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A través del abismo

La niebla y los peligrosos precipicios acechan en la carretera que une Los Ángeles y San Francisco

PAULA CORROTO

Dejar atrás la luminosa ciudad de Los Angeles y adentrarse en la atestada autopista 101 camino de San Francisco es todo un estímulo. Más aún si uno lo hace con un Pontiac rojo mientras escucha discos de Bad Religion y le da unas caladas a un Marlboro.
Conducir hasta el pueblo de Santa Bárbara -sí, donde se rodó la popular telenovela- y después hasta San Luis Obispo sirve de aperitivo: mucho coche y muchos viñedos. No está mal parar a tomar una copa de vino. Para sentirse embriagado, como en la película de Alexander Payne, Entre copas, rodada en este paraje.


En la cuerda número 1
Lo realmente interesante surge cuando uno se adentra en la carretera secundaria número 1. Porque topas con el abismo. Adiós al sol y hola a la niebla. Pero también a las estrecheces de un asfalto por el que es bastante común ver desfilar a moteros con sus Harley Davidson y con pañuelos de colores. La carretera número 1 es como una cuerda que bordea la falda de una cordillera. Y uno conduce por ella como agarrándose a la tierra con el único objetivo de no deslizarse hasta la playa.
Es un paisaje nebuloso, pero muy verde. Y con un mar azul espumoso que abruma. Fue aquí donde el propio William Randolph Hearst, el magnate de los medios de comunicación a comienzos del siglo XX, se construyó una mansión y un safari. Hoy es un lugar para el turismo mainstream. No hay que detenerse demasiado.


La colonia ‘progre'
Las escenas que sí son dignas de fotografía son los parques naturales como el Julia Pfeiffer Burns o el John Little, lugares donde hoy suele acampar y pasar sus vacaciones la población progre de San Francisco.
Esta zona es conocida como el Big Sur. Fue aquí donde, con un amor ecologista adelantado a los tiempos, llegaron numerosas familias procedente de San Francisco cuando los precios de la vivienda comenzaron a alcanzar dimensiones estratosféricas. También encontró un descanso en este vergel el escritor de la generación Beat, Jack Kerouac. La zona, que antes ya había sido rincón de los obreros y los trabajadores que tan bien retrató John Steinbeck (Las uvas de la ira), se convirtió así, desde los años setenta, en cobijo de intelectuales y
bohemios. Eso sí, se perdió su idiosincrasia proletaria y aquello se convirtió en un criadero de burgueses. Sin embargo, también se creó un ambiente de pensamiento liberal insólito en un país como EEUU. De hecho, todavía hoy se encuentran carteles que reniegan de la guerra contra Irak.
Salir de la bruma y entrar en Monterrey es poner fin a un viaje que poco tiene que ver con el imaginario que uno tiene de la costa oeste californiana. En Monterrey, lo único que queda ya es tomar un clam chowder (crema de marisco) bien caliente. Para San Francisco ya no falta nada. 

 

Y LAS GALERÍAS DE ARTE POBLARON CAMBRIA 

Si uno se adentra en la carretera secundaria número 1, pronto se topará con la neblina. Sin embargo, a través de un hueco que se abre como si fuera un ojo de buey, aparece Cambria. Un ambiente mortecino, casas uniformes de tejado triangular, flores en los porches  y letreros que sólo anuncian un negocio: galerías de arte. ¿Cuál es la razón? Simplemente, la bohemia de Cambria. También aquí se han asentado desde los años 60 artistas procedentes de San Francisco. De ahí que muchos hayan puesto a la venta sus propias creaciones, sean estas cuadros, fotografías o incluso artesanía y centros florales. Sin embargo, hay algo que acogota Cambria y que también es parte de su encanto. Allí no ha pasado nada desde los años cincuenta. Ni en sus calles ni en su playa. Es un pueblo medio fantasmal que rezuma arte. Curioso.

 

EL RINCÓN FAVORITO DE LOS ELEFANTES MARINOS 

 La costa oeste es uno de los rincones favoritos de los elefantes marinos. Entre Los Ángeles  y San Francisco se pueden ver decenas de ellos. El elefante marino californiano es un animal enorme. El macho pesa unos 1.500 kilos y mide 5 metros; la hembra se acerca a los 750 kg y mide tres metros. La trompa les sirve para marcar su territorio. Es habitual que se enfrenten dándose golpes con el cuello, por lo que éste suele estar bastante despellejado.

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