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"Siempre es mucho mejor la película que no has hecho"

El reto de debutar como director. Jonás Trueba y Emilio Aragón hablan sobre sus óperas primas de cara al Goya a la mejor dirección novel

JESÚS ROCAMORA

La cita es en la Academia de Cine, aunque en dos semanas volverán a verse las caras en el Teatro Real, en la gala de los Goya, junto a David Pinillos (Bon appétit) y Juana Macías (Planes para mañana), candidatos los cuatro a la mejor dirección novel. De entrada no parece que una historia sobre músicos ambulantes en la posguerra (Pájaros de papel, el debut de Emilio Aragón; 51 años) y otra sobre chico-conoce-chica (Todas las canciones hablan de mí, de Jonás Trueba; 29) tengan mucho en común. 'Creo que en las cuatro películas el amor está muy presente. Todas lo han abordado, de maneras distintas y valientes y con madurez', dice Emilio Aragón. El amor, y, como se verá después, otras conexiones más inesperadas.

JONÁS TRUEBA: Emilio, compartimos un actor, Oriol Vila, y además a Marta Velasco, montadora en ambas películas.

EMILIO ARAGÓN: ¡Marta! Recuerdo que, al final del rodaje, yo tenía una carga encima tan pesada que me rompí, quebré. Empezábamos el montaje y estábamos los tres, Marta, Pepe Salcedo [jefe de montaje] y yo, y me dio el bajón y me puse a llorar. Yo pensaba que no se daban cuenta, estaba aguantándome tanto que hasta me dolía la garganta y de pronto, una mano por detrás que me dio un pañuelo. Era la de Marta. Se había dado cuenta.

'PÚBLICO': Jonás, en su caso, ¿también lloró tras terminar el rodaje?

JONÁS TRUEBA: Llegas muy cansado, con muchas emociones juntas. La sensación del director es que se va quedando solo. Vas quemando etapas: empiezas escribiendo el guión, generas una vida con el guionista, y cuando acabas, se termina una época. Luego llega el rodaje, y te rodeas de otra gente, con la que haces una familia. Y cuando esta termina, te despides de ellos y empiezas otra nueva, con otra gente, que es el montaje. Así que estás todo el rato con esta sensación de que la película continúa y tú eres el único que sigues, y que vas dejando a gente cojonuda por el camino. Hay momentos de melancolía muy fuertes.

'PÚBLICO': ¿Hasta qué punto su primera película ha sido algo personal? Lo digo en el sentido de que la historia elegida tuviera que ser la que eligieron, igual que la forma de rodarla.

EMILIO ARAGÓN: Confluyen un montón de cosas. He tardado mucho tiempo en dirigir la película porque la vida me ha ido llevando por otros caminos y no encontraba el momento. Pero mi madre, de pequeño, siempre decía, usando una expresión de Cuba, que yo era una pituita, es decir, muy pesado. Y lo tenía muy claro. De hecho, el primer argumento para Pájaros de papel lo tenía escrito hace 12 años o así. Sabía que tenía que ser algo cercano. Además, a eso se unía la idea del homenaje a una generación de cómicos, de artistas de varietés. Hubo gente de mi entorno que me dijo: '¿Por qué haces esto ahora? ¿Por qué este salto mortal?'. Y podía no haber red. Pero le hice caso al diablillo y acerté. Y no he dado ese salto para volver a irme: lo he dado para quedarme.

JONÁS TRUEBA: Está muy bien que te lances, sobre todo cuando no tenías por qué. Y es verdad que cuando haces una película te expones mucho. Más cuando es personal, y es el caso de la cuatro películas candidatas. Te entra un poco de pavor, de vergüenza, una sensación de por qué estoy haciendo esto si estaría más tranquilo en mi casa. Para mí, el cine tiene que ser personal. Me gusta el cine de la gente que cuenta cosas que son suyas; las películas que, cuando las ves, entiendes que el que la ha hecho necesitaba quitarse esa historia de encima. Luego está el cine de los virtuosos, de los directores de oficio, que pueden coger cualquier guión y filmarlo. Yo creo que sólo podré contar las historias que salen de mí. Azcona decía que siempre hay que contar lo que uno tiene cerca.

EMILIO ARAGÓN: Como en la literatura: los grandes escritores son los que han escrito sobre cosas que conocían. En el terreno en el que yo me he movido jugaba en casa. Desde pequeño he desayunado, comido y cenado este tipo de historias. Lo único que necesitaba eran compañeros de viaje que me hicieran el tránsito más cómodo. Y al final las películas las hacen equipos. Es importante que el comentario de gente del equipo te haga replantear una situación, una escena o el tono.

JONÁS TRUEBA: La esencia del cine es eso. Lo más emocionante no surge hasta que aparecen cosas que no habías previsto. A lo mejor las cosas que tenías claras a priori, luego son las que, una vez hechas, menos te interesan. Por eso, la colaboración con el equipo es fundamental. Mi película ha crecido mucho con ellos. Creo que la nominación a director novel en realidad es a la ópera prima.

