Este artículo se publicó hace 13 años.
Zúñiga refresca el dolor de la Guerra Civil
El autor escribe dos relatos nuevos para su trilogía sobre la contienda, que se reúne por primera vez en un solo volumen
En los cuentos de Juan Eduardo Zúñiga (Madrid, 1919) se escucha la radio y se acarician los periódicos, los niños leen libros mientras en la calle se escuchan himnos de guerra y las fotografías se llevan en el bolsillo alto de la camisa, "cerca de donde el corazón se mueve". En los relatos de Zúñiga siempre hay una ventana a la que sus personajes se asoman, irremediablemente, para asumir que es el final del refugio de lo privado. Hay una cita con la muerte, que corre por la calle. "Le atrae el balcón porque allí afuera será donde ocurra todo, y de fuera vendrán las noticias de acontecimientos que él, sin duda, recordará pasados muchos años. Y tendrá que contar cómo los vivió y si le dañaron o le hicieron madurar. También contará que a la vez leía cuentos cuyo ambiente y los personajes que lo cruzaban le parecían más bellos, más nobles, más atractivos que todo cuanto a él le rodeaba. En los libros encontraba la libre imaginación", explica la voz que narra la vida de un joven que quiere escapar de la Guerra Civil, que todavía no ha desangrado España.
Este fragmento corresponde, también, a uno de los dos nuevos relatos que ha incluido Juan Eduardo Zúñiga en la trilogía por la que pasará a la historia de la literatura española: Largo noviembre de Madrid, Capital de la gloria y La tierra será un paraíso, que ahora Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores publica reunidos por primera vez en un solo volumen. Los 34 cuentos sobre la Guerra Civil que componían estos tres libros, escritos en 1980, 1989 y 2004 respectivamente han sido revisados por su autor y alterados por la incursión de Caluroso día de julio (en Largo noviembre de Madrid) e Invención del héroe (en Capital de la gloria), de reciente creación.
Los 34 cuentos han sido revisados y alterados por el escritor
Ese muchacho que abre las páginas de un libro, buscando el afecto en las personas imaginadas que no encuentra en su entorno, pero es interrumpido por las canciones, fusiles, banderas rojo y negro, por el odio. "Nos templó la miseria/ sabremos vencer o morir/ noble es la causa de librar/ al hombre de su esclavitud/ Quizá el camino hay que regar/ con sangre de la juventud", escucha como fatal premonición de su destino en los primeros días de la contienda. Le reserva para el aplicado muchacho el peor de los desen-laces: el deber de comprender la enseñanza más cruda. "Ha de saber que el viento ardiente de las necesidades sopla furioso en una época, y en otra, cede y se aplaca y viene a ser palabras de himnos olvidados", escribe con su prosa precisa y con la substancia moral del sufrimiento de las vidas anónimas del conflicto. Zúñiga fue el primero en empezar a recordar cuando nadie quería refrescar.
Los grandes infiernos"A mí me interesa más el drama que la comedia. Y las personas que sufren, que pueden ser vencidas por la vida pero que tienen un gran caudal de sentimientos bajo esa vida opaca. Estos son los personajes, efectivamente, que pueblan mi obra", explicaba el autor recientemente tras la salida de su anterior volumen de relatos, Brillan monedas oxidadas. "El oído es la materia de la creación literaria. No se puede ser escritor sin intentar atrapar la vida, sin ser capaz de oír no sólo los matices de la lengua sino también los repliegues del corazón", asegura.
Zúñiga ha sabido humanizar la Guerra Civil y sus consecuencias
Fernando Valls, director de la editorial Menoscuarto y profesor de Literatura Española Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona, explica que la importancia de Juan Eduardo Zúñiga estriba en haber sabido "humanizar la Guerra Civil y sus consecuencias". "Ha contado como pocos, con un cierto simbolismo de base realista, la vida cotidiana durante la guerra y los primeros años de posguerra, pero también los secretos del alma humana, como el egoísmo, el miedo, el hambre, la desolación, el recuerdo o las pasiones. En estos libros, el autor ha querido dejar constancia tanto de lo vivido como de lo imaginado, a través de las ilusiones y esperanzas de las gentes sencillas", revela el especialista en narrativa breve acerca de la visión crítica de nuestro autor.
Nadie ha fotografiado la Guerra Civil como lo ha hecho Juan Eduardo Zúñiga. Es un maestro de la descripción, de las pasiones y del entorno. En Invención del héroe, el otro relato que incorpora a esta sublime trilogía, parte con una escena casi fílmica de un jardín envejecido, para hurgar en las falsas esperanzas y los mitos de barro de una población desahuciada. Y rinde homenaje a la fotografía bélica a través de uno de sus personajes: "La verdad es que las fotos no engañan, los fotógrafos captan lo auténtico".
El tono implacable de estos relatos responde a la actitud de quien no pidió permiso para recordar, en medio del ejercicio del olvido programado para transitar hacia la democracia. "Pasarán unos años y olvidaremos todo; se borrarán los embudos de las explosiones, se pavimentarán las calles levantadas, se alzarán casas que fueron destruidas. Cuanto vivimos, parecerá un sueño y nos extrañará los pocos recuerdos que guardamos", se lee en el arranque del primero de los relatos, Noviembre, la madre, 1936. Desmonta ese hipotético entierro de la memoria, ese falso sueño, al final del mismo cuando, en voz de la protagonista, escribe: "Todo pervivirá: sólo la muerte borrará la persistencia de aquella cabalgata ennegrecida que fueron los años que duró la contienda".
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