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Santiago Blázquez, el banquero con dos mujeres

ÓSCAR LÓPEZ-FONSECA

Dicen que detrás, cuando no al lado, de todo gran hombre siempre hay una gran mujer. ¿También detrás de los delincuentes? Por supuesto. Clyde Barrow, el célebre atracador estadounidense de los años 30, se llevaba a su particular Julieta, la no menos conocida Bonnie Parker, al trabajo, donde ella echaba una mano.

Al final, los dos murieron juntos en el tajo. Sin irse tan lejos, Laureano Oubiña, uno de los históricos capos del narcotráfico gallego, siempre tenía a su lado a la que fuera su mujer, Esther Lago, con la que compartió cama, beneficios de la droga y banquillo de los acusados hasta que ella murió en un accidente de carretera. Más extraño es, sin embargo, que como beneficiadas de las fechorías no haya una, sino dos féminas. Santiago Blázquez Maroto es una de esas excepciones.

Empleado modelo durante años del Banco de Santander, Blázquez fue detenido el pasado 24 de marzo por la policía en Madrid acusado de hacer un agujero a las cuentas de la entidad bancaria para la que trabajaba cercano a los 3 millones de euros. Un importante pellizco que, según las pesquisas policiales, había acabado gracias a las maravillas de la informática en la cuenta corriente que el propio Santiago tenía con su esposa y en otra abierta a nombre de una joven húngara llamada Ilona, a la que el banquero había conocido en un bar de alterne de la capital.

Blázquez utilizó para ello un sistema tan sencillo como eficaz: aprovechaba su posición de apoderado del departamento de Extranjero de la entidad para, transferencia a transferencia, ir llenando presuntamente sus cuentas corrientes gracias a traspasos que nunca superaban los 30.000 euros. De este modo, la operación sólo tenía que ser autorizada por dos empleados.

Uno era él. ¿El otro? También él, que se limitaba a trazar una rúbrica inidentificable para que nadie en la entidad se diera cuenta de sus tejemanejes. Así estuvo desde abril de 2005 hasta que se prejubiló a los 50 años sin que nadie se diera cuenta de que había realizado 294 transferencias irregulares. Y, sin embargo, cometió un error.

Un día se le ocurrió ir a saludar a sus ya ex compañeros y se sentó en su antiguo puesto de trabajo. Entonces comprobó que las claves que le habían permitido hacer aquellas lucrativas maniobras seguían sorprendentemente activas y no pudo evitar la tentación. Ni corto ni perezoso transfirió presuntamente 20.000 euros más a sus cuentas. Fue la transferencia 295 y su perdición.

Los servicios de control del banco la detectaron.La policía reconstruyó durante nueve meses su nivel de vida y descubrió que ni él ni su mujer se privaban de nada. Sólo en unos grandes almacenes gastaron 180.000 euros. Sus tarjetas de crédito echaban humo. Y para no terminar de quemarlas, habían sacado de cajeros y ventanillas bancarias nada menos que medio millón de euros en efectivo.

Además, cuando los agentes registraron su vivienda, descubrieron que tenía 52 relojes, diez gafas de sol, bolsos, estilográficas y numerosas joyas, todo ello de marcas de lujo. Eso sin olvidar que había transferido a la cuenta en Hungría de su amiga Ilona más de 1.700.000 euros. Todo un dineral con el que era muy sencillo tener más de un mujer detrás y al lado.

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