedes quiénes son? ¿Antipopulares?
Para que quede claro, ¿quiénes son "nosotros" y quiénes "ellos"?
La estructura mediática, que está dominada por el sector más conservador de México, nos acusa de populistas, tomando el modelo con el que se descalificó en su día a Venezuela o a Cristina Fernández de Kirchner. O sea, "nosotros" somos el Gobierno y "ellos", la derecha mediática. Y nosotros, que quede claro, somos populistas. Y a mucha honra.
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