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El bosque desanimado

El Atlético, con un hombre más, es incapaz de imponer su ley en un partido lleno de baches

ALFREDO VARONA

La pelota no supo salir del bosque enredada en todo tipo de trampas. Vivió una noche inaguantable entre rebotes, patadas y futbolistas tirados por el suelo. De ahí se explica que el árbitro repartiese tarjetas, como si fuesen octavillas.

Al otro extremo, queda un partido anárquico, en el que faltaron delanteros de verdad. Lo mejor que se anotó fue una carrera de Forlán al finalizar la primera parte. Partió desde su campo, arrasó por piernas a los defensas del Almería y se plantó ante Diego Alves. En la última operación, que es su especialidad, Forlán se equivocó. Trató de esquivar al portero con un toque en vez de meterse con el balón en la portería. Por falta de espacio no fue. En una noche así, no hace falta ni explicar como llegaron los goles.

El primero fue el del Almería, en el que tuvo gran parte de culpa la carrera de Ortiz por la derecha. Pero quizá más la actitud contemplativa de la defensa del Atlético que permitió a Uche tirar por dos veces. Un cuarto de hora después, el Almería devolvió el regalo. Antonio López sacó una falta y Diego Alves, en un ataque de impaciencia, se lanzó a por la pelota con una venda en los ojos. Es raro en este portero, que no falla casi nunca. De hecho, después recuperó su error con dos paradas por encima de la media. Pero en el gol le concedió a Sinama toda la facilidad para recuperar el empate.

El Almería tuvo una idea mejor, pero Crusat le pone tanta velocidad a la pelota que casi siempre se le escapa. Así que el partido eligió el momento más trascendental, a los 53 minutos cuando Pellerano fue expulsado. Era la libertad que necesitaba el Atlético para operar en medio campo. Pero la realidad es que la diferencia apenas se notó.

Tuvo casi tantas opciones de gol el Almería al contragolpe como el Atlético. Y eso que varias veces apareció Agüero en su territorio favorito. Llegó hasta zafarse de dos defensas en un metro, pero su tiro, que era bueno, murió cuando apareció Diego Alves.

Casi por deber moral, la pelota fue del Atlético en los minutos finales, pero eso no garantizó nada, como se probó cuando Piatti se presentó a solas en casa de Leo Franco. Pero antes de que pudiera elegir la pierna con la que batirle vino desde atrás Forlán (sí, Forlán) para arrasarle la pelota e impedir males mayores.

Eso ya hubiera sido lo último para un Atlético, al que le sigue faltando lo de toda la vida: un tipo con potestad en medio campo. Una reclamación histórica en las gargantas de quiénes acuden, cada quince días, al Manzanares esperando no tener que gritar el nombre de algún futbolista (Riquelme) que pudo haber sido la solución, pero al que Aguirre le negó el pan y la sal. Banega, a éste sí lo quiso el técnico rojiblanco este verano, de momento, no lo es. Ni tiene pinta de serlo. De haberlo sido, tal vez este partido hubiese salido mucho antes del bosque para el Atlético. Cuando lo hizo ya fue demasiado tarde.

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