Este artículo se publicó hace 14 años.
Nadal se echa a perder
Pierde un partido que empezó bien pero terminó atenazado en el ‘tie break’ decisivo ante Ljubicic (6-3, 4-6, 6-7)
Dice Nadal que ahora es mejor de lo que nunca fue, que sus golpes se han afinado y los rivales deben temerle más. Puede ser cierto, pero este sábado no lo demostró. El español hizo un partido a ritmo medio y lleno de contrariedades que no fue suficiente para plantarse en la final.
Los síntomas positivos son sólo pequeños detalles que presentan un Nadal fino, olvidado de los malos momentos que ha pasado en el último año. Un ejemplo, quizá el más claro, es su posición en la pista. En los últimos meses, el balear encontraba su espacio vital a muchos metros de la línea de saque. Como acogotado por el miedo, siempre daba un pasito atrás hasta desaparecer casi de la pista. Allí, en la lejanía, es más fácil defenderse porque la pelota llega con menos velocidad, pero hace imposible un juego ofensivo. Los grandes tenistas, como los buenos guerreros, siempre deben dar un paso adelante. Nadal lo dio en el primer set aunque volvió a racanear en el segundo y en el tercero. El miedo pudo a las buenas intenciones y el balear empezó a recular. Desde esas posiciones, el balear no supo sacar lo mejor de su juego y, poco a poco, Ljubicic empezó a ganarle terreno, a amedrentarle con sus golpes, a derrotarle en la cancha y, sobre todo, en la mente.
Una de las muestras más evidentes de ese miedo se dio en el segundo set. Nadal servía para mantenerse igual que Ljubicic y cuando hubo una bola de break cometió una doble falta. Un fallo imperdonable para un jugador de su categoría.
Las declaraciones del español dejan las expectativas muy por encima de lo que demuestra su juego. Dice ser más agresivo, y eso podría ser una de las causas de los muchos errores, pero la realidad marca que los fallos llegaron cuando el miedo y, sobre todo, cuando volvió a pensar más en defenderse del rival que en ganar el partido.
Las dudas siempre son preocupantes, más aún cuando surgen contra un jugador que ya tiene sus mejores días en el pasado. Ljubicic es uno de esos tenistas a los que Nadal derrumbó la carrera. Era parte de la aristocracia del tenis, un sacador feroz con buenos golpes, pero en ningún momento fue capaz de igualar el tenis del español y de Federer. Por ellos dos siempre quedó como un secundario más, un tenista bueno, siempre peligroso para cualquiera pero lejos de la gloria que se repartían entre los dos gigantes. Se tomó una pequeña revancha, sólo había ganado una vez a Nadal en 2005, en la primera vez que se enfrentaron. Desde entonces fue siempre un via crucis, partidos ajustados en el marcador que siempre terminaban con victoria del español como una final en Madrid en la que Nadal remontó dos sets.
No fue posible, no hubo magia. El contador de días sin ganar un torneo sigue desbocado.
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