Este artículo se publicó hace 12 años.
España ya no se enfada con la derrota
El 800 no soluciona los problemas de nuestro atletismo. Concha Montaner cae en salto de longitud y Casañas tampoco se aproxima a la medalla en disco
Si no quieren tener un problema con nuestros atletas, no discutan: la derrota es nuestra. Y no hay debate posible. Al menos, en estos Juegos Olímpicos ha sido un derecho adquirido en la bellísima pista del estadio de Stradford, donde nuestras ilusiones duraron un segundo. Soñábamos con un milagro en el 800 y, naturalmente, fue imposible. Jamás en la vida hubo un representante español en una final olímpica de 800 metros y no podía ser esta vez. Jugamos tres cartas, tres andaluces (Marco, Kevín López y Reina), que tienen fama de astutos, como los toreros de su tierra, pero esta vez fue gente fácil de domesticar. Antes de que cada serie entrase en la última recta, estaban desengañados y corneados. Muy mal asunto para ser felices.
Kevin López apareció especialmente ambicioso en la segunda serie. Se pegó a la cuerda y a la espalda del keniata Ruidisha, como si se tratase de un misionero. Convencido de que ese era su deber ("había pensado siembren correr de esa manera"), olvidó la cabeza en el vestuario. La primera vuelta se pasó en 51.30 y Kevín venía de hacer 1.43.74 en Mónaco hace un par de semanas. El ritmo, por tanto, no era alto para él. Pero en los Juegos no sólo influye la marca. También el carácter y a los 300 metros, Kevín dejó de concursar ("vi que ese no era mi ritmo") y vendió muy barata su derrota. La diferencia es que el inglés Andrew Osagie, que tiene una marca muy inferior a la suya, progresó hasta la segunda plaza. Superó a gente como Simmons o Borzakowski, porque los Juegos el carácter importa mucho: es una expresión de riqueza o del hambre que pasaste.
Luis Alberto Marco corrió en la primera serie, porque estaba en el cartel. Nada más que por eso, porque en la pista se esclavizó a la derrota. Así que, realista, tampoco se enojó de palabra. "Cuando uno lo da todo", aceptó, "sólo queda felicitar a los rivales". Y la última opción fue para Reina, uno de esos atletas que tienen categoría de genios cm en otra época pudo ser Pentinel. Reina aparece o desaparece, casi nunca hay término medio con él. La fortuna es que este año olímpico había vuelto a parecerse a sí mismo. Pero en la semifinal, donde se podía estudiar su riqueza, no hubo manera. La carrera empezó demasiado rápido y a Reina le cogió último. De ahí a la meta fue penoso. No hubo un segundo para ilusionarse con él. Y lo intentó, claro; lo último sería que no lo intentase.
Pero, en cualquier caso, no se engañen y no se hagan mala sangre. Todo esto es el reflejo de una mala época: el atletismo español ha sido tan fácil de derrotar como de destruir en estos Juegos en los que Concha Montaner peleó con el diablo. Tampoco pasó a la final de salto de longitud. Sólo llegó a saltar 6.13 metros con lo que no hubo lugar para sueños irresponsables. Y la última opción de la noche, Frank Casañas, firmó un séptimo puesto que en estos tiempos hacen tanta ilusión como el primer amor. Pero, en fin, tampoco oculta la realidad. Hay que volver a empezar cuanto antes.
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