Este artículo se publicó hace 14 años.
La máquina de triturar
España se planta en la final del europeo de fútbol sala tras arrollar a la República Checa por 8-1. Los de Venancio exhiben un juego inalcanzable y una puntería letal
La selección española es odiosa para cualquier rival. Profesional o despiadada, según se mire, nunca juega a la ligera. Pone la vida en cada cita y si, como ayer, se topa con un contrario como la República Checa, meritorio pero muy inferior, el asunto queda resuelto en un visto y no visto. España vapuleó a los checos en uno de los partidos más plácidos de la Eurocopa y mañana disputará la final ante Portugal, al que ya goleó (1-6) el domingo.
Los chicos de Venancio, escamados tras sufrir más de lo habitual ante Rusia en los cuartos de final, afinaron la puntería, su punto débil el martes. Así, en poco más de un cuarto, Javi Rodríguez y Ortiz dieron carpetazo al asunto.
España no hizo nada nuevo. Disfruta apretando las tuercas a los rivales desde el primer segundo, así que asfixió a los checos de salida, se apropió del balón y, cual sádico aparato de tortura china, fue horadando la frágil resistencia y la moral del contrario a base de toques, velocidad, ayudas y movimientos de precisión al alcance de muy pocas selecciones en el mundo.
Hasta el portero goleaCuando la bicampeona del mundo carbura a toda máquina es invencible. Posee un repertorio de variantes tácticas y recursos individuales que la hacen inmune a los errores. Si un jugador español pierde el balón, los otros tres ejecutan de inmediato la correción o correcciones precisas para tapar al instante el agujero. Y si, cosa extraña, el estropicio alcanza un grado mayor de gravedad, aparece Luis Amado, despeja la pelota, aborta las escasa ocasiones de gol del rival y, sobre todo, acaba por desquiciarlos. Eso fue lo que encontró ayer la República Checa.
Luis Amado metió el 0-4 desde su portería para cerrar definitivamente el partido
Pese a golpearse una y otra vez contra el muro español, el combinado del Este, joven y en formación, le echó coraje. Unos minutos antes del descanso y con 0-3, su técnico arriesgó al poner en cancha portero-jugador. Lo pagó caro cuando, en uno de sus ataques, emergió la figura de Luis Amado. Mucho antes de detener el disparo, el portero madrileño ya tenía en mente un plan diabólico e irresistible. Agarró la pelota, la botó rápido y con mimo para acomodársela a la zurda y, con precisión milimétrica, la pateó hacia la lejana meta contraria. La bola cruzó de norte a sur el negro parqué húngaro y, con elegante suavidad, se acunó en la red. Gol de Luis Amado, 0-4 y adiós.
El segundo tiempo fue un premio para los hombres menos utilizados por Venancio y un inmerecido castigo para los checos que, pese a encajar otro puñado de goles, abandonan el torneo con la cabeza alta. Nadie les esperaba en semifinales y, si son capaces de analizar lo sucedido ayer desde la humildad, pueden aprender mucho de la mejor selección del contiente y, por qué no, plantarle cara algún día. Hoy, España es inalcanzable.
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