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Gesto de autoridad

Los azulgranas apretaron cuando era necesario para cumplir el objetivo en un partido marcado por la suplencia de Ronie y la expulsión de Rijkaard.

NOELIA ROMÁN

El día que menos se esperaba; el día en que todos los indicios apuntaban a una alineación segura, Frank Rijkaard tuvo el gesto de carácter que se le reclamaba desde hacía semanas y, sin mediar aviso, borró a Ronaldinho del once titular.

Sin que la pelota comenzase a rodar, el partido ya tenía su imagen: el Gaúcho sentado en el banquillo, al lado del técnico holandés. Inédita en el pasado y largamente esperada, la estampa duró menos de lo esperado: no había concluido el primer acto del encuentro, cuando el árbitro envió a Rijkaard a la grada por protestar y el Gaúcho se quedó  solo en el banco, esperando su momento, que también le llegó.

Para entonces, el Barcelona, que no había echado demasiado en falta al brasileño, dominaba en el marcador y ya se había asegurado la primera posición de su grupo. El árbitro le había concedido un penalti más que dudoso convertido por Messi y los azulgrana aguardaban el desenlace de un encuentro que habían comenzado con mucho brío y un gol precioso, pero que, poco a poco, moría de inanición. Quizá para darle más lustre, quizá para evitar hablar de castigo,  Rijkaard, desde la grada, ordenó la entrada del Gaúcho. 

Aparentemente recuperado del cansancio que le abatió ante el Recreativo, Ronaldinho tuvo entrada desafortunada, aunque no dependió de él: llevaba poco más de cinco minutos sobre el césped, cuando Juninho colocó el empate definitivo en el marcador. El delantero francés transformó un penalti cometido sobre Keita por Abidal y ahí se acabó la historia de un encuentro que prometía mucho en el inicio y acabó siendo uno entre muchos más.  

Y eso que el arranque no pudo ser mejor para el Barça, que sólo necesitó de dos minutos para trenzar la mejor jugada de toda la primera parte. Xavi recuperó un balón en propio campo y habilitó a Messi, que condujo entre la defensa francesa hasta que encontró a Bojan. El joven canterano, que entraba por la derecha, levantó la cabeza y dejó el cuero en los pies de  Iniesta que, desde la izquierda, batió a Vercoutre. Fue una triangulación perfecta, de libro, un inico que invitaba a pensar en una noche de exhibición azulgrana.

El Barça controlaba la pelota, la hacía circular bien, dominaba la escena, se gustaba. Hasta que cometió un error tonto, que le costó el empate, apenas cuatro minutos después de haber abierto el marcador. Juninho botó una falta muy próxima al círculo central y su centro, que no acertó a despejar Puyol ni a rematar Schillaci, acabó en la red. 

La tontería atribuló a los de Rijkaard que, poco a poco, fueron cediendo dominio ante un Olympique que, necesitado de la victoria, se creció e hizo trabajar a Valdés. Hasta en dos oportunidades consecutivas tuvo que emplearse el meta para evitar que los franceses celebraran su segundo tanto.  Y sólo el pie de Abidal, en la misma línea de gol, lo evitó en la segunda ocasión, cuando Juninho se encontró solo, con el balón que Valdés le había arrebatado a Govou.

Aliviado en el descanso, el Barça regresó más dominador pero falto de pegada. Condicionado por su físico, a Bojan le costó imponerse a la defensa francesa y sólo Messi, con sus internadas y su frialdad en  los penaltis, agitó el ataque del Barça, que mereció algo más.

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