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El hombre que sabe perdonar

Del Bosque vive entre llamas en una Eurocopa que duda de sus decisiones

ALFREDO VARONA

No ha pasado ni un mes, pero parece que ha sido un siglo desde que Del Bosque dio la lista definitiva y dejó fuera a Adrián y a Soldado. Fue el primer incendio de esta Eurocopa para el entrenador, que sabe que el prestigio no se gana en las ruedas de prensa, pero sí se puede perder. Al fondo queda un mes sin preguntas ociosas y mociones de censura contra sus decisiones. Quizá porque el periodismo es así y no puede perder ese derecho. Pero eso no ha devorado al entrenador. Igual que se le alaba en la victoria, ¿por qué no se puede dudar de él antes de llegar a ella? ¿Acaso esto no hace más interesante su trabajo? 'No pasa nada, no estoy nervioso ni enfadado', insistió el técnico desde Donetsk en un día como el de ayer, en el que volvió a reivindicar el valor de la duda. 'Malo sería no dudar ante jugadores tan buenos como los que tenemos'.

Hay entrenadores complejos, desconcertantes, misteriosos como la Coca Cola y capaces de admirarse a sí mismos. Pero Del Bosque es otra clase de hombre, que nació para ser paciente, para respetar el pasado, para dosificar los errores, para prestar dinero y pensar lo que dice sin necesidad de decir todo lo que piensa. Hay una idea en su vida, 'todo lo que pasa conviene', que probablemente lo hace inexpugnable. A los 61 años, todavía es un entrenador reputado, y no es fácil. A esa edad, existe una larga lista de entrenadores, antiguos y prematuramente retirados. Fueron incapaces de renovar la letra de su discurso. Las modas también afectan a una profesión en la que Del Bosque no sólo es un superviviente. Triunfó en el Madrid y fracasó en Turquía, donde duró el tiempo justo. En el tránsito aprendió que 'en el fútbol todos tienen un poco de razón'. Quizá más los que pierden. 'La derrota es una buena enseñanza', dice.

La vida le recibió con los brazos abiertos en el Mundial de Sudáfrica. Allí, fue un hombre de decisiones afortunadas. Sobre todo aquella de sacar a Llorente ante Portugal, que parecía desesperada y resultó definitiva. Por eso al entorno de Del Bosque no le gusta que ahora se dude de su valor y se le desnude como un principiante. Sin embargo, él suspende esa guerra. A lo máximo, reivindica que nada de lo que se hace en su equipo de trabajo es por casualidad. Y, a partir de ahí, menos que le insulten, lo tolera todo. 'No me puedo enfadar con nadie por debatir sobre fútbol'. Su discurso no se separa del perdón como si fuese un acto de fe. 'Perdono que no acierten', insiste, 'pero no que no se esfuercen'. Y es lo que le tiene hoy en Donetsk, a unas horas de subir al autobús que le trasladará al estadio Donbass Arena para enfrentarse a Francia. 'Sería grave no estar preparado para una derrota', avisa.

Hay más lógica que misterio en Del Bosque, que siempre fue un tipo sin fobias y una voz sin mal de amores. Hay cosas suyas que resuelven ecuaciones de la vida. No es hombre perfecto. A diferencia de otros entrenadores, tampoco dice que su idea sea la de recortar distancias con la perfección. 'No sé lo que es la perfección. Ni siquiera sé si existe'. Por eso procura que su equipo sea un reflejo de la vida, 'en la que no se consigue nada sin esfuerzo'. Su discurso no colecciona momentos estelares. Casi siempre dice lo que se espera. Muy de su tierra y de las lecturas de Unamuno, es un hombre de izquierdas, que jamás pensó que los ganadores natos llevasen razón. Él, que ha sido campeón del mundo, nunca se alistó a ese ejército. Quizá porque hay otro perfil de entrenador que le convence más y no se extinguirá nunca, 'las buenas maneras en todos los órdenes de la vida'.

Y eso Del Bosque no lo olvida, ni siquiera en un día como el de hoy en Donetsk, en el que su cerebro no se separa de la incertidumbre. Son días de entrenador, en los que las horas se hacen largas, uno no sabe si sacar la ropa del armario para ahorrarse el dolor de preparar la maleta tras la derrota. Pero eso sería una decisión cobarde. Y, además, esa ansiedad, natural, le recuerda que es el entrenador que quiso ser. Un tipo parecido al Kubala que conoció antes y después de la Eurocopa del 80, la única que jugó como futbolista, y en la que descubrió 'a ese tío que estaba más pendiente de los demás que de él mismo'. Y le recordó al ejemplo de su padre, ferroviario de profesión y, por encima de todo, hombre de empresa. Así que a las 20,45 de esta noche, cuando empiece a rodar el balón en el Donbass Arena, Del Bosque volverá a acordarse de su padre. Él sabe que ese partido lleva jugándose horas en la imaginación de su hijo. El balón siempre acaba en la misma portería. Y por eso mismo es difícil, casi imposible, que a estas alturas le dé 'algún ataque de entrenador' o no sepa perdonar a los que menos se lo merecen.

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