Este artículo se publicó hace 15 años.
"Quería ser como Kathleen Turner, guapa y sexy, y con pistola"
Nadadora. Su abuela la animaba a actuar en Nochevieja y ella tomó el mando. Hasta que apareció el agua y la piscina se convirtió en su escenario
Hay en la danza acuática de Gemma Mengual un algo de aquella niña que, sin alcanzar aún la adolescencia, soñó con convertirse en la nueva Kathleen Turner para protagonizar películas como La Joya del Nilo. Aventurarse por el desierto africano, enfrentarse a peligros desconocidos, ingeniárselas para vencer al malo, con un punto de comicidad y una sensualidad desbordante. "Me encantaba esa mujer", dice Gemma mientras enjuga las gotas de agua que bañan su cuerpo. "Era guapa y sexy, pero lo mismo hacía una historia romántica que una de aventuras o desenfundaba una pistola", prosigue la nadadora que mejor interpreta en la piscina.
Devenir una femme fatale, como la Turner, le parecía una evolución natural a aquella niña menuda y frágil que, cada Nochevieja, más que las uvas, aguardaba emocionada el ineludibleprograma de variedades musicales para apostarse ante el televisor y, micrófono o lo que fuera en mano, iniciar el repertorio. "¡Qué bien te mueves!, me decía mi abuela, que era la que me hacía salir a bailar, y a mí me encantaba", rememora Gemma. "Yo me imaginaba que era uno de aquellos artistas y tenía un desparpajo y una soltura que ni de coña tendría ahora", asegura.
"Era la mayor y mandaba: siempre era la cantante, la prota, la guapa"
Gemma comandaba un pequeño batallón artístico compuesto por Bárbara y Vanesa, sus hermanas pequeñas, elenco suficiente para montar conciertos y películas en el salón de casa. "Como soy la mayor, yo mandaba; y siempre era la cantante, la prota, la más guapa", confiesa Gemma divertida. Los viajes al armario ropero acababan con Gemma vestida a lo Madonna o a lo Bon Jovi, porque la cuestión era "ir con las modas".
Las faldas más cortas y más chulas iban siempre a parar a la capitana, que por algo también ejercía de mediadora cuando las dos pequeñas de la tropa se enzarzaban por algún trapito. "Ellas eran más traviesas, tenían mucho carácter y yo, que era más tranquila, siempre acababa salpicada", recuerda la campeona que, a menudo, otorgaba los papeles masculinos a sus hermanas.
La cuestión era parir un buen concierto o una buena representación, pasárselo bien y agradar a los papis. En el viejo radiocasette, con cintas de esas que ahora son una auténtica reliquia, las Mengual apañaban un mix de canciones que coreografiaban tras cambiarles la letra. "Algunas eran del año de la repicó, pero nosotras nos inventábamos otra letra y un baile y nos quedaban unos números muy chulos", cuenta Gemma.
"Primero de BUP fue desastroso: pasé bastante y me quedaron seis..."
Las actuaciones se sucedieron hasta que la sincronizada se coló en la vida de la mayor de las hermanas para acapararla casi por completo. Gemma tenía 8 años y la artista que llevaba dentro empezó a desarrollar su talento en un medio con el que ni siquiera había soñado. Atraída por una prima mayor, Gemma encontró en la piscina un escenario alternativo para sus actuaciones, sus dotes de mando, y un modo de ir relegando las Barbies, protagonistas de horas y horas de juego.
"Recuerdo que, tras los Juegos Olímpicos de Barcelona, mis hermanas cogieron la coreografía del equipo de Estados Unidos, la mezclaron con elementos de otros equipos y montaron la suya propia, que yo dirigía: esa pierna no está bien, ahí habéis puesto muchos brazos Era muy divertido", dice Gemma, que seguía llevando el mando desde el salón de casa, pues, a falta de agua, los números familiares de sincronizada se montaban en el sofá. Vanesa había optado por seguir a Gemma también en el agua y Bárbara, "más de tierra", se había decidido por la gimnasia, complemento ideal para sus coreografías.
A medida que la piscina acaparaba horas en la jornada diaria de Gemma, las ensoñaciones de ser "artista, cantante, rica y famosa" empequeñecían, pero menos que sus ganas de coger los libros y hacer los deberes "Primero de BUP fue bastante desastroso", revela; "pasé bastante, me quedaron cinco o seis, que luego me saqué estudiando tres semanas", añade con un gesto casi tan travieso como el que esgrimía cada mañana ante el vaso de leche que la aguardaba en la mesa. Entonces, esperaba a que su madre se diera la vuelta para tirarlo por el fregadero y marcharse triunfal.
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