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"Carolina Marín es una persona, ¿cómo no va a tener miedo?"

Pablo del Río, psicólogo de alto rendimiento en el CAR de Madrid, tiene respuesta para todo. Hoy, trata con deportistas que sueñan con llegar o triunfar en los Juegos Olímpicos. Otras veces fueron tenistas u opositores a notarios. A todos trata de convencerles de que “tener miedo no es de cobardes”.

El psicólogo del CAR Pablo del Río.

MADRID.- Después de los Juegos de Río, asegura que se dedicará “a escribir”. Tiene vivencias más que de sobra y en la conversación con el periodista es una mina de titulares: “El cementerio está lleno de valientes”, “El miedo tiene que ser nuestro aliado”… A veces, hasta te interpela él a ti. Quizá porque la psicología es así y Pablo del Río, psicólogo de alto rendimiento en el CAR de Madrid, donde trabaja con más de 60 deportistas, podría ser una eminencia. Lleva en esto desde los JJOO de Barcelona'92. Venía del tenis y, a pesar de los 60 años que anuncia en su carnet de identidad, asegura que “es como si tuviese treinta”, lo que es una sabia consecuencia de su trabajo.

Allí convive a diario con gente joven que ahora está en máxima tensión, a medida que se aproximan los JJOO, el sueño de sus vidas en la mayoría de los casos. No se sabe si esto es más duro que preparar una oposición, pero Pablo del Río sí establece esa comparación, en la que también se le ocurre poner de ejemplo a generaciones pasadas, “a los Manolo Santana, Ángel Nieto, Mariano Haro… que no tenían ningún miedo a ganar. Luego, podían sentirse igual tomando unos vinos en Lavapiés que en una audiencia en la Casa Real”, explica.

¿Qué es la tensión?

Aquello que se produce cuando uno no controla lo que quiere. La gente entonces pide ayuda para realizar un trabajo y a veces vienen fuera de fecha. Y no es fácil, porque uno no trabaja sólo con ese deportista; también lo hace con esa persona y puede que esa persona no sea feliz… porque no todos los deportistas son felices.

Entonces, ¿así no se puede acabar con la tensión?

No tiene por qué si uno consigue explicar que este es un proceso que dura años. No hay que esperar a que se acerquen los Juegos Olímpicos para dominar el estrés, porque esto es como si una persona a la que no le crece el pelo, de repente, se pone a buscar un crecepelos. No lo va a encontrar, porque no se puede encontrar algo que no existe.

Pero, ¿a los deportistas no les gusta el estrés? ¿No les atrae?

A todos no. Los hay que no saben como manejarlo. Pero es que, antes de deportistas, son personas. Mire, hace diez minutos estaba hablando con un nadador que se ha quedado a una centésima de su mejor marca. Lleva la temporada de su vida, pero hay tanta competencia en el relevo que no se sabe si podrá estar en los Juegos. Y se trata de un hombre que ha hecho todo lo que debía hacer, que está esperando lo que no depende de él para cumplir su sueño y que hasta el 10 de junio no sabe lo que pasará. Esa espera es muy dura.

La incertidumbre es dura.

Pero es que esto va más allá. Imagine que usted tiene que escribir una crónica y competir con los mejores del mundo y que aún así el resultado final de su trabajo va a depender del impacto que tenga esa crónica. ¿Acaso eso es algo que dependa de usted? ¿Qué puede hacer ahí?

¿En su cabeza habitan multitud de cabezas?

La primera cabeza que tengo está habitada por la familia y los amigos, sin ninguna duda. Pero a partir de ahí hay que diferenciar, y a veces no es fácil. Yo estoy con deportistas que trabajan bien de lunes a jueves y que viernes, sábado y domingo se dedican a competir. De repente, puede ocurrir que ellos mismos se infravaloren, su cabeza deje de funcionar y ese sábado, a la una de la tarde o a las diez de la noche, yo reciba una llamada desde Génova, pongamos por caso. Y eso claro que puede afectar a mi vida familiar. Pero, ¿cómo no voy a cogerles el teléfono? ¿Cómo no voy a estar a su lado en un momento así? Máxime ahora que estamos en temporada alta en ocho o nueve deportes, que buscan esa clasificación para los JJOO.

Usted también tiene estrés entonces.

Claro, yo tengo que aplicarme mis propias terapias. Pero es difícil. Comienzo a trabajar a las tres y, hasta las nueve, cada hora veo a un deportista de una modalidad diferente, sea halterofilia, piragüismo, gimnasia, atletismo… Cada uno viene a mí con un problema diferente y hasta me puedo encontrar con dos gimnastas que se están jugando la plaza para los JJOO, que buscan los mismos objetivos. Y eso no es fácil para mí, porque ellos también me transmiten las emociones que tienen, pero…

¿Qué puede hacer usted el día de la competición?

Dos o tres días antes, claro que uno puede ayudar a que el deportista obtenga un resultado óptimo: una mirada, un gesto, una palabra, la propia compañía, todo eso lo experimenté en los Juegos de Londres 2012 con Nicolás García, un ejemplo brutal. Sus dos compañeros ya habían ganado medalla y parecía que era suficiente y él se había quedado más solo que la una en la Villa Olímpica, donde su familia no podía entrar. A través del teléfono tuve que convencerle de que él también podía ser medallista, de que los Juegos no se habían acabado para el taekwondo español. Tuvimos éxito. Nico, que ahora ha terminado Arquitectura, logró la plata.

¿Todos tenemos nuestro momento?