EMILIO ARAGÓN: Es un premio al trabajo en equipo. Inevitablemente, al ser una ópera prima, la energía y el ambiente que se crea te hace sentir que todo el mundo rema en la misma dirección. Hay cosas que las tienes claras y muchísimas otras que no. Cuando llegas al montaje, es otro momento en que puedes hacer cien películas distintas. Y yo soy un insatisfecho estructural. Ahora veo las dos secuencias que quité... y me enamoro. Y en los pases, me giro a ver las reacciones de la gente y juego a imaginar cómo hubiera hecho la película de otra manera, lo que tiene algo de perverso. Entras en una parte obsesiva.

JONÁS TRUEBA: Pero te hace aprender y te cuestiona. Yo no puedo ver mi película. Es una tortura, como clavarme un cuchillo. Le tengo cariño pero sé que si la veo entro en ese juego de ver la cámara en otro lado, por qué no fue esto así... Es algo peligroso, porque siempre va a ganar la película que no has hecho. La película que está en tu imaginación es imbatible.

EMILIO ARAGÓN: La creación pasa por momentos de dolor. Yo disfruté mucho rodando, y engordé nueve kilos y volví a fumar y la de dios... Fue todo excesivo. Dormía cuatro horas y mi mujer no me soportaba y no existía más que la película [risas]. Me ha pasado con otros proyectos que, al final, como la locomotora es la pasión, la pasión puede con todo. Es una locomotora y si le echas leña, eso tira.

JONÁS TRUEBA: Hay una frase de Truffaut que dice que las películas son como trenes en la noche. Y es eso. No paran.

'PÚBLICO': ¿Qué importancia tenía para los dos el contexto histórico? Una se desarrolla en la posguerra; la otra en el Madrid de hoy.

EMILIO ARAGÓN: A mí me obsesionaba que la película destilara verdad. No forzar la comedia. Que se pudiera oler el maquillaje en los camerinos. Y me preocupaba que surgiera la química entre los actores. Hay que tener en cuenta lo que era el mundo del teatro en la posguerra, en aquella España, y sobre todo este tipo de teatro de varietés, que era de segunda o tercera división. Tenía una oportunidad de mostrar esa generación de artistas todoterreno, que lo mismo te hacían un sainete que tocaban un instrumento, y que desgraciadamente ya han desaparecido. Mi padre recordaba lo que era salir al escenario y llegar los señoritos a los palcos y romperte una función. O los militares.

JONÁS TRUEBA: Mi película la fecho en el 2010 pero no quería hacer una película generacional. Tenía muy claro que quería hacer una película muy de Madrid, de un Madrid que me gusta, por el que suelo pasear. He intentado retratar bares que me gustan, e incluso a personas que quiero. Me gusta que las cosas en el cine se reconozcan y reconozcas las épocas, que alguien de alguna forma, yo mismo dentro de unos años, pueda decir: 'Mira, así éramos en el 2010 en Madrid'. Creo en el cine como un registro de un momento que queda fechado. De hecho, mi película está fechada. Como los libros.

EMILIO ARAGÓN: Es que es curioso lo de las conexiones y que todo es una tela de arañade la que formamos parte: viendo tu película, hay una canción de Bola de Nieve. Y Bola de Nieve actuó con mi padre muchas veces. Y luego hay un momento en que aparece un libro de Buster Keaton. Y mi padre hizo una gira de seis meses con Keaton

JONÁS TRUEBA: ¡Joder! Bola de Nieve es uno de mis genios. Tenía claro que iba a usar su canción, no por la canción en sí, sino por lo que inspira él, esa mezcla de comedia y drama que tiene, que no sabes si reír y llorar, esa mezcla entre patético y humorístico, que me gusta mucho. Yo tenía claro que me apetecía hacer una película romántica y de amor, con todos los riesgo que suponía. Siempre al borde del ridículo. Creo en esa fina línea al borde del ridículo: las películas y libros que me gustan están ahí. Incluso es un tema, el ridículo, del que se habla en mi película y que trata. El peligro es no caer en ciertas cosas.

EMILIO ARAGÓN: Lo que teníamos claro Fernando [Castets, coguionista] y yo a la hora de escribir es que no se podía pasar de puntillas por estos temas. Corres el riesgo de caer en lo sensiblero, pero no hay nada peor, en cuanto a amor, que quedarse corto.

'PÚBLICO': ¿Un director le debe coherencia a su primera película?

JONÁS TRUEBA: Sí y no. Creo que quizá esta primer película me llevará una segunda que sea lo contrario, para contradecirme y cuestionar todo lo que hice. Haría una para meterme con esta.

EMILIO ARAGÓN: Yo tengo un problema. Ahora no me sale más que drama [risas]. Además, las segundas películas tienen ese hándicap: que son las segundas. Y la vara de medir siempre será la primera película que hiciste.

JONÁS TRUEBA: Dicen que la segunda película es el marrón. 'La encrucijada de la segunda película'.

'PÚBLICO': Deberían dar un Goya a la segunda película.

JONÁS TRUEBA: Eso estaría genial... [risas].

EMILIO ARAGÓN: Yo por eso he decido hacer directamente la tercera. Así evito la segunda.

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