Este artículo se publicó hace 14 años.
La fe que se disipó con el fútbol
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La conjura de un vestuario por toda una generación que no ha visto ganar al Atlético el derbi madrileño, y van 21. La agradable tarde de terrazas teñidas de rojiblanco en los aledaños del Calderón desde primera hora. Los fuegos de artificio lanzados en la zona de bares frecuentados por ultras atléticos antes del encuentro. La bengala de humo amarillo que un árbitro asistente intentaba disipar para que no afectara a la visibilidad del partido. El mosaico enorme dispuesto a lo largo y ancho de la grada.
Toda esa fe, toda la fiesta, se acabó cuando el balón empezó a rodar, cuando Benzema lo acarició para ponerlo por encima de De Gea o cuando Özil le batió. Por mucho que la afición se acordara de insultar a "ese portugués", Cristiano, o rescatar el "así gana el Madrid" al no señalar el árbitro un posible penalti a Reyes, o destacar que "el árbitro es merengue". Los decibelios de la afición del Atlético no tuvieron traducción en el césped, silenciados por el oficio letal de un Madrid visitante y con el público más hostil. "¡Que bote el Calderón!", cantaron, sarcásticos, los ultras del Madrid. A la afición del Atlético le quedó mirar a la directiva. Y a algunos, los cánticos racistas.
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