Este artículo se publicó hace 13 años.
Versos para derribar el Tea Party
El poeta norteamericano reinvidica la poesía como un lugar para la acción en la inauguración del Festival Cosmopoética de Córdoba
"Tristes guerras, si no es amor la empresa, tristes, tristes". Como a Miguel Hernández, una bomba despertó a la vida al niño Charles Simic (Belgrado, 1938). El 6 de abril de 1941, un bombardero alemán destrozó la casa frente a la que vivía su familia en la capital serbia. El poeta sólo tenía 3 años, pero aquello quedó tan adherido a su conciencia que décadas más tarde, ya un adulto en Estados Unidos, sirvió para conformar toda su poesía.
Simic, del cual en España se han editado títulos como Desmontando el silencio, El mundo no se acaba, La voz a las tres de la mañana (estas dos últimas en DVD) y sus memorias Una mosca en la sopa (publicadas recientemente en Vaso Roto), ha llegado estos días a España para participar en el Festival Cosmopoética de Córdoba y leer algunos de sus poemas. Ayer, tras un vuelo transoceánico que, según reconoció, le dejó totalmente agotado, accedió a reunirse con Público para charlar sobre su poesía y su visión de la actualidad.
"Hitler y Stalin han marcado toda mi vida", afirma el poeta
Una conversación en la que este hombre, que como se le ha definido alguna vez, parece más un profesor de Medicina que un poeta laureado que en 1990 ganó el Premio Pulitzer, hizo memoria de aquellos recuerdos de su niñez y del terror que hoy todavía le infunden los conflictos bélicos.
"Todo mi entendimiento de la historia está moldeado por mi infancia y la atrocidad de la II Guerra Mundial. Además, veo los conflictos continuamente en las noticias, veo la tragedia y no puedo evitar volver a revivir todo aquello", explicó quien no puede olvidar aquel asedio de los alemanes, de los italianos, después de los rusos, y finalmente de los norteamericanos y los ingleses para liberar la ciudad. Este es el motivo por el que imágenes como las mujeres huyendo bajo las deflagraciones o niños pidiendo auxilio son pilares de sus versos más políticos, reunidos casi en su totalidad en El mundo no se acaba. "Siento un enorme cansancio cuando veo de nuevo las imágenes, pero al final no puedo evitarlo y acabo escribiendo un poema", añadió.
En 1954, el adolescente Simic y su familia se marcharon de Belgrado para empezar de nuevo en EEUU. Primero en Chicago y después en Nueva York, donde en 1974 empezó a trabajar como profesor de Literatura en la Universidad de New Hampshire, en la que aún hoy continúa dando clase. En aquella época, a mitad de los setenta, con aquel Vietnam que sublevaba a los jóvenes de la década, Simic no tardó en refugiarse en la poesía para gritar a aquellos ejércitos que lo único que hacían era ahogar la voz de los seres humanos.
"Escribir poesía es lo único que me sirve para poder dormir"
Cuestión de matarPero Simic no utilizaba los versos como arma, como tampoco lo hace ahora: "Para mí no es una forma de combate, sino una reacción a algo que me resulta extraño y que no puedo entender. No acierto a comprender cómo todavía seguimos matándonos por las mismas razones de siempre", afirmó. Por ello, para él la poesía sólo existe por un fin: "No es algo con lo que voy a poder cambiar nada, pero la escribo porque es lo único que me sirve para poder dormir".
Poemas como somníferos, como alivio para el sufrimiento, también en estos momentos en los que los Aliados potencias occidentales y la Liga Árabe otean y disparan sobre el suelo de Libia. El poeta es muy crítico con lo que ocurre en el país que rige el dictador Gadafi. "Si hubiera sido por una cuestión humanitaria aprobaría esta intervención, pero creo que hay otros intereses en juego, como el petróleo. Y lo extraño es esta moralidad selectiva porque también ha habido otros genocidios como Ruanda y no se hizo nada. Estoy cansado del discurso humanitario", remachó con un gesto de hastío. El poeta, cuyas herramientas son las palabras, está harto de los juegos del lenguaje. "En EEUU, la gente que apoya la guerra en Libia es la misma que apoyó la guerra en Irak y Afganistán, y son personas en cuya integridad moral no puedo confiar", apostilló.
"En toda la historia no hay sociedad que no haya aplaudido el desánimo"
Además de los conflictos, si algo solivianta a Simic son los fundamentalismos. Él procede de un país al que primero le fueron introducidos a la fuerza los dogmas del III Reich y después llegó el stalinismo. "Hitler y Stalin han marcado mi vida", dijo en alguna ocasión. Ayer, quiso recordar la figura de su abuelo paterno, quien le hizo aprenderse que había tres tipos de personas con las que debía tener cuidado: los sacerdotes, los militares y los profesores. Con los primeros, el dogma de fe hace imposible el debate de ahí su actual rechazo al aumento del fundamentalismo religioso en los EEUU, los segundos "creen que todos los civiles son unos inútiles", y los terceros "tienen una idea fija de lo que es bueno y quieren que todo el mundo siga su idea", advirtió. Para él, lo importante es el individuo libre en su pensamiento, en sus ideas, porque eso también es la base de su responsabilidad ante el mundo.
