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Y los hombres de las cavernas reinaron

Grinderman, Suicide, P.I.L. y Surfjan Stevens ofrecen un viaje de la prehistoria al futuro de la música en la primera jornada de Primavera Sound

JESÚS ROCAMORA

Lección de historia musical y viajes en el tiempo en la primera jornada del Primavera Sound, la del jueves, que en pocas horas ofreció un recorrido a la velocidad de la luz desde las cavernas primitivas del rock hasta el futuro del pop, ese que sonará en las naves espaciales cuando conquistemos el espacio, con parada en el punk menos ortodoxo de los setenta y la escena electrónica contemporánea. Un itinerario que sólo cabe en un festival como el de Barcelona, capaz de reunir a una media de sesenta actuaciones diarias, de seis de la tarde a seis de la mañana. El que no encuentra consuelo es porque no lo busca.

El encargado de inaugurar el festival, con un gran concierto para recordar, fue SufjanStevens, hombre orquesta, ambicioso y prolífico, que dejó boquiabierto al público del Auditori con una propuesta que él mismo se encargó de explicar en castellano: 'Soy americano y vuestro entretenimiento para esta noche. Normalmente hago música folk, pero esta noche tocaré pop cósmico, música del espacio. Imaginad que estáis en una nave'. Y lo que sobre el escenario parecía una caja de música, con interior forrado de pop frágil y bailarinas incluidas, se abrió para dejar paso a un espectáculo visual único, apoyado con colores fluorescentes y luces que se disparaban como rayos, coreografías robóticas e imágenes de Royal Robertson, artista esquizofrénico y profeta del Apocalipsis que ha inspirado su último trabajo, The Age of Adz, con citas a la telepatía, el universo, los viajes y los platillos volantes.

Sufjan Stevens abrió el fuego con un gran concierto de pop sideral

Como genio, Sufjan es capaz de combinar opuestos y seguir haciendo música hermosísima: del drama y los arrebatos orquestales iniciales con Seven Swans (donde el artista desplegó, literalmente, un precioso par de alas), versiones de otros que hace suyas (The One I Love, de REM) y temas más recientes en los que la fusión pop sideral emprende el vuelo (Get Real Get Right,Now That I'm Older y Too Much, donde hasta los instrumentos de viento suenan hiperespaciales).

Aunque para nave especial, en la que se embarcó John Lydon tras los Sex Pistols. En 1978 Montó P.I.L. (Public Image Limited) y estiró el punk hasta acercarlo al reggae, el dub y la música de baile. Una mezcla que en 2011, y más después del revival pospunk de los últimos años, sigue sonando coherente en lo musical y también en sus proclamas contra el capital o la religión. Lydon lució dentadura mellada con orgullo mientras escupía Flowers of Romance y This Is Not a Love Song, Warrior, e incluso se marcó algo parecido a un baile.

Lydon se mostró en forma y Nick Cave aportó contundencia

El otro gran concierto de la jornada fue el que ofreció en el escenario principal Nick Cave al mando de Grinderman, el único grupo que se puede permitir tener un batería rosa y seguir pareciendo los cuatro jinetes del Apocalipsis. Lo suyo fue como asistir a un ritual ancestral: el mismo descubrimiento de la música. Son primitivos y dejan a la vista sus entrañas en unas canciones que salen del estómago para golpear allí mismo. Empezaron sonando con un motor pasado de revoluciones con Mickey Mouse and the GoodbyeMan y Worm Tamer, luego pareció que asistíamos a una estampida de ganado (Honey Bee, Palaces of Montezuma) y, en algunos momentos, el rugido de la banda prometía abrir la misma tierra que pisábamos.

Cave es un intérprete con mayúsculas: fuera de sí desde el primer minuto (bajó del escenario para cantar Kit-chenette junto a su público), siente lo que canta, genera su propio ruido con lo que tenga a mano (guitarra, piano, su boca) y se compenetra al 110% con sus secuaces.

Se despidieron empujando a la gente a que fuera a ver a Suicide, otra leyenda del punk, pionera por aporrear los teclados en lugar de las guitarras. Invitados para tocar de manera íntegra su primer LP de 1977, por desgracia, si en lo musical siguen noqueando a su público después de 34 años (¿alguien dijo drone?), ver a un desgastado Alan Vega liándose con el cable del micro en cada canción fue suficientemente triste como para apartar la mirada del escenario y dejar que su música hiciera todo el trabajo.

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