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Las calvas del desengaño

El Calderón registra una de las peores entradas y, pese a la victoria ante el Sporting (3-1), carga contra los jugadores, Gil Marín y Cerezo

LADISLAO J . MOÑINO

Pitos e improperios cuando los jugadores del Atlético saltaron al campo a calentar. Peticiones de dimisión al palco. Frialdad en los dos primeros goles. Más acústica insultante al descanso, pese al 2-0 favorable del marcador. 25.000 espectadores, una de las peores entradas de la temporada. Calvas de desengaño en las gradas del Calderón.

La hinchada del Atleti está harta. Su mensaje de fue contundente. Está ya por encima de los resultados. Le da igual que el equipo gane. Su reacción es para que Gil Marín se mire el ombligo. No le quieren a él ni a su paraguas, Cerezo. Les consideran culpables de la desazón que les invade. De que el escudo sea pisoteado temporada tras temporada.

La derrota indolente de Santander ha encendido una mecha que no se apaga. La crisis ya es menos deportiva, que también lo es, que institucional. En ese estado de desencanto y decepción pasó la institución su 106 cumpleaños. No tiene nada que celebrar.

El disgusto de los aficionados rojiblancos es tal que ayer silbaron hasta las jugadas bien trenzadas. Movió su equipo con paciencia y acierto un balón en la frontal del área del Sporting y en vez de aplausos se escucharon silbidos. Les han hecho perder la paciencia. No se libró nadie. Ni Agüero. No se dejó seducir el personal por los goles de su equipo. Aunque al autor del primero, Forlán, sí le regaló aplausos.

Tiene la afición del Atlético criterio para saber que el Sporting no es un rival para indultar a sus jugadores. Huele a Segunda, porque del centro del campo hacia atrás da esa medida. Con todo, fue el Sporting el que comenzó manejando el partido. Se derrumbó con el gol de Forlán y mostró esa debilidad defensiva en el gol de Simao: consintió una pared en el lateral del área.

Se entusiasmó algo la hinchada con el tanto del Kun, pero volvió al desánimo al minuto, cuando Bilic hizo el 3-1. Entonces le dio por tirar de ironía y mofa. Empezó a gritar '¡campeones, campeones!'. También le pidió a Cerezo que botara en el palco... Lo siguiente fue corear con olés cada toque del Sporting.

El desencanto es de tal calado en la gente del Calderón que ridiculizó a sus jugadores. Se cebaron con Pernía, al que le jalearon un voleón, exigieron su presencia en la selección y le aclamaron como Bota de Oro. Su verdadero pensamiento sobre el argentinó lo expresaron cuando saltó al campo. También hubo mensaje cuando entró Camacho, ovacionado, por Raúl García, pitado. En realidad, todo el partido fue un mensaje: basta ya.

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