Una sociedad narcotizadaAl poeta no le resulta sorprendente que ante tantos sucesos desagradables, la sociedad esté hoy anestesiada. "El mundo parece premiar la conformidad, pero es normal. En toda la historia no hay sociedad que no haya aplaudido el desánimo, ya que este es una forma de supervivencia", afirmó. Para Simic es muy diferente la reacción que se pueda tener en Occidente, libre e independiente, que en otros cuyo sistema esté regido por una dictadura. "En EEUU uno puede ser rebelde, excéntrico y nadie le va a decir nada, porque todo el mundo sabe que por mucho que haga las cosas no van a cambiar", admitió.
Sin embargo, él tiene su propio Indignaos, como el francés Stéphane Hessel. El mundo puede ser un desastre y puede maniatar a los seres humanos, pero no hay que quedarse de brazos cruzados. La solución, además de llamar a las guerras por su nombre, es centrar la mirada en las cosas más pequeñas de la vida, en los detalles. Por eso gran parte de su poesía está plagada de moscas, cucarachas, de hileras de hormigas, una mesa, un tenedor, y el amor, puesto que, como escribió años atrás, "mientras los seres humanos se enamoren y compongan cartas de amor, los poemas tendrán una razón de ser".
"Las pequeñas cosas son los placeres de la vida. Una primavera me quedé absolutamente embelesado con unas hormigas que seguían su caminito. Esas hormigas es lo que hace que la vida valga la pena y no honrar eso, sería una traición a la poesía", explicó. Y también a la vida, según podría extraerse de la lectura de unos poemas que bajo un humor un tanto hiératico surgido de su pasión por el cine mudo de Buster Keaton lo que indican es: mira todo lo que te estás perdiendo. Eso sí, sus poemas siempre tiene un pulso surrealista. Lo cotidiano deja de serlo para darle al lector el verdadero valor de las cosas. Una realidad alejada de ella.
Lo ínfimo habita en sus textos de la misma forma que la música. El jazz fue una de las cosas que más admiró al llegar a EEUU y músicos como Theloniuos Monk le hicieron sentirse norteamericano. Hoy no rechaza a los EEUU, aunque sí la deriva política del país. "Es un país alterado, dividido. Hay una gran división en sus poblaciones. Su sistema está roto y la democracia se ha venido abajo porque ahora manda el dinero", critica. Y para ello pone un ejemplo: "Para que Obama salga reelegido, necesita mil millones de dólares que se los tiene que dar la gente que no quiere una democracia". Siempre quedarán poetas como Simic para llamar a la reacción.
El individuo contra el poder absolutoCotidianidad
Los poemas de Simic tratan de buscar lo extraordinario en lo ordinario. Su mirada se centra en las cosas cercanas y palpables. Le canta a las cucarachas, a los tenedores o, como en este poema, a los zapatos: "Mi hermano y mi hermana que murieron al nacer/ continúan su existencia en vosotros, / guiando mi vida / hacia su incomprensible inocencia".
Exilio
Cuando era un adolescente, Simic emigró a EEUU. Hizo del país su patria de adopción. Hoy se considera un poeta de Nueva York, aunque con matices. De EEUU adora su música. "El jazz hizo de mi un norteamericano y un poeta", dijo una vez. Sin embargo, aborrece el fundamentalismo religioso estadounidense, que anula la voz del individuo.
Guerra
Nació en Belgrado en 1938. Pocos después, su ciudad fue bombardeada por los alemanes. Su primer recuerdo vital data del 6 de abril de 1941, cuando una bomba estalló en casa de unos vecinos. Su poesía está marcada por estos acontecimientos, como este verso de ‘The Little something': "En cada multitud hay uno o dos asesinos. / Aún no sospechan su porvenir. / Las guerras se empiezan para que les sea fácil / matar a una mujer que empuja un carrito de niño".
Totalitarismo
De su infancia, Simic también recuerda cómo en su escuela, tras la guerra, cambiaron el retrato de Hitler por el de Stalin. La política totalitaria del régimen soviético asustó al joven, que rechazó pronto todo dogmatismo. Como dice Mario Lucarda en el prólogo en ‘El mundo no se acaba', "los temas políticos de sus poemas se presentan desde la perspectiva del individuo". Es la fragilidad del hombre frente al poder del dictador.
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