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El campeón que no lleva séquito

Ecclestone, patrón de la F1, ya tiene la estrella que quería: 'Joven, inteligente y sin arrogancia'

ALBERTO CABELLO

Son contadas las ocasiones en que una lágrima viaja a tanta velocidad. Emoción a bordo de un vehículo capaz de alcanzar muchos kilómetros por hora. Agitada la bandera a cuadros en Abu Dabi, brotó el llanto del campeón más joven en la historia de la F1. El más difícil todavía. Sebastian Vettel (Heppenheim, 1987) ha perfeccionado la atracción circense del hombre-bala. Ahora se presenta en los circuitos como el niño o el chaval-misil. Su biografía se ha construido a partir de la misma efervescencia con la que su bólido gira por los circuitos de todo el mundo.

El alemán es una nueva versión de lo que en su día fueron Michael Schumacher, el golfista Bernard Langer o el tenista Boris Becker. Es un perfil nuevo, con más azúcar. Lejos de esa marcialidad bis-marckiana que presentó al mundo a esos tres fenómenos del deporte germano. El gesto de Vettel es pura amabilidad. Nadie dijo ni escribió jamás que la trascendencia fuera antónimo de la sonrisa. Su blanquecina dentadura estalla cada vez que puede bajo ese look de despreocupado cantante de uno de tantos grupos indies o de Shaggy, el cobardica compañero de Scooby Doo.

'¿Día más feliz? El que perdí mi virginidad', dijo en su primer triunfo

Es la naturalidad que desprende el talento del joven que se siente cómodo a 300 por hora porque es de lo que mejor sabe hacer en la vida. Que tuvo la suerte de encontrar muy pronto su vocación. Que hasta le quita mérito a sus logros. '¿Oiga, este será el día más feliz de su vida', le preguntaron el día de su primera victoria en el Mundial, en el GP de Italia de 2008. 'Creo que usted no estaba presente en el mejor momento de mi vida. Fue cuando perdí la virginidad', contestó el alemán. Nadie imaginaría una respuesta semejante de Langer después de lucir la chaqueta verde en la casa club de Augusta.

Este racimo de virtudes no pasaron desapercibidas para el capo de la F1. 'Si yo pudiera diseñar una superestrella, el resultado sería Sebastian Vettel. Es justo lo que este deporte necesita: juventud, supertalento, inteligencia, sin trazas de arrogancia. Amable con el público y accesible para la prensa', dijo una vez de él Bernie Ecclestone.

Vettel siempre cuenta que llegó a la F1 casi por eliminación, ya que en su cabeza rondaba la idea de convertirse en uno de los tres Michael a los que admiraba. Sin voz para emular a Jackson y sin altura ni tiro en suspensión para igualarse a Jordan, tuvo suerte con el tercero: Schumacher.

No tiene manager, ni jefe de prensa. Se refugia en su fisio y sus mecánicos

Y no resulta fácil, en su caso, construir una trayectoria con la carga de compartir nacionalidad y modalidad deportiva con un genio como Schumacher, siete veces campeón del mundo. Claro, como no podía ser de otro modo, en cuanto Sebastian llevó su kart a ganar carreras el apodo estaba cantado: Baby Schumi. Su trayectoria ha tenido, tiene y tendrá el sobre sí el molde del heptacampeón. 'Tenemos muchas cosas en común. Hemos nacido en localidades pequeñas, corrido en los mismos circuitos de niños, nuestros padres tenían oficios similares; pero mi intención es ser el Big Vettel y no el Baby Schumi', cuenta el nuevo campeón. El único germano además de Michael.

Sin embargo, algo sí que le deberá siempre al Kaiser. Fue él quien advirtió a Gerhard Berger, por entonces copropietario de Toro Rosso, de que por ahí había un chaval de apellido Vettel que conducía muy muy rápido.

El campeón del mundo de 2010 tampoco cumple el requisito del séquito a su alrededor. Va a su bola. Ni manager, ni jefe de prensa. Sólo su entrenador físico, Tommy, y la plantilla de mecánicos de Red Bull. Así que en lugar de recluirse en su habitación de hotel o pasar la noche en un caro restaurante prefiere quedarse en el circuito un jueves por la noche mientras sus compañeros de equipo ensayan una y otra vez el cambio de neumáticos para la carrera.

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