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"Palestinos e israelíes quieren tocarse, pero es imposible"

Anaïs Barbeau-Lavalette refleja el día a día de los palestinos de Cisjordania en 'Inch'Allah', que muestra la lógica de los atentados suicidas ajenos a cuestiones religiosas

BEGOÑA PIÑA

La directora y guionista canadiense Anaïs Barbeau-Lavalette rodó la película documental Si j'avais un chapeau en un campo de refugiados con niños palestinos. Allí sintió el impacto de lo que ella califica como una revelación, 'vi todas las ambigüedades de la situación: un lugar lleno de personas maravillosas y actos diarios de resistencia que carece de libertad, tanto internamente -la libertad de las mujeres-, como exteriormente -la ocupación-'.

Después de aquello quiso volver a Palestina, estudió Política y Árabe, y comenzó el guion de esta película. Inch'Allah es una mirada hacia el conflicto palestino-israelí narrado desde los ojos del extranjero, de un individuo que en algún momento, sin embargo, se siente comprometido con esa ocupación.

En esta ficción, rodada en su mayor parte en Jordania, Chloë (Evelyne Brochu), una ginecóloga canadiense que trabaja en un campo de refugiados en Cisjordania, se va vinculando emocionalmente más y más con las mujeres a las que trata, especialmente con Rand. Las injusticias y atrocidades de las que es testigo cada día la obligan a tomar partido, pero también la empujan en una caída libre hacia un infierno inesperado. Con Inch'Allah la directora Anaïs Barbeau-Lavalette pretende acercar al público a la realidad diaria de los palestinos hoy, pero también intenta hacer comprender la lógica de los atentados suicidas que llevan a cabo hombres y mujeres, la mayoría muy jóvenes y que no tienen nada que ver con cuestiones religiosas.

Usted ha viajado varias veces a Palestina, trabajó allí durante meses, ¿qué es lo que más le ha impactado de todo lo que ha visto?

Aunque es verdad que hay cosas muy duras, que además se muestran en la película, en mis viajes lo primero que encontré fue vida, más que muerte o que guerra. Encontré gente de bailaba, que comía, que estaba alegre, que vivía intensamente. Y eso es lo que me hizo volver. Y quizás es eso lo que quería poner en la película, por eso en ella hay momentos muy sensuales y de amor profundo, de gente cantando... Quería mostrar que la guerra no está por todas partes todo el tiempo. También es verdad que la gente que vive en medio de un conflicto, vive más intensamente.

Y ¿qué ha sido lo más duro que ha vivido allí?

Probablemente, esa especie de esquizofrenia, porque estás allí, pero también estás del otro lado. De hecho, los occidentales nos sentimos culturalmente más cerca de Israel que de Palestina de una manera natural. Lo más duro de todo para mí es ver cómo ambos lados quieren encontrarse, palestinos e israelíes quieren tocarse, pero es totalmente imposible'.

¿Lo dice porque no cree en la posibilidad de una solución de paz?

Cuando digo que es totalmente imposible que se toquen es porque lo es, lo es físicamente, materialmente, hay fronteras reales, físicas.

¿Se puso algún límite a la hora de mostrar la trágica realidad que viven los palestinos?

Creo que en esta película, que es una ficción, pasan muchas cosas y he de decir que todos los acontecimientos que se ven son hechos de los que yo fui testigo cuando estuve allí. Además, no intenté preservar al espectador, no procuré salvar sus sentimientos. La película puede llegar a ser molesta en muchos aspectos, lo sé.


 

¿Una de sus intenciones con Inch'Allah es explicar que muchos atentados suicidas no tienen nada que ver con la religión?

Sí. La verdad es que es muy fácil echar la culpa de todo a la religión. Cuando estuve allí trabajando unos meses en campos de refugiados, entré en contacto con muchos jóvenes palestinos y conocí a la familia de la primera mujer que se suicidó en un atentado. Ella tenía otras razones, no lo hizo por cuestiones religiosas. De hecho, la mayoría de las mujeres palestinas que cometen atentados suicidas no lo hacen por religión. En el caso de la mujer de la película, ella tampoco lo hace por religión. Ha perdido a su hijo por culpa de la ocupación, si ésta no hubiera existido, tendría un hijo. Su marido está en la cárcel. Ella no va a quedarse embarazada nunca más, no va a tener hijos. Y después de eso su propia gente también la rechaza. Está acabada. La empujan por ambos lados.

La situación de las mujeres en Palestina y el tiempo en que ha convivido con ellos ¿ha hecho que este conflicto sea también suyo?

El hecho de convivir con los palestinos me hizo más sensible a lo que ocurre, pero no solo allí. También me hizo sensible a lo que pasa en Israel. Allí las chicas, con 16 o 17 años, antes de ir a la Universidad, están obligadas a hacer dos años de servicio militar, les ponen un arma enorme en las manos, y eso me afectó también mucho. Yo era entonces y soy una mujer libre, que viajaba y que volvería a un país donde podría hacer lo que quisiera. Todo eso hizo que el conflicto fuera un poco más mío.

¿Tuvo algún problema con autoridades de Israel o de Palestina?

No, al contrario, ambos lados estaban muy contentos de que por fin alguien hablara del conflicto desde otro punto de vista. Estaban contentos porque decían que la película produciría una empatía por un conflicto que últimamente se había quedado un poco dormido.

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