Público
Público

Campeones del mundo sin rostro

Fátima Gálvez (tiro olímpico) es la última en unirse a estos ‘rara avis’ españoles como Miguel Ángel López (marcha), Yolanda Matarranz (petanca) o Javier Fernández (patinaje) a los que, pese a su éxito, el gran público no es capaz casi ni de identificar en el metro.

Cinco campeones del mundo, alejados de los focos.

MADRID.- A las tres de la tarde, Yolanda Matarranz comienza a trabajar. Lo hace por turnos en el departamento de logística de Iveco y hoy le toca hasta las once de la noche. Pero en su vida hay algo que no se parece a la de sus compañeros, porque ella es actual campeona del mundo de petanca. Lo logró en el Mundial de Niza (Francia), donde escuchaba a sus rivales, las franceses, decir que “ellas sí pueden vivir exclusivamente de la petanca” y le contaban que “allí tienen muchos bulódromos, techados y con calefacción para entrenar en invierno. Pero aquello es la cuna de la petanca. Hay 350.000 licencias”.

Algo que Yolanda ni concibe en Madrid, donde entrena cada día “al aire libre haga frío, llueva o truene” en un parque de Daganzo que queda al lado de su casa. Pero la diferencia es que la campeona del mundo es ella, Yolanda Matarranz, la que se enamoró de la petanca a los 11 años, la que defenderá el próximo mes de noviembre su corona en el Mundial de Tailandia.

“¿Dinero? 2.500, 3.000 o 4.000 euros, la subvención del CSD llega a eso como mucho. Pero yo nunca jugué a esto por dinero. Lo hago porque me encanta sentir lo que siento”, explica Yolanda Matarranz que, en realidad, pertenece a una estirpe extraña. Una serie de españoles que, como ella, son campeones del mundo, alejados de la fama, desconocidos para el gran público, casi incapaz de reconocerles en un vagón de Metro o en la cola de un cine.

Yolanda Matarranz posa con sus bolas de petanca.

Yolanda Matarranz posa con sus bolas de petanca y una de sus medallas.

Sus vidas se alejan de la magnitud de sus títulos. Pero el secreto no está en quejarse, sino en disfrutar de una pasión como explica Fátima Gálvez, que acaba de proclamarse campeona del mundo de tiro olímpico el pasado fin de semana en Italia. Durante unos días las entrevistas han cambiado su ritmo de vida. Su pueblo le ha brindado un homenaje que no olvidará. Pero a partir de la próxima semana, regresará la austeridad. Fátima volverá “a hacer los 138 kilómetros que separan Baeza de Granada para poder entrenar” o a confesarla tantas veces a su madre, que está “harta de coche y de carretera”. Una queja que, sin embargo, terminará ella misma y se recordará que “ese viaje es imprescindible” y que ya llegará el tiempo de dedicarse a la Enfermería. “Ahora lucho por un sueño, no por una profesión”, explica.

Fátima Gálvez tras proclamarse campeona del mundo de tiro olímpico.

Fátima Gálvez tras proclamarse campeona del mundo de tiro olímpico.

Aconsejando a Rajoy

Son las cosas de estos campeones del mundo, historias complejas, historias de un día en el que, pese a todo, no despegan los pies de la tierra. Fue ése el principal consejo que dio Miguel Ángel López, campeón del mundo de 20 kilómetros marcha en Pekín, al presidente Mariano Rajoy cuando le recibió en La Moncloa. López ya había experimentado como puede ser la sociedad española. Al día siguiente de su monumental hazaña en Pekín, nuestros diarios deportivos abrieron su portadas con el oro de Usain Bolt en los 100 metros y le rebajaron a él a un extremo.

Pero a López no le ofendió. “Nadie tiene que endiosarme por ser campeón del mundo”, explica a los 27 años, sin fiarse en absoluto de la vanidad. “Yo me conformo con mi vida tranquila, con pasar muchas horas con mi novia, con mi familia, no le pido más a la vida”. Por eso hay preguntas que no le hacen falta. “¿Qué es un héroe? Me quedo con la frase de Iniesta cuando dijo que los únicos héroes eran los emigrantes que debían marchar de su país y mantener a su familia con un sueldo discreto. Ese no es mi caso”.

Miguel Ángel López tras ganar en los 20 kilómetros marcha en el Mundial de Pekín.

Miguel Ángel López tras ganar en los 20 kilómetros marcha en el Mundial de Pekín.

Hay algo de novelesco en estos personajes, tan excepcionales y tan desconocidos a la vez. No es fácil ser el mejor en nada y menos el mejor del mundo. Un título absolutamente objetivo en el que la falta de dinero ya no es un aguafiestas. “Jugando a la petanca me he sentido como nunca”, explica Yolanda, que viajó por medio mundo. “He sido cuatro veces campeona mundial. Mi patrimonio son los recuerdos”.

Una filosofía de vida que también es afín a Javier Fernández, que en el mes de marzo se proclamó campeón del mundo de patinaje artístico en Shanghai. Aquel día su historia pasó a los medios. El mundo descubrió en su boca que el patinaje aún le costaba dinero. “Tengo que pagar las clases, los coreógrafos, los trajes o mantenerme en Toronto (Canadá), donde entreno, que es muy caro”.

Es más, la historia de Javier Fernández llegó hasta el domicilio de sus padres, que continúa en el piso de 80 metros cuadrados de la Colonia Militar de Cuatro Vientos de Madrid de toda la vida. Su padre sigue trabajando como mecánico en la base de helicópteros de El Pardo y su madre de cartera de Correos mientras su hermana se busca la vida como enfermera.

Trabajo o pasión

Así es el hábitat de estos campeones del mundo, que nos enseña a relativizar el mito. El único que se mantiene en pie es el del sacrificio como el que vivió Javier Fernández a los 13 años cuando dejó a su familia y marchó a Canadá. Un sacrificio similar al que vivió Carolina Marín que, siendo hija única, dejó el barrio de La Orden de Huelva en el que vivía a los 14 años para venir a Madrid. Las lágrimas de ayer forman parte de los resultados de hoy. Carolina ha sido capaz de enloquecernos con el bádminton. Incluso, hasta Rajoy la mandó un SMS tras su primer título mundial para felicitarla. Desde entonces, hasta en las terminales de los aeropuertos extranjeros le paran para pedirle autógrafos. Pero sus ganancias en una especialidad que en Asia lo es todo, serían como una propina en otros deportes. No le dejarán la vida resuelta, de ningún modo.

Carolina Marín en un homenaje que le brindó Huelva este miércoles. /EFE

Carolina Marín en un homenaje que le brindó Huelva este miércoles. /EFE

Así es la realidad de estos personajes, llenos de paciencia como la de Miguel Ángel López. No es fácil llegar a tanto. “De niño, tuve que dejar de correr y abandonar a mi grupo de entrenamiento para hacer marcha. Me sentí tan solo que casi lo dejo”. Yolanda Matarranz también ha podido hacerlo, cansada de entrenar antes o después de trabajar, según los turnos que le toquen en Iveco. “Pero tengo una ventaja. Me encanta mi trabajo y la petanca es mi pasión”.

Fátima Gálvez tiene su propia calle en Baeza, su pueblo, “desde que fui campeona mundial junior en 2005”, y eso actúa como motor en los tiempos bajos. Javier Fernández, en el extranjero, sabe que sus padres se emocionan con él. Y Carolina Marín come como si fuese una más en el comedor de la residencia Blume, donde pasan a diario cientos de deportistas que no aspiran a ser campeones del mundo. Porque, reconocidos o no, eso solo es cosa de unos pocos.

¿Te ha resultado interesante esta noticia?