Este artículo se publicó hace 17 años.
Eva se dejó el zumo de naranja a la mitad
Toda la historia de cómo fue la conversación que mantuvo el redactor de Público con la mujer de McDonald.
Conocí a Eva hace más de dos años. Ella apareció un día por la redacción de la revista Sie7e, cuando el semanal vivía aún en la clandestinidad de los números cero. Desde entonces comenzó una relación laboral (yo era redactor jefe y ella colaboradora) que concluyó el pasado diciembre con el cierre de la publicación. No tuvimos contacto directo desde entonces. Hasta el pasado viernes 21 de septiembre. Quedamos a las 12.30 horas en el Starbucks situado en el número 27 de la calle Génova, en Madrid. “Perfecto, no me pilla mal”, me dijo el día que concretamos la cita por teléfono.
Eva apareció cinco minutos antes de lo previsto. Yo le esperaba tomando una botella de agua. Ella vestía una camiseta de punto color mostaza, escotada, que completaba con un pañuelo anudado al cuello, y unos vaqueros ajustados que terminaban en unos zapatos negros de aguja con un tacón interminable. Nos saludamos amistosamente. “¿Qué quieres tomar?”, le pregunté. “Un zumo de naranja”. Pagué 3,60 euros y nos sentamos en dos sillones en el fondo del local, debajo de una gran cristalera. Ella se sentó de espaldas a la puerta, ausente de las miradas cautivas de algunos hombres que iban consumiendo su café. Eva estaba relajada charlando de su última sesión de fotos para la página web en la que colabora. Se tocaba la melena mientras soltaba un torrente de palabras sobre su futuro proyecto como diseñadora de ropa masculina.
Bebía un poco de zumo, se reía.“Eva, quiero hablar contigo de una noticia que nos ha llegado al periódico para conocer tu opinión, porque vamos a publicarla y queremos contrastarla. ¿Es cierto que te has casado con Will McDonald?”. Mi pregunta no le sobresaltó. “Sí”. “¿Y cómo le conociste?” Eva quiso responderme libremente. Podría haberse excusado con un simple ‘no quiero hablar del tema’. Pero no fue así. Habló de su trabajo como relaciones públicas en diferentes locales nocturnos de Madrid. De la afición que comparte con Will por el Funky. Precisamente fue en un local que pincha este estilo de música donde se conocieron. “Es un chico un poco cortado. Le costó acercarse. Me pidió el teléfono, pero no me llamó hasta tres semanas después. ¡Pensaba que no iba a hacerlo!”. Continuamos con la charla. Antes, Eva apuró otro sorbo de zumo.
Niega contacto con las mafias
Siguió hablando de su vida nocturna y de los deportistas que ha conocido en los diferentes locales. “Entonces vuestra boda no se produce por una de las mafias que pone en contacto a chicas con deportistas extranjeros...”, le comento. “No”, me responde. “Pero es cierto que me casé con él por amistad, yo tengo la conciencia muy tranquila. No creo que haya hecho nada malo. He ayudado a un amigo”. Eva sigue sin pedirme que dejemos de hablar del asunto. Me cuenta que charlan una vez por teléfono a la semana, que si se enfada, como amiga le dejará de hablar. Pero, salvo un viaje a Tampa este verano, del que no suelta muchos detalles, apenas me facilita datos de su convivencia con Will.
“¿Y dónde os casásteis?”, le pregunto. Eva cambia el gesto. “No me acuerdo”, responde. Debió notar la perplejidad en mi cara porque en seguida se excusó: “Yo sé los verdaderos motivos por los que me casé y no los quiero contar todavía”. Abordo el tema del dinero. Eva niega la cantidad de 2.500 euros al mes o de una suma más elevada por haber aceptado el matrimonio, aunque reconoce las ayudas de Will. También niega saber nada sobre la situación del pasaporte de su marido, aunque reconoce que ella ha solicitado la nacionalidad estadounidense porque quiere abrir una tienda de ropa en Madrid y otra en Miami. “Así no tendré problemas de papeles para abrirla”.
Quiere diseñar bañadores. Le animo a que Will pase sus futuros modelos. “No quiero aprovecharme de su fama. Además tendría que hacer uno muy grande”. Eva se quita el pañuelo del cuello. Recibe una llamada al móvil. La conversación es corta.
Le vuelvo a repetir que vamos a publicar la historia. “Ha salido alguna que otra cosa ya. A mí me da igual lo que se publique porque sólo yo conozco mis razones”. Le animo a que me las cuente. Eva declina: “No quiero hablar más para que no piensen que voy buscando dinero o protagonismo. No quiero ir de plató en plató de televisión”. “Si alguna vez quieres contar tus razones hazlo en un medio serio”, le aconsejo yo. Eva asevera. Mira el reloj. “Me tengo que ir al médico”. Coge su bolso de leopardo y desaparece Génova arriba. El zumo de naranja quedó a la mitad sobre la mesa.
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