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Un oro debajo de las piedras

Quince días en los que España se aferró al símil de la mochila para ser campeona

MIGUEL ALBA

La mochila, con su carga simbólica de piedras, se quedó en Lodz. El lugar donde entre dudas, terapias de choque, búsqueda de la identidad perdida y la llegada de la diversión, el grupo construyó el símil de la mochila para explicar su estado de ánimo.

Entonces, España aún se comportaba de forma ciclotímica. Su capacidad para generar ansiedad o sonrisas dependía de tics que el grupo parecía no saber cómo gestionar. Si se jugaba mal, tanto como para estar al borde la eliminación, la mochila se llenaba de piedras. Un peso que sostenía un mensaje tan abrumador como desconocido para una generación que parecía haber desterrado, para siempre, aquellos dos días en los que el baloncesto español sufrió la mayor humillación.

Con Gasol, Navarro, Rudy, Garbajosa, Ricky, Marc, Felipe Reyes, Cabezas, Raúl López, Llull, Claver y Mumbrú, la mayoría campeones del mundo, la asociación con el Angolazo de los Juegos de Barcelona-92 o el Chinazo del Mundial de Toronto-94 significaba una invitación a la ofensa. Sin embargo, durante ocho días, la suma y el orden de factores en la selección no hicieron más que alentar ese producto.

Otra película de terror, otro fracaso en la taquilla de las ilusiones. España, entonces, no era más que un garabato. Un equipo al que le había engañado la gira de preparación. Porque la incomodidad que planteó Polonia, durante el sol de agosto, quedó diluida ante una ristra de victorias solventes que no alentaban más que la euforia. 'Frenarla es una batalla perdida', aseguraba, en aquellos días, Sergio Scariolo.

En el discurso de técnico y jugadores se señalaban obstáculos, pero nunca peligros. La mochila ni existía. 'En mí no hay miedo al fracaso. Si uno tiene miedo, parte mal', ahondaba el seleccionador, el mismo día que su grupo abandonó España.

Polonia obligó al grupo a la autocrítica y a iniciar el despegue

La excursión por Vilnius descubrió tantas carencias como poco tiempo para solucionarlas. De repente, Navarro se había quedado sin tino, a Marc Gasol le temblaban las manos, Ricky mostraba que no había superado su difícil verano Ante la derrota por 22 puntos, se opuso una razón de peso: Pau Gasol. Con él, todo será diferente, emanaba el grupo.

Sin embargo, Serbia descubrió el mar de fondo. Los balcánicos maltrataron a un equipo a medio camino entre la sincronización de los sistemas de Scariolo, el engaño de sentirse -porque lo son- superiores, la falta de mayor compromiso en la intensidad defensiva y el continuo castigo de las lesiones. El susto en el debut, ya con Pau, obligó a cambiar conceptos.

Donde ante Serbia hubo rotaciones, Scariolo apostó por la continuidad frente a Gran Bretaña. Una continuidad tan antinatural como imperativa, ante un partido que transformó el Torwar Hall en la casa del terror. A falta de seis minutos, la misma selección a la que la FIBA obliga a un examen constante de nivel para garantizarle su presencia en sus Juegos de Londres se atrevía a un intercambio de roles.

Yo juego a ser España, parecían decir los británicos, ¿y tú? La respuesta de los de Scariolo apareció entre el orgullo. Aquella noche aventuró la aparición de la mochila y, sobre todo, la gestión de un reparto de pesos que podría haber cambiado la composición del grupo para siempre. La victoria ante Eslovenia aparcó las preguntas. ¿Qué hubiera sucedido con Scariolo? ¿Volvería Pau a la selección?¿Se había acabado la identidad de un grupo que lleva diez años ganando medallas?

Pepe Sáez asegura que el título tendrá

El run-rún de desunión, del fin de la etapa del buen rollo, encontró su altavoz, tras la derrota ante Turquía en Lodz, allí donde habían llegado con el marcador de las malas vibraciones a cero. 'Teniendo a Pau en el campo, jugarse la última con el chico [por Llull] que ha llegado el último Bueno, pasa esto', clamó Marc.

Una crítica a Scariolo que, en seguida, él llenó de perdón. 'No quise decir nada contra el entrenador, sólo que es más fácil que los árbitros piten una falta a Pau o Navarro', se excusó Marc. El argumento encontró el apoyo de Pau. Esa noche fue la más difícil del Europeo. Más incluso que la del susto ante Gran Bretaña.

El grupo se quedaba sin comodines y con un duro debate interno que fomentó la autocrítica. En apenas 12 horas, las reuniones entre los jugadores entre sí y con el técnico, y de éste con los federativos escupieron el símil de la mochila como forma de reorganización. Todos sostendrían el peso, con independencia de sus consecuencias. España traspasó sus piedras a Lituania, el equipo ante el que empezó todo. Sin ese lastre, la selección volvió a encontrarse.

La reválida ante Polonia se convirtió en la confirmación de la transformación. Con esos imputs físicos que necesita el juego de España, humildad frente a la euforia y una intensidad defensiva impoluta, la mochila fue descubriendo el oro. El grupo se protegió de sus vicios primitivos. Tras la exhibición ante Francia, todos buscaban sinónimos para no citar directamente el oro. 'Si recaemos en la euforia superficial del inicio, la disponibilidad del esfuerzo extra bajará', reconocía Scariolo.

Los efectos de la travesía en el desierto resaltaban la normalidad del grupo que se había reafirmado por los toques de atención externos. 'Con las críticas, el grupo se hizo más fuerte. El pique [con la prensa] nos hizo rejuntarnos, que falta nos hacía', sostenía Pau antes de la semifinal ante Grecia, el partido en el que colectivo se reivindicó como bloque. 'Sé que puedo mirar al banquillo y veo soluciones', decía por fin Scariolo. La mochila estaba ya vacía para el oro. Un título que tendrá, como asegura Pepe Sáez, presidente de la Federación, 'conclusiones pausadas'. Reflexiones que no deben quedarse únicamente en el peso del oro.

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