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Terapia de choque sexual a la argentina

Subiela enseña a 'hacer el amor como Dios manda' en 'No mires para abajo'

SILVIA R. TABERNÉ

Contra todo pronóstico Eliseo Subiela (Buenos Aires, 1944) parece sentirse muy cómodo entre las cuatro paredes de la habitación de techos altos de la Casa de América. El decorado, entre rancio y aristocrático, parece contradecir al director argentino, cuyas películas suelen proyectarse en las salas de arte y ensayo más modernas. Y su estatus no va a cambiar precisamente con el estreno el viernes de No mires para abajo: bajo las sábanas de su protagonista se esconden 16 posturas de sexo tántrico, que se dice pronto.

Considerado por sus admiradores como uno de los últimos poetas del cine los más exaltados lo comparan incluso con Buñuel o Godard, Subiela se encoge de hombros cuando escucha esto, como si no pudiera hacer nada para frenar a sus exégetas, y prefiere adoptar un rol más modesto: 'Soy más bien un autor que bebe del cine. El problema es que la figura del director que escribe sus propias obras escasea cada vez más. Es normal que mis películas incluyan elementos surrealistas o de la nouvelle vague porque es el cine que más me gusta, aunque en ocasiones me avergüenzo cuando compruebo que mis películas son casi una copia'.

Eso sí, nadie podrá acusar al cineasta argentino de no tener un estilo propio. 'Creo que hay tres temas básicos: la vida, la muerte y el amor', explica, y procede a caer en la incontinencia poético-filosófica marca de la casa. 'La frase de Breton es la que mejor define el filme: a Eros incumbe restablecer el equilibrio roto, en provecho de la muerte', cita antes de explicar de un modo más gráfico sus intenciones: 'Quería hacer una obra sobre el amor o, mejor dicho, sobre la posición del amor ante la muerte. Divido las películas entre las que tienen mucho amor y las que tienen mucha muerte y ahora, desgraciadamente, hay demasiadas de las segundas, posiblemente porque nuestra sociedad está cada vez más agobiada'.

Aunque no es la primera vez que Subiela se tira de cabeza a la piscina sexual, es posible que nunca lo haya hecho de un modo tan explícito como en No mires para abajo. Si en El lado oscuro del corazón (1992) que le reportaría fama internacional un poeta buscaba a una mujer que le hiciese volar, en su nuevo filme seguimos el brusco salto de la adolescencia a la madurez de Eloy tras morir su padre; trauma que se hará más digerible tras su encuentro (por utilizar un eufemismo) con una mujer.

'Es una película didáctica, aunque espero no haberme pasado', cuenta. 'Mis películas me sirven de terapia. Con No mires para abajo he aprendido lo que tenía que haber conocido cuando tenía 13 años. Si para mi generación el sexo era algo oscuro y sórdido, ahora el péndulo se mueve hacia el libertinaje. Busco llegar a ambos públicos, conseguir un equilibrio. Resaltar el sexo como forma sublime del amor, un amor que trasciende de lo físico y de la muerte', zanja.

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