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África pierde derechos

Mo Farah (Gran Bretaña) y Rupp (EEUU) terminan con los hermanos Bekele en el 10.000

ALFREDO VARONA

Nos pasamos la vida escuchando que los africanos tienen una ventaja, porque desde niños se acostumbran a correr largas distancias para ir al colegio. Nos pasamos la vida escuchando que tienen más capacidad para soportar el dolor que nosotros, porque corren descalzos y viven a 2.500 o 3.000 metros de altitud. Nos pasamos la vida viendo imágenes suyas en el podio, donde parecen dioses enjutos, esqueléticos e imposibles para el hombre blanco. Por eso llevamos años escuchando que es casi imposible regresar a los años en los que Lasse Viren o Alberto Coba (el último que lo hizo en Los Angeles 84) ganaban las carreras de 10.000 en los Juegos.

Alberto Salazar, que fue un prodigioso maratoniano en la década de los ochenta, también lo escucha. Nació en Cuba, pero vive en Estados Unidos, donde ahora es entrenador y antes hizo carrera como atleta. Fue un gran maratoniano que entrenaba como una bestia hasta el punto de llegar a los 45 kilómetros diarios. Al final, las lesiones originaron su prematura retirada. Por eso ahora como entrenador, aparte de formar los atletas más rápidos, su objetivo primordial es que sus hombres se lesionen lo menos posible. Pero ¿cómo a los ritmos que se entrenan en la elite?

Salazar trabaja con Mo Farah (Gran Bretaña) y Galen Rupp (EEUU), que no son niños, que no iban al colegio descalzos, que no pasaron su infancia en Abbis Abeba ni en el valle de Rift. Pero ha encontrado en la ciencia otras posibilidades. Sus atletas utilizan la máquina Alter-G, que es una cinta sumergida bajo el agua en la que se suavizan los impactos antes y después de los días de duros entrenamientos en la pista. Por eso el año pasado Mo Farah dejó Londres y se fue a vivir a Oregón, donde trabaja Salazar, el hombre que podía ayudarle a ser campeón olímpico. Y así ha sido.

El mundo ha asistido a un cambio de gobierno en los 10.000 metros. La ciencia ha podido con África. Etiopía ha perdido su jefatura después de cuatro juegos olímpicos victoriosos. Los hermanos Bekele sólo han podido pelear por la medalla de bronce y se la ha llevado Tariku, el menor, porque todas las sospechas sobre Kenenisa eran ciertas. Tiene 30 años, no corre en el agua, como los atletas de Salazar, y las lesiones le han hecho mucho daño. ¿Y Kenia? Pues tampoco. Traía a Wilson Kiprop, con la mejor marca del año (27.01), pero justo cuando Michuri y Masai le preparaban el escenario se retiró en el kilómetro 7.

Para entonces, la carrera, que empezó lenta, transcurría a un ritmo infernal. El último 1.000 fue en ¡¡¡2.28!!! y el último 400 en 53 segundos. Y eso dejó sin motivos a los hermanos Bekele, que no son los corredores más rápidos del universo, e impulsó el cambio de poderes. Ganó Mo Farah, el ídolo nacional, el niño que dejó Somali a los ocho años, se instaló en Londres y se nacionalizó británico. Y fue como volver a Montjuic a la noche que Fermín Cacho ganó el 1.500 en Barcelona 92. El segundo fue otro hombre de Alberto Salazar: Galen Rupp, que estaba allí con motivo. Su biografía muestra que tiene 26.48 en 10.000 y 12.58 en 5.000 y en los últimos Trials de Estados Unidos ganó el 5.000 acabando en 52 segundos el último kilómetro.

¿Y España? La diferencia es que nosotros, en vez de nacionalizar a Mo Farah, nacionalizamos a Landassem sin ningún desprecio para Landassem. Lo único que fue doblado a falta de dos vueltas por la tropa de Mo Farah.

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