Este artículo se publicó hace 11 años.
Rebelarse o morir
El protagonista de Será mañana (Lengua de Trapo), primera novela del escritor mexicano Federico Guzmán, vive eternamente haciendo la revolución allá donde va. Hijo de una soldadera de la Revolución mexicana y de un anarquista judío, su inmortalidad, puesta a prueba en no pocas batallas por la equidad y contra la injusticia, solo tiene una premisa: sublevarse contra el opresor. A medio camino entre la subsistencia y los ideales, el destino de este mártir eterno de la igualdad llamado Barrunte le pisa los talones a la utopía no sin cierta amargura, sabedor de que en esa infructuosa búsqueda radica su esencia. "Yo fui un ideal. Yo fui cien deseos de cien mundos mejores. Yo fui cien revoluciones. Todo para acabar siendo, finalmente, lo que soy: una derrota", clama atormentado el protagonista hacia el final de la novela.
Para su autor, la quimérica voz de Barrunte muestra, en cierto modo, hasta qué punto ha menguado nuestra capacidad de soñar otras realidades. "Barrunte hace 40 o 50 años luchaba por un sistema comunista o socialista, por un hombre nuevo y un nuevo mundo, ahora, en cambio, lo que parece inalcanzable es simplemente conservar un Estado del bienestar como el que teníamos hace 10 años".
"Me desespera que el 15-M sea un movimiento claramente político que se jacta de ser apolítico", comenta el autorDe los montoneros argentinos a la OLP palestina, de las Brigadas Rojas italianas al sandinismo nicaragüense, del M-26-J cubano al IRA irlandés, el currículum subversivo de Barrunte resulta intachable. Todo un legado de derrotas y luchas al servicio de los oprimidos. Con ese bagaje aterriza en un Madrid revuelto por el 15-M con la clara intención de provocar un levantamiento popular. Sin embargo, Barrunte no tarda en darse de bruces con la realidad. "Este personaje, que es de armas tomar, se topa con un movimiento obviamente pacífico que tiene mucho de festivo y él no se siente identificado, él quiere tomar el palacio, pero no simbólicamente sino realmente y no sabe cómo", explica Guzmán. La incapacidad para llevar a cabo la revolución comienza a pasarle factura y su inmortalidad se esfuma lentamente por la calles de un Madrid de asambleas infinitas, aplausos mudos y abrazos gratis.
"El 15-M es un movimiento interesante en muchos aspectos pero a mí me desespera que sea un movimiento claramente político que se jacta de ser apolítico", comenta el autor. "No puede quedarse únicamente en una manifestación de descontento y de indignación, sino que ha de proponer una alternativa real, pragmática y efectiva. El 15-M ha de intentar instruir desde las instituciones o crear alguna forma de presionar desde fuera de ellas pero con resultados concretos, como ha hecho en el caso de los desahucios". Esta falta de determinación, unida a la ya clásica fragmentación de la izquierda, convierten al protagonista en un ser completamente rebasado que prefiere vivir en su cabeza rememorando hazañas pasadas; como cuando participó en los disturbios raciales de Detroit o durante el intento de conformar una guerrilla en Honduras.
"El último reducto de resistencia que tiene un escritor es el lenguaje", explica GuzmánCon un estilo florido que huye de esa prosa contenida tan común en gran parte de la nueva narrativa en castellano, la voz de Federico Guzmán es rica en matices y registros, parodiando el lenguaje de los grandes relatos revolucionarios y la propaganda. "Detesto esta reciente uniformidad del español dentro de los diferentes países y dentro de la literatura. Un grupo de amigos lo denominamos el 'español McDonalds' porque ya está preparado y es igual de predecible en todo el mundo. Es un estilo común y estandarizado y siempre busca algo parecido a un lenguaje carveriano, tan gris y aburrido". Consciente de que la literatura ya no tiene capacidad de incidencia en la sociedad, "nadie va a hacer la revolución desde una novela", Guzmán entiende el lenguaje como el último baluarte que le resta al escritor bajo su completo dominio y voluntad. "Leo a escritores que se dicen muy progresistas, socialistas, antiimperialistas y la mayor parte de ellos acaban queriendo imitar a Carver. Creo que el último reducto de resistencia que tiene hoy día un escritor frente a su completa voluntad y dominio es el lenguaje y quizá solo queda resistir estilísticamente desde la prosa". Que así sea.
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