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Paul Giametti muestra su lado más esquizofrénico

El actor participa en la adaptación cinematográfica de 'La versión de Barney'

BEGOÑA DONAT

Adicto a los puros habanos y al whisky de malta, gruñón y pendenciero, déspota y cretino, y sin embargo, adorable. El enésimo personaje de perdedor de Paul Giamatti es un productor de televisión judío que despierta ese afecto ambivalente que sólo los antihéroes de raza pueden procurar. En el papel de su padre, el epítome del looser, DustinHoffman. Juntos insuflan credibilidad a la adaptación de la novela gráfica de Mordecai Richler La versión de Barney, que, dirigida por Richard J. Lewis, ha sido la última película a concurso de la Mostra.

Aunque en su vida pública procura mantenerse al margen de polémicas, Giamatti siente inclinación por los roles políticamente incorrectos. 'Me atraen los personajes que llevan la contraria. Barney es un tipo irascible y obstinado, pero el libro tiene un cariz más político y bordea el racismo de manera provocativa. Hay referencias a los independentistas francófonos, porque cuando fue escrito era un tema candente', reconoce.

No es el primer proyecto destilado del noveno arte en el que se enrola Giamatti. Precisamente, su encarnación en 2003 del autor de cómic de culto Harvey Peckar en American Splendor fue el que le procuró papeles protagonistas después de una carrera de secundarios encadenados.

Sin embargo, a pesar del respaldo de crítica y público, hasta hace poco, el actor aborrecía sus trabajos. 'Con el tiempo he conseguido corregir esta actitud a mi favor y mantengo una posición autocrítica matiza. Para ver mis películas necesito un par de años.Con los filmes que hice hace tiempo tengo una disposición más conciliadora'.

Aunque se ha procurado una reputación como actor de cine independiente, Giamatti no le hace ascos a las grandes superproducciones: 'Me encantaría participar en Transformers IV y encarnar a algún doctor, pero los taquillazos se me resisten'.

Con Shoot'Em Up se puso a tiro para ser tentado por las factorías comerciales, pero no fueron razones pecuniarias las que motivaron su participación en este delirio de acción y cine negro. 'Acepté el papel porque hacía tiempo que no me ofrecían un buen villano. Me gustan los papeles de tarado. Cuando era joven interpreté a muchos psicópatas y locos, supongo que por eso he ganado peso y he perdido pelo'.

Su físico no le quita el sueño. De hecho, destaca la diversión que le procuran las escenas de sexo: 'Son secuencias que resultan más duras para los guapos, porque están más pendientes de su físico, pero yo vivo la desnudez sin complejos'.

Muy distantes de su personalidad quedan los fracasados a los que nos tiene acostumbrados. De hecho, a lo largo de su carrera, sólo se ha sentido identificado con el inspector de policía que encarnaba en El ilusionista. Pero asume que si le han de etiquetar, prefiere que sea interpretando 'a tipos contradictorios, retorcidos y raros'. Su papel de Barney Panoksfy va más allá del estereotipo: 'En este proyecto he tenido que ser joven y viejo, un lunático, un romántico, un alcohólico y un tipo decente a ratos. Esta película es una buena casilla en la que hallarse'.

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