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Con el enemigo en casa

Sólo en la Fórmula 1 tener un compañero al lado el día clave es menos ventaja que problema

ÁNGEL LUIS MENÉNDEZ

La F1 es un invento diabólico cuya única característica verdaderamente deportiva, la competitividad, es tan exagerada que convierte en falacia la denominación de equipo que se le da a cada escudería participante.

En cualquier otra disciplina resulta inaudito que dos asalariados, Vettel y Webber, de una misma empresa, Red Bull, puedan anteponer sus egos hasta el punto de servir el domingo en bandeja el título de campeón del mundo a un tercero, Fernando Alonso, de Ferrari. Pero en la F1 es una historia muy vieja.

En el segundo Mundial, en 1951, Luigi Fagioli milita en Alfa Romeo junto a Juan Manuel Fangio. En la cuarta de las ocho carreras, el GP de Europa en Reims (Francia), Fagioli circula tercero tras salir desde la séptima posición. Su compañero argentino, con problemas mecánicos, ha descendido desde la pole hasta la penúltima plaza. Faltan 54 vueltas y el italiano recibe la orden de parar, bajarse del coche y cederle el asiento a Fangio. Este, que acabaría ganando el primero de sus cinco títulos, remonta hasta lograr el triunfo.

Según el reglamento de entonces, ambos pilotos figuran como vencedores de la carrera y, por tanto, sumaron cada uno la mitad de los ocho puntos correspondientes. De hecho, Fagioli firmó su única victoria y, como quiera que lo hizo con 53 años y 22 días de edad, figura como el más viejo de la historia en conseguirlo. Nada de eso consoló al italiano. Su enfado fue tal que no subió al podio, provocó un violento altercado en el garaje de la escudería y abandonó para siempre el circo de la F1.

Treinta años más tarde, Bernie Ecclestone, ya patrón de la F1, tuvo una de sus extravagantes y comerciales ocurrencias: la última prueba del Mundial 1981 se celebró en un revirado circuito construido en el aparcamiento de un hotel de Las Vegas. A la cita llegaron tres pilotos con opciones de título: Carlos Reutemann (Williams, 49 puntos), Nelson Piquet (Brabham, 48) y Jacques Laffite (Ligier, 43). El líder hizo la pole. Junto a él, en la primera línea de salida, su compañero de equipo, Alan Jones. Su peor enemigo. El australiano, campeón del mundo el año anterior, arrancó la temporada con la firme promesa de la escudería de apostar por él para renovar el título.

Todo se torció en Brasil, segunda cita del curso. Diluviaba sobre el circuito y los dos Williams dominaron de principio a fin, siempre con Reutemann en cabeza. Durante las últimas vueltas, cada vez que pasaba por la recta de meta un mecánico le mostraba un cartel con la orden de dejar pasar a Jones. No lo hizo, ganó y ya nada fue igual.

En Las Vegas, Reutemann y Jones exprimieron al máximo sus Williams el sábado hasta el punto de obligarlos a cambiar ambos motores para el domingo. El argentino pidió que le dieran el más nuevo y potente, pero Frank Williams, fundador y jefe del equipo, se lo negó aduciendo que le pertenecía al australiano. Jones se encogió de hombros: 'No veo cómo puedo ayudar a Reutemann. Como miembro de la Commonwealth, lo consideraría antideportivo'. Cuando se apagó el semáforo, el Gaucho triste tomó la delantera, pero de inmediato comenzó a sufrir problemas mecánicos que le relegaron a la quinta plaza. Piquet marchaba justo detrás de él. El brasileño, enfermo y con fiebre, apenas podía concentrarse, pero logró adelantar al argentino y ganó el Mundial por un solo punto.

Ayrton Senna y Alain Prost escenificaron en McLaren una grandiosa batalla durante dos inolvidables temporadas. En 1988, el brasileño se proclama campeón. Un año después, en el GP de Japón, penúltima carrera del curso, Senna necesita ganar las dos últimas pruebas para arrebatarle el título a su compañero. En Suzuka los dos circulan pegados, el francés por delante. Al llegar a la chicane Casio, el brasileño embiste a Prost que tiene que retirarse y es descalificado. El francés ganó el Mundial y anunció su fichaje por Ferrari. Senna murió en Imola en 1994. Años después Prost confesó: 'Cuando Ayrton murió, una parte de mí murió también'.

El penúltimo capítulo de cainismo escribe su primera línea agria el sábado 4 de agosto de 2007 en Budapest, cuando en el último suspiro de la calificación el McLaren de Alonso, parado en boxes, bloquea al de su compañero Hamilton y le impide salir a tiempo a pista para intentar rebajar el tiempo de la pole obtenido por el español. Lewis y su padre denuncian al asturiano, que es sancionado por los comisarios, y el box inglés se vuelve un polvorín. A Brasil, última cita del año, Hamilton llega líder, le basta ser segundo para ganar. Alonso tiene menos opciones de título. Raikkonen (Ferrari) está al acecho.

Tras una salida fulgurante, Alonso adelanta a Hamilton quien, nervioso, intenta devolverle la jugada. El inglés derrapa, pierde posiciones y en la décima vuelta aprieta un botón equivocado en su volante y su bólido se bloquea durante unos segundos preciosos. Por delante, Massa, líder de la prueba, ejecuta una larga parada en boxes y, con disimulo permite que Raikkonen gane la prueba y el Mundial. Alonso, tan contento, hasta lo celebró. El finlandés no era su rival. El enemigo siempre está en casa.

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