Este artículo se publicó hace 14 años.
Empiezan a hablar las pistolas
La radio puso en tensión al blanquito europeo camino del hotel de concentración de Brasil: "Roban a punta de pistola a periodistas que siguen a Portugal". Le pregunto a Jason, el chófer, si he escuchado bien. Me responde afirmativamente. A todo esto, Jason es un escuálido estudiante de Arquitectura, muy amable y educado, pero me temo que si hubiera conflicto tendría que protegerlo yo a él. Aunque en un caso como el sucedido en Magaliesburgo no hay nada que hacer.
Los asaltantes se colaron a las 4:30 de la madrugada en el hotel Nutbush Bomas, encañonaron a algunos periodistas y se llevaron todo. Entre los asaltados está Miguel Serrano, compañero de Marca, que dijo aterrado: "Sólo me han dejado la ropa sucia y la acreditación".
El hecho descabalga cualquier teoría defendida por la FIFA y la organización sobre la elección de Suráfrica y las palabras que garantizaban la seguridad de todos los asistentes; la vertiente económica del fútbol sólo vela por la seguridad del negocio. La página web de la FIFA nos envió a Jason y a mí a un tour de 40 kilómetros por los alrededores de Johannesburgo. El hotel de Brasil se llama Fairway Golf Club. En el documento de los organizadores sólo pone Fair-way Hotel. Y, claro, el GPS no distingue.
La ruta me descubrió apelotonados chamizos de latón. Es otro Mundial, quizá el de la supervivencia. Otra cara que ni siquiera el ruido del fútbol podrá silenciar. El primer grito se ha escuchado en Magaliesburgo, pero la realidad que rodea a este Mundial es cruda se mire cómo se mire. Con ojos de blanquito europeo o de lo que sea. Suráfrica 2010 reparte un gran pastel, pero no en los alrededores de Johannesburgo. Allí sólo llegan las migajas. Merchandising a granel que casi nadie compra, porque bajar la ventanilla es desafiar las normas de ese otro Mundial que permanecerá después del 11 de julio. Es ese Mundial que camina por los arcenes, a veces descalzo, cuyo destino es indescifrable para el blanquito europeo.
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