Público
Público

"Para ver un cuadro tienes que estar desnudo"

El Premio Nacional de Artes Plásticas Juan Uslé presenta en la galería Soledad Lorenzo 'Malatadas'

ISABEL REPISO

Juan Uslé (Santander, 1957), Premio Nacional de Artes Plásticas 2002, explica su mantenimiento en la cresta de la pintura tras 30 años de trayectoria por un cambio de dirección operado tras un viaje a Nepal. Si antes conducía al cuadro hacia su entidad, ahora le concede tiempo hasta que sugiera una voz propia. Una voz coral, a juzgar por la última exposición individual de sus trabajos, ‘Malatadas’, en la galería Soledad Lorenzo (Madrid) hasta el 11 de junio.

Sus últimos trabajos traicionan la idea estereotipada de la serie pictórica. ¿Por qué ese tratamiento individual de cada cuadro?

Es mucho más interesante. Siempre me pareció crecer en ese momento de pintura aburrida en el que había unos nombres y se esperaba que hicieran siempre lo mismo, demasiado esclavos de esa idea de ‘estilo’. Quiero huir de ese grillete que te condiciona a una imagen de ti. Para mí la construcción tiene que ver con lugares dispersos y aspiro a que mis exposiciones parezcan ‘group shows’. Y a pesar de eso, ves que la gente reconoce tu lenguaje, porque aunque fragmentados, también somos limitados.

Tiene una proyección internacional enorme, con presencia constante en las ferias y en los museos de arte contemporáneo. ¿Cree que las generaciones más jóvenes de artistas le ven como a uno de esos nombres consagrados a los que se refería antes?

Bueno, trato de no intentar ni verme [risas]. Es verdad que los artistas somos personas con ego, que buscamos cierta difusión, pero esa imagen consciente de lo que representas no es mi actitud.

Usted peca de ausentarse en todas las ferias que puede…

Es que intento estar al margen de todo eso. Quizás por eso viva en Nueva York y cuando vuelvo a España, me voy al pueblo. Creo que al final todas esas voces que buscamos o que creemos que encontramos cuando el cuadro te dice “no me toques” son reflejos de una imagen de ti. En realidad, la idea que uno tiene de su obra son fragmentos de una posible imagen de uno mismo.

Pero sí que reconoce que el hombre actual vive en una especie de esquizofrenia…

Sí, y no lo digo en sentido peyorativo. Tenemos vidas complejas, con un océano de fuentes de información, pero para mí lo relevante no es si mi nombre será grabado en piedra, sino reinventarme. Yo no me siento uno solo sino tantos otros esperando a salir. Me encanta escaparme de esa imagen, pero me conformo con sorprenderme y sentirme vivo en el estudio. Esa zona de fisura, entre lo que controlas y lo que se te escapa, me fascina. En el estudio pongo mucha atención en lo que no comprendo del todo.

Una de las mayores preocupaciones de algunos artistas es que su obra no de disperse, que esté reunida. ¿Para usted también es importante controlar a dónde va a parar?

En eso siento una contradicción entre lo que pensaba antes y lo que pienso ahora. Antes me esforzaba por huir del monopolio y estar en las manos de un solo ‘dealer’ me horrorizaba, seguramente porque el postmarxismo fue una idea congénita a mi generación. Pero ahora me preocupa un poco no ver obras que me gustaría tener más cerca y que están en lugares a los que no tengo acceso.

En ‘Malatadas’ sorprende el color. Es quizá el único elemento que vincula a la mayoría de los cuadros presentados…

Sí, es cierto.

¿Tiene que ver con un temperamento vital, con el hecho de que los pintó en un momento dulce?

Soy vital igual que puedo ser racional… De hecho, soy bastante cabezón [risas]. Pero es verdad que dentro del estudio trato de ser más niño, más como soy por dentro y no como me han educado a ser. Me dejo llevar más por mis miedos y en eso soy muy intuitivo: influye bastante cómo estoy.

Volviendo a ‘Malatadas’, los cuadros surcados por líneas confunden mucho respecto a la técnica que ha utilizado...     

Cada exposición va añadiendo algo que quizá hace años percibías como un atrevimiento o una torpeza. Y yo ahora voy agregando elementos que me sirven de acotación. Como ese efecto de cintas adhesivas, que no son tal, sino pintura. Eso me da cierta distancia, cierta frialdad y me hace alejarme de la extrema sensibilidad.

¿Cómo surgieron esos elementos?

Por azar. En vez del brochazo trabajé en bordes perfilados en relieve. Es un elemento constructivo de dispersión de la luz que va y viene, transmitida por ese temblor que es muy pictórico.    

Sigue vendiendo mucho, ¿qué hay de cierto en el tan manido anacronismo de la pintura?

Bueno, yo soy anacrónico casi por naturaleza. No soy secuencial ni sincrónico. Lo de la muerte de la pintura me parece justificable en la medida en que la Historia del Arte ha sido diseñada por los críticos, pero también es reveladora de las crisis de los lenguajes a partir de los años 60 y 70. Hacer pintura forma parte de lo que somos nosotros: somos agua y grasa. Veo que mucha gente de Nueva York va a ver exposiciones y me deja notas. La experiencia frente a un cuadro no es transmisible a ningún otro lenguaje, es como estar desnudo tumbado en la arena. La pintura tiene que verse a sola y cuerpo a cuerpo. Para ver un cuadro tienes que estar desnudo. Más allá de esto, hay que decir que no es tan importante el medio como la voz. Yo soy consciente de cada paso que he dado y siempre he caminado bajo el nubarrón de leer cosas en contra de la pintura. Eso es algo que pesa. Todo muere cuando no hay nada más que decir, no porque un lenguaje esté menos de moda que otro. Yo creo que cada vez necesitamos más el tacto y la mirada contemplativa. Estamos perdiendo vista y ganado en anchuras por culpa de imágenes de consumo informativo.

¿Te ha resultado interesante esta noticia?