Este artículo se publicó hace 14 años.
Poppins, las hadas y la crítica cultural
Si Mary Poppins escribiera crítica sería como Flora Poste, es decir, como Stella Gibbons imponiendo un orden incendiario en la cultura de la primera mitad del siglo XX. Mary Poppins no me refiero al personaje sexualmente reprimido de Pamela Travers, sino a esa otra Mary de Disney que se empolva la nariz para danzar promiscuamente con los deshollinadores endulza la píldora con un poco de azúcar poniendo en práctica y technicolor las enseñanzas de Don Juan Manuel.
Si Mary Poppins escribiera crítica sería como Stella Gibbons
De la misma manera, Stella Gibbons, a través de la varita mágica de una encantadora Flora Poste, le echa sentido del humor a la contradicción entre cultura de élite y cultura popular decantándose por la segunda frente a los nenúfares del cine japonés, las gabachadas (sic), la cursilería rural del novelista y poeta Thomas Hardy o la turbiedad erótica de D. H. Lawrence que se manifiesta en la frase recurrente de Ada Doom, la tía de Flora Poste, que una vez vio "algo sucio en la leñera".
Flora, hada laica, racionalista y partidaria del control de natalidad, irrumpe en las vidas de su familia del pueblo y redime a Ada y a sus asilvestrados tíos y primos sin olvidar la depilación ni el buen gusto. Aplica los conjuros civilizadores de su libro de cabecera: El sentido común de índole superior.
Stella Gibbons, a través de su variedad de registros, su sensibilidad para la parodia literaria y los monólogos interiores de unas vacas llamadas Desnortada u Ociosa, endulza la píldora y logra que una novela de tesis "lo bueno es lo que le gusta a la mayoría" aparente no serlo: con esta máxima de mercado tan en boga, La hija de Robert Poste se convierte en un best seller en el momento de su publicación y, ahora, otra vez.
La autora parodia la contradicción entre cultura de élite y popular
Pero es que Stella Gibbons, además de practicar la crítica cinematográfica, censura el machismo en la literatura, la represión sexual, el fanatismo religioso, la sordidez de la vida en el campo e incluso se atreve a bajar de la torre de superioridad que define cierto humorismo: con vocación autocrítica, Stella casi se confunde con una Flora cuyo carácter metomentodo y su búsqueda del happy end revelan su clasismo y su talante conservador.
No sólo Thomas Hardy y el cine japonés arden en el infierno, sino también Mary Poppins, las hadas organizadoras y Flora-Stella que, antes de subir al aeroplano con su amado, se parece peligrosamente a la futura Doris Day.
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