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Sofia Coppola, los ricos también lloran

La directora regresa al mundo de las 'celebrities' hastiadas en la notable Somewhere', primera ovacionada del certamen

 

CARLOS PRIETO

El problema de la expresión 'la realidad supera a la ficción' es que nos quedamos sin palabras para expresar lo que la realidad italiana le hace a la ficción. ¿Desbordar? ¿Avasallar? Ni la sátira más desatada puede ya hacer sombra a ese parque temático imparodiable llamado Berlusconistán. Tomemos, por ejemplo, una escena de la última película de Sofia Coppola, Somewhere, sobre una estrella de Hollywood (Johnny Marco, interpretado por el resucitado Stephen Dorff) que vive en un hotel de lujo.

Coppola parece pisar el acelerador cómico cuando hace ir a Johnny a Milán a un sarao, la entrega de los Premios Telegato, presentado por un viejo verde casposo y una rubia/florero. Johnny sube al escenario con la intención de chapurrear algo en italiano y largarse de allí pitando cuando, de pronto, aparecen media docena de mamma chichos completamente enloquecidas y le hacen bailar una coreografía imposible delante de toda Italia. Risas en el cine. Error. No diga ficción, diga realismo social: los premios Telegato no sólo existen, sino que están financiados, al igual que Somewhere, por el mismísimo Silvio Berlusconi.

'Somewhere' trata de una estrella y la relación con su hija de 11 años

'Sin duda, tomamos buenas tomas en los Telegatos. Luego volvimos y preguntamos si querían financiar el filme y nos dijeron que sí. No intentaba hacer ningún comentario especial sobre el show business en Italia, la idea era mostrar que en todas partes te encuentras el mismo estrafalario mundo del entretenimiento', ha explicado la cineasta, como si no le viera especial gracia a la escena. De hecho, su cándida explicación dice mucho acerca de los mundos de Sofia Coppola: oyéndola hablar nunca queda claro si es una niña prodigio o le falta un hervor. Y Somewhere no hace más que agudizar el misterio.

Atrapado en un bucle de sexo y farras, un simpático aunque algo hastiado Johnny, que conduce un Ferrari hasta para ir a comprar el pan, mata sus días vagando por los pasillos del legendario hotel de Los Ángeles para artistas forrados Chateau Marmont y asistiendo a todo tipo de actos promocionales absurdos. Por momentos parece que Coppola está tratando de parodiar, con la ambigüedad de un Bret Easton Ellis, la industria del espectáculo y la angustia vital pija. Pausada, con la cámara fija, sin recrearse en florituras.

'Es más una película sobre la familia y las crisis personales'

Hasta que aparece en escena la hija de 11 años de Johnny, fruto de una relación frustrada, a la que papá nunca ha hecho mucho caso, y la cosa se complica, aunque tampoco tanto. En el fondo lo pasan bien: juegan a la consola, piden helado de madrugada al servicio de habitaciones y nadan en la piscina.

Sí, la niña flipa un poco con la intensa vida sexual de su inmaduro papá y hay unos pocos llantos por la ausencia temporal de mamá; pero Coppola, especialmente contenida, con el freno dramático echado, sólo quiere decirnos que 'hay muchas distracciones alrededor de la cultura del show business de Los Ángeles. Puedes caer en el entretenimiento continuo, pero ¿qué ocurre cuando te olvidas por un momento de eso y miras hacia tu interior? Es más una película sobre la familia y las crisis personales'.

En este caso, la crisis de un estrella. Coño, Johnny, ¡arriba los corazones! Date una vuelta con el bólido, haz otra vez el amor y pégate un chapuzón en la piscina. ¡Ya verás como se te pasa el soponcio rapidito!

La cineasta se autoplagia pero la cinta es buena y encantadora

La cineasta estadounidense se autoplagia un poco en Somewhere (parece que esto es lo que hay: sería absurdo pedirle que rodara un filme sobre una hambruna en Camerún), pero la película es buena, bonita y encantadora. Aunque sigue sin aclararse el misterio de los lánguidos mundos de Coppola (y de Johnny), que podríamos resumir así en verso: La princesa está triste. ¿Qué tendrá la princesa? Los suspiros se escapan de su boca de fresa, que ha perdido la risa, que ha perdido el color. Y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.

Pero si el de Coppola es un caso digno de estudio, qué decir del otro filme a competición, Happy Few. Atención, pregunta. ¿De qué nacionalidad puede ser una película sobre un intercambio de parejas? A) Francesa. B) Francesa. C) Francesa. En efecto, en España hacemos películas sobre la Guerra Civil y en Francia hacen películas sobre tríos. Tantas y durante tanto tiempo que ya han entrado en la fase manierista, la de los cuartetos, como confirma el cineasta Antony Cordier: 'Podría rodar decenas de películas diferentes sobre este tipo de amor. En Francia hemos hecho muchos filmes sobre relaciones amorosas entre 3 o 4 personas'.

La francesa Happy Few' narra las aventuras sexuales de dos parejas

Lo dicho: los directores franceses se pasan todo el santo día filmando tríos. Con el dinero de los contribuyentes. Una buena muestra de que, pese a las maniobras de Sarkozy, el país sigue contando con un robusto Estado del bienestar. No hay más que ver a los protagonistas de Happy Few: dos parejas de profesionales liberales con hijos, cuyo único trasiego conocido parece ser coordinar sus agendas para poder montárselo entre ellos en rigurosos turnos. Y esta es sólo una de las muchas cosas que chirrían en un filme que acaba en ruptura, en pequeño disgusto, pero sin dramas.

Resumiendo: si los mayores problemas a los que se enfrenta la humanidad son ponernos de acuerdo para copular entre nosotros, hacer un poquito de caso a los chiquillos y echarle aceite al Ferrari, podemos asegurar sin miedo a equivocarnos que hemos alcanzado por fin el socialismo tropical profetizado por ese gurú utópico llamado Julio Iglesias: 'Mi mayor ilusión en la vida es que todos los españoles tengan un avión privado'. Ante esta muestra de sabiduría dadaísta, sólo podemos gritar a coro con Coppola y Cordier: ¡Weah!

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