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El jardín de Armstrong

La vuelta del ciclista texano desempolva su presunto uso de EPO en 1999

 

IGNACIO ROMO

Armstrong se ha adentrado en un jardín de difícil salida. El mejor ciclista de la historia, el hombre que conquistó siete Tours tras haber derrotado a un cáncer testicular con metástasis a distancia, está avivando tras el anuncio de su vuelta los fantasmas de sus sospechas de dopaje en el pasado. El texano, que vuelve para triunfar una vez más en el Tour, se enfrenta a la revisión de sus muestras de orina congeladas y a un escenario de controles de dopaje de altísima eficacia y con el seguimiento del pasaporte hematológico muy diferente al de los años noventa: ahora no escapa nadie.

La vuelta de Armstrong ha provocado además el malestar de Contador. El de Pinto, número uno en la actualidad, no ve con buenos ojos la llegada de un superlíder a un equipo que debería trabajar para él de forma exclusiva.

¿De dónde pueden arrancar los problemas de Armstrong? De muy atrás. En agosto de 2005, el diario deportivo francés L Equipe, medio de comunicación históricamente vinculado al Tour, titulaba en su primera página 'La mentira de Armstrong'. El diario galo explicaba que no se podía hablar de 'un positivo en el sentido reglamentario del término' porque en el Tour de 1999 en el que se imputaba el dopaje al estadounidense todavía no se realizaban pruebas de EPO. Los análisis de esta hormona comenzaron a funcionar en los Juegos de Sidney del año 2000.

El director del laboratorio francés antidopaje, Jacques de Ceaurriz, afirmaba: 'No hay ninguna duda posible sobre la validez del resultado'. Ceaurriz aseguraba que, aun en el caso de que la orina se hubiese deteriorado en los seis años transcurridos desde 1999, 'la EPO permanecía en buen estado en las muestras'.

El laboratorio, situado en Châtenay-Malabry (París), comenzó a trabajar en 2004 sobre muestras tomadas en 1998 y 1999, unos años en los que se supone que el uso de la EPO era generalizado en el pelotón. Según L Equipe, en el laboratorio de Châtenay-Malabry contaban con hasta seis muestras de orina congeladas que demostraban que el texano utilizó esta sustancia. Rápidamente, el ciclista negó las acusaciones en su página web: 'Nunca he tomado drogas para mejorar mi rendimiento'. Armstrong acusaba al diario de fomentar la 'caza de brujas' y realizar un periodismo escandaloso.

En paralelo, L Equipe revelaba que los tests positivos de Lance en el Tour de 1999 se habrían producido tras el prólogo de Puy-du-Fou, y en otras cinco etapas: Montaigu-Challans (1ª), Grand-Bornand-Sestrières (9ª), Sestrières-LAlpe dHuez (10ª), Saint Galmier-Saint Flour (12ª) y Castres-Saint Gaudens (14ª).

Lo cierto es que la sombra del dopaje persiguió a Armstrong por haber superado un cáncer y después haberse convertido en una figura. El de Austin además se vio involucrado en la investigación de dopaje que rodeó al US Postal en el año 2000 y sus relaciones con el doctor Ferrari empeoraron las dudas sobre el heptacampeón. El texano tuvo que hacer frente también a las acusaciones de Emma OReilly, su ex masajista, aunque quizá el mayor borrón en su historial nació con la publicación del libro L. A. Confidentiel (Pierre Ballester y David Walsh, edititions de La Martinière). Ahí se documentaban presuntas prácticas fraudulentas. Lance demandó a la editorial, pero el juez denegó su petición de imprimir en la solapa del volumen su rectificación.

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