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Amigos a 2.115 metros

Contador no disputa el triunfo de etapa a Andy Schleck, que ataca a 10 kilómetros de meta para consolidar el podio de París

MIGUEL ALBA

Nunca hubo silbidos para Indurain. Ni un mal gesto de la masa cuando agrandaba su colección de maillots amarillos. Sólo pleitesía y exageración en los halagos. 'E.T.' llegó a titular L'Equipe, a cuerpo 100, en dorado, para definir a aquel muchachón que humilló, en los 75 kilómetros de la crono de Luxemburgo, a los hombres. Fue en su segundo Tour. El del 92.

Entonces, tenía al ciclismo enamorado de él. Porque era el campeón inmaculado. Buena gente, campechano, generoso con todos. De compañeros, amigos y enemigos. Su año público, salvo las temporadas que consiguió el Giro, empezaba en la Dauphine Liberé y moría en los Campos Elíseos vestido de amarillo. En esos 50 días calmaba su instinto de éxito. Incluso, en esa época de caza, Miguelón era más indulgente que depredador de etapas. Dice Chiapucci, a quien Indurain esperó para ascender Aspin y Val Louron, a quien dejó ganar la etapa que vistió al navarro de amarillo, por primera vez, en 1991, que el Indurain ciclista era tan grande que tenía un don especial para saber compartir la gloria.

Tras el único ataque de Alberto, ambos dejaron sin épica el Tourmalet

Etapas, como la de ayer, de canibalismo. Marcadas para el prurito personal. Días de egoísmo como compensación al esfuerzo. El ciclismo de las piernas de Merckx, Anquetil, Hinault, Fignon, Lemond o Armstrong. Tipos que no perdonaban ni a su padre. Dorsales que lo fagocitaban todo. Desde las carreras de pueblo hasta el Tour.

Así era Contador hasta el famoso incidente de la cadena de Andy Schleck en Balés. Un killer de la ruta. Alguien que llega a la Vuelta al Algarve para ganarla. Como a la Vuelta a Castilla y León o la París-Niza. Alguien que no mantiene la sonrisa cuando se queda sin la Dauphine Liberé, a pesar de sus dos triunfos de etapa. Alguien que se autoexigió la victoria, la pasada primavera, en su primera experiencia en las clásicas. Más Hinault, como ciclista, que Indurain. Más Indurain, como persona, que Hinault.

En esa rara simbiosis, la torpeza de Schleck con la cadena, los abucheos posteriores al de Pinto, cada vez que se vestía de amarillo, y la polémica que, sin buscarla, siempre le persigue durante la Grande Boucle, han convertido al chico bueno en ciclista solidario. Amigo antes que rival. Comprensivo con el esfuerzo de Andy Schleck —al que no disputó la victoria de etapa en el Tourmalet— . Uno de esos éxitos que insuflan pedigrí al currículum. Contador fue ayer Indurain. Correcto en lo político y en lo ciclista.

Tranquilo en la Marie Blanque y el Soulor. Arropado por su equipo ante el exigente ritmo de los Saxo Bank. Dos ascensiones sin sobresaltos. Con una escapada de siete por delante entre ellos Flecha y Pérez Moreno y Sastre, entre medias, en solitario, con todo por perder. Una paz nerviosa con la anécdota de un rebaño de ovejas que desgranó el pelotón a mitad de ascenso del Soulor.

La refriega se desencadenó en el Tourmalet. Después de que Sastre llegara al abrigo del pelotón. A 10 kilómetros de meta, Andy Schleck mostró su esperada vendetta. Esa que aireó el famoso día de la cadena. Un demarraje que maduró a todos excepto a Contador. Entre la niebla, se quedaron todos a su suerte. Samu Sánchez, que inició la jornada con una caída, echando el corazón por la boca, sufriendo al ver como Menchov desaparecía entre las nubes, para aparecer un kilómetro después.

Por delante, los dos amigos. Contador y Schleck. El primero y el segundo del Tour. El maillot blanco que buscó el amarillo provocando a Contador durante los cinco primeros kilómetros de excursión. Con un ritmo exigente, sostenido, cruel, que Contador aguantó casi siempre sentado, como Indurain. El baile sobre la bici apareció con un segundo ataque, cuando la pareja ya era cabeza de cabeza. El mismo que respondió Contador, siempre a rueda del luxemburgués, con solvencia de piernas.

El paso de los kilómetros desencajó el rostro de Schleck al que atacó Alberto a falta de 3,8 kilómetros. Una salida dura pero sin el alma pura del escalador. Un pequeño susto del que el luxemburgués se recompuso en apenas un centenar de metros. El intento de épica murió entonces. Porque Contador siguió siendo Indurain. Prefirió compartir la gloria a darle segundos a su liderato. El combate en el Tourmalet quedó nulo entonces. Con Contador detrás de Schleck. Sin darle los relevos que le solicitaba constantemente Andy pero tampoco castigo. En medio del gentío ambos se miraron, hablaron, pactaron, y amigos para siempre a 2.115 metros. La tarta del centenario del Tourmalet se repartió sin más incidentes. La niebla no privó a nadie de un mayor espectáculo.

La etapa para Andy, por su generosidad en la subida, convirtiéndose en el segundo corredor que conquista el Tourmalet como final de etapa, después del francés Danguillaume, en 1974. El Tour para el madrileño, a falta de la ratificación oficial en la crono de mañana. Y todo el mundo contento. El que más, Samu Sánchez, a 1:32 de la pareja, que robó 8 segundos a Menchov en los últimos 150 metros.

'Esto está chupado ya', le soltó Indurain a Contador. Antes de la bendición de Miguelón, el abrazo entre Alberto y Andy. La paz de la cadena estaba firmada.

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