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En manos de Guardiola

Encomendado a la asamblea, el futuro de Laporta depende por completo de la labor del técnico. El presidente azulgrana tiene poco más de un mes para reconquistar a los socios con los primeros resultados

NOELIA ROMÁN

Más pronto de lo que esperaba, antes incluso de disponer de una plantilla al completo y de foguearse en el cargo con los primeros bolos del verano, a Pep Guardiola le ha caído una pesada losa encima. Se la ha soltado, sin ningún tipo de miramiento, Joan Laporta, ese hombre que, si volviese a nacer, querría hacerlo en la piel de... ¡Pep Guardiola!

Eso, al menos, confesó el presidente del Barcelona en la mutitudinaria y rutilante presentación del nuevo técnico azulgrana, cuando Laporta dio por inaugurada una “nueva era”, con la confianza de que el voto de censura no iría mucho más allá del capricho de un socio que ponía rostro a una “trama organizada”, empecinada en apartarle del poder.

Pero, tres semanas después de aquel flamante acto, ¿sigue deseando Laporta renacer como Guardiola? ¿Estaría dispuesto el presidente azulgrana a afrontar la que se le viene encima al técnico del Barça, obligado como está a reflotar no sólo a un equipo que lleva dos años en el dique seco, sino también al propio presidente del club que se ha agarrado a él como último salvavidas?

Así se interpreta el gesto de Laporta después de que unos 24.000 socios (un 60 por ciento de los que votaron) se alineasen con la “trama organizada” y se manifestaran en contra de su gestión, y ocho de sus directivos de más peso-entre ellos, Ferran Soriano, su pretendido delfín, Marc Ingla y Albert Vicens, también vicepresidentes- decidieran abandonarlo en su empecinamiento por mantenerse al frente del club.

En su huida hacia adelante, y amparado por los estatutos, el presidente del Barça confía en que Guardiola y su equipo le ayuden a culminar el cambio lampedusiano que le han negado sus antiguos compañeros de junta. Aunque formalmente Laporta haya puesto su destino en manos de una asamblea de compromisarios cuya fecha aún se desconoce -le restan tres meses para convocarla y lo hará cuando le convenga, previsiblemente en septiembre-, su permanencia en el cargo depende, más que nunca, de la trayectoria del equipo.

Y, si asumir el banquillo del Barça, tras dos años sin títulos, y como primera experiencia en la élite, ya supone una tremenda presión, ésta se redobla en las actuales circunstancias, con el presidente a remolque, por más que Laporta se empeñara ayer en negarlo. “Creo que nuestra continuidad no supondrá más presión para Guardiola. Nosotros decidimos apostar por Pep como entrenador asumiendo el riesgo que supone un cambio de ciclo y por eso creo que es mejor para él que sigamos nosotros”, afirmó el presidente del Barça, en una entrevista concedida a Catalunya Ràdio. Su negativa y sus palabras posteriores no hacían sino confirmar que, tal y como un día se encomendó a Ronaldinho para reflotar un Barça a la deriva, ahora se agarra a Guardiola -con quien nunca se le había conocido una gran afinidad- y a un equipo aún en construcción para salvar su pellejo y agotar su mandato. “Espero que los socios, una vez pasado todo, se fijen en el fútbol. Creo que el público del Barça será responsable y sabrá diferenciar una cosa de la otra”, admitió Laporta. “Estoy ilusionado con el proyecto deportivo y tengo la sensación de que entre la afición hay también mucha ilusión”, prosiguió, como si nada hubiese sucedido.

Parte de esa ilusión pasa por que Laporta acabe de armar una plantilla que se estrenará, en agosto, con la decisiva previa de la Champions y dé salida a Ronaldinho y Etoo, dos casos aún enconados. “Confío en traspasarlos antes del 30 de agosto”, aseveró Laporta, en una muestra más de autoafirmación.

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