Sí, pero cuente con que los Juegos nunca serán el mejor sitio para lograr grandes rendimientos, porque tienen que ser a una hora H y en un día D que sólo se repite cada cuatro años, que no tiene en cuenta si esa noche uno ha dormido mal, si le ha entrado una diarrea o, por la razón que sea, ese día le duele la cabeza.

Pero eso es algo que también le pasa a los opositores. Incluso, peor, pues ellos se juegan un trabajo para toda la vida.

Bueno, depende de las expectativas. Yo he trabajado con opositores a notarios, a jueces, al Registro de la Propiedad… y hay un porcentaje alto que acaban abandonando después de siete años, de someter al cuerpo a jornadas de estudios de siete horas diarias de lunes a domingo con sólo una tarde libre. Y sí, claro que también es muy duro, porque están buscando lo máximo, el máximo nivel.

Pablo del Río, con Nicolás García y su plata en Londres.

Pablo del Río, con Nicolás García y su plata en Londres.

¿No acaban locos?

No, no tiene por qué. Se trata de gente preparada para competir consigo mismo, con la agonía, con el esfuerzo, con la propia fatiga… y eso no es ni tiene por qué ser patológico.

¿Por qué todo es tan difícil entonces?

Porque tiene que ser así. Yo veo a deportistas que entrenan más fuerte de lo que luego se van a exigir en la competición. Pero la diferencia es que si lo trasladamos a la halterofilia, uno puede hacer 24 o 25 repeticiones a lo largo de la semana y, sin embargo, en competición tiene tres, y una de ellas debe ser perfecta. Sólo una duda, una mísera duda en ese momento, acaba con todo.

¿Los medallistas necesitan la perfección?

No sé si la perfección, pero ir a los Juegos es duro. Tu nivel debe ser el máximo y aún así no siempre es suficiente. Vas a competir frente a los mejores del mundo. Ante eso hay gente que se queda fuera por la propia presión que se autoimponen y porque no son capaces de desdramatizarlo. Si fuesen los Juegos de su barrio sería diferente. Podrían ser hasta medallistas, pero entonces no serían los Juegos Olímpicos. No se celebrarían cada cuatro años, etc.

¿Hay que convencer a los deportistas de que uno no tiene un contrato firmado con el miedo?

No, ¿por qué?

El que tiene miedo no suele triunfar, ¿no?

No estoy de acuerdo. El miedo tiene que ser nuestro aliado. ¿Quién no ha tenido miedo alguna vez? El cementerio está lleno de valientes. Pero precisamente para eso preparamos a nuestro organismo: para dar buenas respuestas frente al miedo. Otra cosa es que el miedo se convierta en una crisis de ansiedad. No, eso ya no.

¿Tiene miedo Carolina Marín?

Es una persona, ¿cómo no va a tener miedo? Tener miedo no es de cobardes. Es una respuesta, una emoción que sólo tenemos que saber lo que significa, manejarla, interpretarla, preguntarnos: "¿De qué tenemos miedo?". Si lo sabemos, entonces sí se puede reestructurar el problema.

Yo he hablado con deportistas que son incapaces de dormir la última noche antes de la competición.

Yo le puedo asegurar que también los hay que duermen de maravilla. Todo eso depende de la incertidumbre que se cree cada uno. El autocontrol es sinónimo de rendimiento, de dominio, y, si yo lo tengo, ¿quién me va a impedir dormir?

Otra buena respuesta suya. Hacen multitud ya.

Si yo realmente me conozco, ¿por qué? ¿qué me va a impedir pensar que lo voy a hacer bien? Otra cosa es que uno salga a competir, se apaguen las luces, su cabeza se trastoque, se olvide de que ya está todo hecho y pierda su autocontrol.

¿Tiene usted respuesta para todo?

Sí, para casi todo. Ayer tuve una conversación con una deportista en la que no me hicieron falta las palabras. Provoqué un silencio de quince o veinte segundos que lo dijo todo. Son muchos años de experiencia: llevo 35 años de profesión desde 1992 preparando Juegos, Mundiales… y reconociendo cada día el valor de una medalla olímpica. Sin ir más lejos, en los JJOO de Londres lo máximo que se consiguió de todos los deportistas que se preparan en el CAR de Madrid fue una medalla.

¿Por qué en los JJOO de 1992 hubo tantas medallas? ¿Acaso entonces era más fácil?

Era diferente. Había menos países y no competías con tanta gente. No se puede ni comparar. Es más, no sería justa esa comparación.

¿Ama usted a los JJOO?

Sí. Sé que ya no es como antes, que se han adaptado a la sociedad, que antes, como decía Pierre de Coubertin, lo importante era participar y, sin embargo, ahora si no estás a la altura de lo máximo que se espera de ti, no te vale. Pero esto es así. Ahora tienes hasta las redes sociales. De vez en cuando hay que recomendarle al deportista: "Apaga el teléfono y olvídate de todo". Es la única manera de desconectar.

¿A qué ídolo pone de ejemplo?

A Nadal, siempre a Nadal, porque desde que empezó es un hombre consciente de que iba a tener fecha de caducidad y es algo que muchos deportistas no quieren ver. Al contrario, hay que convencerles de que están aquí por un tiempo determinado; uno, dos, tres años, los que sean… pero después va a ser muy difícil que puedan vivir de ese deporte.

¿Y antes de Nadal?

Los Ángel Nieto, Manolo Santana, Mariano Haro… La capacidad para triunfar de esa gente, la cabeza que tenían que les permitía desenvolverse igual en una audiencia en la Casa Real que tomando unos vinos en Lavapiés. Y todo eso que nos dejó esa gente lo considero impagable.

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