Este artículo se publicó hace 13 años.
La tarantela loca del Capitán Araña
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Como si fuera el Capitán Araña con un batallón de percusionistas. Así aterrizó el baterista Stewart Copeland en el concierto de apertura del festival La Mar de Músicas , que el viernes reunió a 1.600 personas en Cartagena. Esta edición, la decimoséptima, está dedicada a la cultura italiana con cine, pintura, fotografía, literatura y, claro está, música. Canciones de todos los colores. "Italia ofrece una simbiosis de música y vida; y hemos querido mostrar su grandeza en un recorrido que nos acerque a músicas de ayer y de hoy", señala Paco Martín, director del festival, que hasta el 23 de julio recibirá a los italianos Gino Paoli, Ludovico Einaudi y Enzo Avitabile, además de Chucho Valdés junto a Omara Portuondo, Mavis Staples, Gilberto Gil con Adriana Calcanhotto y Cheikh Lô.
"¡Hooola!", gritó Stewart Copeland al sentarse detrás de la batería. Fue lo único que habló el baterista de The Police en dos horas de concierto. Poca palabra hizo falta para introducir al público en el febril mundo de la taranta y la pizzica, esencias de la cultura popular del sur de Italia en las que se atisban ecos de crónica épica medieval, pespuntes de fanfarria balcánica y triste nostalgia mediterránea. Cuenta Copeland que al conocer el baile de la tarantela y los ritmos pizzica perdió los papeles como nunca antes. "Me volví loco". Ese alma punk surgió en apenas ocho minutos, los que duró la ejecución de Pizzica degli Ucci. Dieciocho músicos sin freno, a pleno pulmón. Ritmo vertiginoso, casi rave. Sin atender al control de velocidad. Suerte que ya no multan por ir a 120.
Luego llegó otra decena de piezas, siempre extraídas de la memoria popular de la región de Salento, en el tacón más humilde de la bota de Italia. A veces con melancolía añeja en blanco y negro (L'acqua de la funtana), casi siempre con pistones desbocados (Pizzica rock, Stornelli) a base de tamborellos, panderos, violín, xilófono, acordeón, teclados y hasta una gaita macrocefálica. Y batería, la batería de Stewart Copeland, que no es un baterista cualquiera. El músico que domesticó el post-punk y la new wave ejerce aquí de domador de fieras. Atento siempre a cualquier resquicio que permita el conjunto La Notte Della Taranta para introducir sus ritmos sincopados con la precisión de un orfebre. Delicias tradicionales que domina a su antojo el saxofonista napolitano Enzo Avitabile, que se apuntó como invitado de última hora antes de actuar en un concierto propio, y gratis, mañana en la plaza del Ayuntamiento de Cartagena.
En la noche de la tarántula (de donde procede el nombre de este baile frenético nacido en los pueblos de Apulia, donde llegaron las arañas con las tropas del rey griego Pirro como primera arma biológica contra los romanos en el siglo III antes de Cristo) hubo momentos de estruendo y memoria colectiva. Cuando la pizzica contagiosa se arrimó al rock sobrevoló el espíritu de Ritchie Blackmore atacando el riff ya legendario de Smoke on the water. Y a los amantes del rock, que no todo en el festival son músicas étnicas, se les puso sonrisa de cómplice. Como antes había ocurrido con el repentismo italiano en clave rap de Stornelli.
Ya de madrugada, en el Castillo Árabe que domina las alturas de Cartagena, la cantante piacentina Maria Chiara Fraschetta, que si le dan tiempo hará historia como Nina Zilli, cautivó al público superviviente de la escuadra taranta con una propuesta que hermana la canción italiana con el acervo Motown, soul y rhythm and blues. Habrá quien se quede en la apariencia, fina estampa (traje rosa y tocado a juego) con aspecto de Amy Winehouse del sur, pero conviene no caer en la tentación y escuchar con esmero piezas como 50 mila, su primera perla, que el cineasta turco Ferzan Özpetek incluyó en Tengo algo que deciros. Su autora tomó Nina como nombre artístico en homenaje a Nina Simone y, por lo visto y oído el viernes en Cartagena, sigue sumando méritos para no desmerecer.
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