Este artículo se publicó hace 15 años.
El electricista que tocaba los palos
Sus íntimos describen el carácter del alpinista abandonado
El dispositivo ya estaba casi dispuesto. Hacía días que le daban vueltas; querían montar una gorda para recibir a Óscar, el fiestero, el amigo que se había marchado a Paquistán, a una de las suyas en la montaña, y se había quedado atrapado en Latok II, con un mano y una pierna rotas. Estaban convencidos de que, pese a la crítica situación, Óscar regresaría. Siempre lo había hecho, con su sonrisa de oreja a oreja. Y, además, habían acudido en su rescate, con un gran dispositivo. "Y nos parecía mentira, aún hoy nos lo parece, que donde había podido llegar él nadie más pudiera hacerlo", dice Raquel, amiga de infancia de Óscar Pérez, el alpinista oscense accidentado y perdido en el Himalaya paquistanés.
Pero, en lugar de a la pretendida fiesta, hace apenas un día que acudieron a una misa que apenas comprenden. "No sabemos qué era... ¿un funeral? No sé, supongo que una misa homenaje", señala Pilar, otra de las amigas de Óscar, acodada en la barra del bar más popular de Tramacastilla, el mismo en el que solían reunirse con el alpinista aragonés cuando éste, y lo hacía a menudo, volvía al pueblo. "Es que hablo de Óscar y, pese a todo, me sale una sonrisa; porque él era así, súper alegre", añade Pilar.
"Óscar era divertidísimo, un crack, tenía una marcha tremenda y le encantaba la fiesta""Sí, sí, Óscar era divertidísimo, un crack, tenía una marcha tremenda y le encantaba la fiesta", corrobora Raquel, que, como sus tres hermanos y la mayoría de jóvenes del pueblo, se crió junto al alpinista. "Esto es pequeño, nos conocemos todos, salimos juntos y Óscar era el primero en ir de ronda, en las fiestas de San Lorenzo, con el paloteau", cuenta Raquel que, ahora, no quiere ni oír hablar de las fiestas. Se celebran el primer fin de semana de octubre, pero, según revela, propondrán que se suspendan. "Sé que él no lo habría querido y que nos habría dicho que estamos tontos, pero éramos una pandilla y no tenemos ánimo", confiesa Raquel. Sin levantar apenas la mirada del periódico, Raúl, otro de los del grupo, suelta: "Es que no se pueden celebrar".
Los medios de comunicación les han invadido estos días y, aunque ha sido "una avalancha y un agobio", y a menudo les cuesta contener la emoción cuando evocan al amigo perdido en las montañas del Karakorum, van dejando frases que definen el carácter de Óscar Pérez. "Aunque era muy bueno en lo suyo, no le gustaba hablar de lo que hacía en la montaña, no era nada fardón", señala Raquel, más enterada ahora, por la prensa, de las gestas deportivas de su amigo que cuando compartían charlas.
"El 13 de junio me dijo que se iba a Paquistán y yo le dije que estaba chalado. Siempre lo hacíamos, bromeábamos y nos reíamos con eso, pero lo respetábamos porque sabíamos que él era feliz. Sólo había que ver la cara que ponía cuando anunciaba que marchaba a alguna expedición", apunta Raquel, antes de regresar a la normalidad de su trabajo, "con la angustia de ver que lo han dejado allí, sin saber qué ha pasado". Los visitantes siguen dando trabajo a la gente de este precioso pueblo. Los niños, alterados, lo ocupan con sus bicicletas y Raquel concluye: "para mí, que aún está vivo".
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