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Tan lejos de Estambul

Las Islas Príncipes, en el mar de Mármara, eran un refugio para los que huían, como León

GUILLAUME FOURMONT

Su casa no ha cambiado desde hace casi un siglo. Están sus gafas, sus libros; llenos de polvo. La ventana está medio abierta. Fuera no se oye nada, excepto los perros que ladran detrás de los gatos. No hay carreteras ni coches. Tierra, barro, carros de caballo. Se creía perseguido y temía por su vida; sabía que nadie le encontraría en el medio del mar de Mármara.

León Trotsky vivió en una estrecha casa de madera, en el número 90 de la calle Çankaya de la isla Büyükada, la más grande de las Islas Príncipes, en Turquía, a unos 20 kilómetros de la costa occidental de Estambul. Nada más dejar atrás los monumentos de la antigua Constantinopla, se entiende por qué el líder revolucionario quiso aislarse en esos pedazos de tierra donde parece que no transcurre el tiempo.

El bazar egipcio en la espalda, el puerto de Kadiköy abre el Bósforo al Oeste y al mar de Mármara al Este. Son numerosos los vapur –barcos de motor–, que transportan viajeros, turcos y extranjeros a la orilla asiática de Estambul. Unos cuantos al día sigue hacia el mar, destino Adalar. No se vislumbra nada.

Adalar, islas en turco, nueve en total. El barco sólo se para en cuatro de ellas, hasta llegar, tras una hora y media de viaje, a Büyükada, la más grande. Es lo que significa su nombre en turco, la isla grande. Aparte de unos ancianos tomando té y fumando, y perros durmiendo en el puerto, la isla parece vacía, como muerta.

Bosques de pinos

Una tranquilidad que contrasta con el bullicio y el tráfico de Estambul. No circula ni un coche; está prohibido. Bosques de pinos y parques públicos cubren las colinas de la isla, que alberga monasterios y residencias de ricos turcos. En verano, la costa se transforma y se llena de barcos de lujo. El resto del año, nadie más que los 20.000 habitantes de las nueve islas.

Porque Trotsky no eligió su destino por casualidad. Las Islas Príncipes siempre rimaron con exilio. Durante el período bizantino (330-1453), príncipes y otros miembros de la realeza eran exiliados a estas islas, dándoles así su nombre. Las 20 iglesias, los diez monasterios, las cinco mezquitas, las tres sinagogas también son el testimonio de la riqueza cultural y espiritual que guardan las islas. Los religiosos venían para retirarse. Construido en el siglo IX, el monasterio de San Jorge es el más pequeño y el más bello de Büyükada. Los peregrinos siguen acudiendo a su ayazma, fuente sagrada.

Otra riqueza es la lingüística. En el barco que lleva a Büyükada, muchos de los viajeros son habitantes de la isla, aunque no hablan sólo turco. Entre las casas de madera, las yali, muchas comidas por los árboles, se escuchan palabras en armenio, en griego.

Gatos entre basuras

Ni risas de niños en las calles, no se oye ningún ruido, excepto los gatos que juegan en las basuras. Y las campanillas de los carros de caballo, único medio de transporte. Todos llevan a la casa de León Trotsky.

Su escritorio está frente a la ventana, al mar. Se vislumbran las mezquitas en el continente. ¿Cuántas horas habrá pasado ahí sentado a pensar en lo que pasaba en Moscú? Sin ver la belleza de la isla. Tras ser expulsado de la Unión Soviética en 1929, Trotsky aguantó hasta 1933 la quietud de Büyükada. Quizá demasiado secreta, lejana o cerca de Moscú. Prefirió México, en tierra firme, donde fue asesinado siete años después.

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