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Hay domingos que en ‘Fuenla’ se trabaja

CONTRACRÓNICA. El gol de Torres unió a toda España en un solo grito. Desde Viena, once jugadores hicieron feliz a todo un país y rompieron todas las barreras que en 44 años se ha

LADISLAO JAVIER MOÑINO

El pitido más esperado por el fútbol español sonó seco, austero. Luis Aragonés lo esperó dando instrucciones. Con las manos en jarra, diciéndole a Casillas que esperara a que sus compañeros se abrieran. Cuando el italiano Rosetti tomó el aire para impulsar la proclamación definitiva de España como campeona de Europa, Aragonés ya estaba camino del vestuario; los abuelos tienen prohibido llorar en público. Cuando volvió a saltar al campo se dejó mantear; a veces, los abuelos son los juguetes de los niños. Casillas, Luis, Puyol, Cesc, Xavi, Marchena, Capdevila, Güiza, Senna, Iniesta, Silva, Ramos, el Niño…

Sí el Niño, que salió peinado a lo Beckham y se llevó el dedo a la boca cuando marcó; necesitaba el mimo del gol. Ya no llevaba el flequillo ladeado y cuidadosamente alisado hacia un lado. Se repeinó hacia atrás, que en su caso es lo mismo que decir que se arremangó. Saltó el campo de bonito, como hacen los domingos en la Fuenlabrada que le vio crecer. Hay veces que para algunos los domingos no son domingos en el cinturón industrial. Siempre trabaja alguien; siempre hay una mano grasienta en una barra de bar de barrio a la hora del vermut.

El Niño se puso el mono de hombre esforzado y persiguió varias pelotas que agujerearon la tranquilidad de la defensa alemana y envalentonaron a la hinchada roja. Para el gol, sin embargo, se puso la ropa de discoteca. La pelota iba picadita, con el suspense de todo toque suave y fino. La trayectoria era seguida por todo el banquillo español en pie, ansioso de que traspasara la raya de gol. El balón giraba sobre su propio eje, como Europa giraba ayer alrededor de España. Un par de rotaciones más como el mismo sol; gol.

Todo el banquillo español invadió el campo. Antes del inicio del partido, mientras los alemanes calentaban los 23 sobre el rectángulo de juego, los suplentes habían hecho un rondo; el estilo no se negocia ni para calentar. Luego los tuvo que contener el cuarto árbitro hasta la hora más anhelada por el fútbol patrio. La carrera de los suplentes hacia los que están en el campo son un clásico de estas citas.

Todos juntos, ya abrazados de locura y éxito, saltaron las vallas publicitarias y se fueron a fundirse con la afición roja. Han sido tantos años, tantos disgustos que esa simbólica fusión dibujó a toda la España futbolística. Por primera vez en 44 años, la entrega de la época no estuvo regada de lágrimas de derrota. Esta vez fue Alemania la que hizo de España. Con Ballack a la cabeza; ni con su sangre pudo evitar perder su décima final.

Casillas no veía la hora de recoger la Copa, se tocaba la medalla, se mesaba los cabello; la consciencia de haber hecho historia. Caminaba tan orgulloso como alterado por los nervios. Se fundió en un abrazo con el rey Juan Carlos; Móstoles y La Zarzuela; la pelota no distingue clases. Luego, se fue al borde la plataforma que ejercía de pódium. Allí le entregaron el trofeo. Lo tomó entre sus manos y lo levantó con rabia, sintiéndolo, asegurándose de que podía decir ese: ¡sííííííííííííííí!.

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