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Con sudor, estrenos y guiños a otros artistas. Así vivieron el Ecopop los de Arizona Baby

HOY, ARIZONA BABY

Encaro el folio, aún exhausto [Javier Vielba, voz y guitarra]. Ojo, que no es el tópico de la carretera sino acabar de tocar a las cinco de la madrugada, celebrar otra batalla ganada, dormir cuatro horas y salir pitando. Recién llegado de Arenas de San Pedro (Ávila), intento poner orden a los instantes vividos. Anoche meneamos los cimientos del castillo de Don Álvaro de Luna, cerrando la sexta edición del festival Ecopop tras otros artistas como Tulsa, La Habitación Roja y Sidonie. Pero mejor será comenzar por el principio.

El 21 de agosto arranca sin prisa pero sin pausa: desayunar, actualizar redes sociales, preparar merchandising y rematar la maleta con una camisa de las buenas. Rubén, el Señor Marrón, pasa a buscarme puntual. Como siempre. Son pocas horas desde Valladolid y el viaje promete ser entretenido.

La prueba va como la seda y conseguimos superar los rebotes de sonido en el corazón de un castillo que, si ya impone por el día, al anochecer se convertirá en el sueño húmedo de cualquier fanático de Murnau. El trasfondo del festival es ecológico y se simboliza el ahorro de energía con un tema especialmente íntimo en el repertorio de cada grupo. Acuerdo con mis compañeros que me quedaré sólo para estrenar una canción que he escrito hace dos días.

'Sonamos como un tiro desde el primer acorde. Cuando vas por la tercera canción y todas las piezas encajan, la sensación es gloriosa' 

Sonamos como un tiro desde el primer acorde. Son las cuatro de la madrugada y el público sigue hambriento. Alzo el brazo y todos gritan. Alguien por ahí pide Ouch!. El cantante de Motociclón, genio y figura, se aferra a la valla protectora sin parar de dar voces. Arizona Baby ha tomado el patio de armas.

Habíamos preparado este concierto a conciencia, como siempre. Cuando vas por la tercera canción y todas las piezas encajan, la sensación es gloriosa. Seguimos deshojando esa oscura flor que dimos en llamar Second to None y nos venimos arriba con cada canción. Entre gotas de sudor veo que se acerca el final y, tras el guiño de Sidonie a Riders on the Storm al final de su concierto, no podemos evitar hacer lo propio con The End y, ya que estamos, le guiñamos el otro ojo a los Stones vía Paint it Black. Tras una coreada Shiralee y una X d Out que se haría notar en las cervicales a las pocas horas, el público pide otra. Nos encomendamos una vez más a los dioses del rock y atacamos Lucille, del maestro Little Richard. No hay fallo.

Amanece por el oeste (sí, juraría que así fue) y tres hirsutos amigos se tambalean rumbo a un pequeño hostal llamado, cómo no, El Castillo. Las curvas de Gredos causarían estragos en el viaje de vuelta pero, como se suele decir, eso es otra historia y deberá ser contada en mejor ocasión. La gran caravana del boogie sigue su ruta mientras la Familia Arizona crece día a día. Amigos, vigilen su espalda.

Dice el tópico que el Olimpo del Rock exige sangre, sudor y lágrimas. No sé lo demás, pero lo segundo es esencial. Nosotros no hacemos ensayos con público ni memorizamos nuestro calzado. Menos es más y el rock no casa bien con las matemáticas.

 

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