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El pasaporte loco de un campeón
del mundo de balonmano

Puerto Rico, Rumania, Suiza, Dinamarca y ahora en Chile. Así se gana la vida ahora como entrenador Mateo Garralda, historia viva de la selección española de balonmano. “Nací para viajar por el mundo”, explica.

Mateo Garralda da instrucciones en un partido.

MADRID.- Hay vidas sin domicilio, pasaportes locos o afortunados como éste de Mateo Garralda (Burlada, Navarra, 1969) que, sin haber estado nunca en Chile, ya es seleccionador chileno de balonmano, empapado, incluso, de su jerga ("sé que ‘papeo’ significa 'empollón') y de sus sueños. Al fondo quedan los últimos dos años de su vida en los que ha trabajado en cuatro países distintos, Puerto Rico, Dinamarca, Rumania y Suiza como si se tratase de estaciones de Metro. Pero entonces Garralda, que fue campeón del mundo en Túnez 2005 con España, que participó en cuatro Juegos Olímpicos y que logró dos bronces (Atlanta 96, Sidney 2000), explica que él no va a perder esta apuesta consigo mismo. “Nací para viajar. No hago más que aprovechar esta oportunidad que me da la vida y, eso sí, el día que mis hijas, que aún son muy pequeñas, me pregunten de qué país son tendré que decirlas: ‘hijas, es mejor que lo veáis en vuestro pasaporte’”.

La otra posibilidad sería heredar los idiomas que habla su padre y elegir el que más les guste. “Bueno, sí, yo hablo rumano, en danés me defendería en una semana, catalán, castellano y, por supuesto, inglés”. Y no se trata de suerte, sino de la vida que ni él mismo imaginaba a los 16 años cuando dejó a Burlada y a sus padres, dueños de una floristería, llena de tesoros. “Yo hacía muchos deportes, desde beisbol a tenis de mesa, pero en ninguno me lo pasaba como jugando al balonmano, así que no tuve dudas, había que intentarlo”.

Hoy, treinta años después, tiene una biografía que pesa como una enciclopedia, víctima de la artrosis, consecuencia del hombre que duró hasta los 42 años en la élite, desde 1986. Fue nombrado mejor jugador mundial en Túnez 2005. Fue famoso y hay leyendas que hablan de él como un tipo ejemplar. Un hombre sin guión, enamorado de sus maletas (“tienen las bisagras bien engrasadas, abren y cierran de maravilla”) y casado por segunda vez con una mujer de Puerto Rico, que no sólo le entiende. También le acompaña por el mundo con parecido entusiasmo, “porque sino sería imposible”.

Y en el transcurso lo que más echa de menos es a su hijo mayor, de 16 años, fruto de su primer matrimonio “y que vive con su madre en Sabadell” lo que, sin embargo, nunca hizo el olvido. “Entre mi hijo y yo hay una relación inmensa. No hay día que pasemos sin hablar”. Una manera de vivir la distancia, la fuerza de uno mismo, la historia, en definitiva, de Mateo Garralda, como si se tratase de un personaje de la literatura de Steinbeck, una mina en cada respuesta, intercambio de mentalidades, que le dejaron cosas, claro, no todos somos latinos.

A los 46 años, Garralda admite que tiene la vida que merecía o la que quería: “Sé el camino que he elegido y me gusta que sea así. Yo no quiero ser el mejor del mundo”

“Jamás se me olvidará en Dinamarca donde fui con el fallecido José Luis Hernández, que era un monstruo de la preparación física, él se declaraba ‘adiestrador de capacidades’, y fue a ayudar a levantarse a un jugador danés del equipo que se había hecho daño en un entrenamiento y el jugador se lo quitó de en medio, enfadado, ‘¡no necesito tu ayudas!’ Pero a la vez ese individualismo se transformaba en una sociedad como la danesa obsesionada con cumplir sus normas y que en la época de crisis se avergonzaba de tener una tasa de paro del 5%, ¿se imaginan eso en España?, pero allí es diferente, todo el mundo no sólo mira por su bien, también por el del país”.

Vivir cosas así es lo que procuró el ansia de estar en otros sitios, esa fiebre que no se curará nunca. A los 46 años, Garralda admite que tiene la vida que merecía o la que quería. “Para conocer un país no sólo hay que hablar con sus gentes. También hay que convivir con ellas”. Amores, incluso, con el corazón partido como esa última experiencia en Rumanía. “Allí salías a la calle y te enamorabas de su gente. Nunca he visto a personas tan cariñosas. Pero luego la competición te defraudaba, estaba podrida, jamás he visto tantos amaños de partidos, y el caso es que todo el mundo lo sabía, pero no se podía hacer nada. Ante eso no queda otra cosa que aprender a no ser así”, explica Garralda, “sin miedo a ser vencido nunca. Sé donde estoy. Sé el camino que he elegido y me gusta que sea así. Yo no quiero ser el mejor del mundo. Me conformo con mejorar cada día. Soy un entusiasta de esta vida. El mero hecho de ir ahora a Chile, donde no he estado nunca, ¿cómo no va a entusiasmarme?, entre otras cosas porque todo el mundo me ha hablado maravillosamente de este país, al nivel de Canadá o Estadios Unidos en América”.

"Vamos a jugar la Copa del suegro"

Son esperanzas fieles, objetivos difíciles, incurables maneras de pensar. “Es verdad que yo no me imagino a Guardiola, por poner un ejemplo, yendo a equipos menores del mundo, pero no todos somos iguales. Se trata de mirar adelante y de no volver atrás. Por eso no soy tan amigo de hablar del pasado. Ni siquiera cuando la gente me pide que les cuente cosas de mi relación con Iñaki Urgandarin, algo que todo el mundo hace, por otra parte”.

"Yo no me imagino a Guardiola, por poner un ejemplo, yendo a equipos menores del mundo, pero no todos somos iguales"

Y esta conversación tampoco prescinde de esa tentación. La anarquía también favorece recuerdos como los de Garralda. “Bueno, sí, claro, yo es que viví dos años en la residencia Blume de Barcelona en la misma habitación que Iñaki y Ricardo Marín. Teníamos 16 o 17 años y lo pasamos fenomenal. Nos dormíamos tarde, hablábamos de todo, de partidos, de mujeres o de lo que fuese. Pero, si soy sincero, no me enteré de su relación con la Infanta hasta una final de Copa del Rey en la que un compañero dijo, ‘bueno, vamos a jugar la Copa del suegro’ y a partir de ahí ya sí, Iñaki no tuvo problema en decirlo”.

"No me siento sorprendido ni decepcionado por Iñaki (Urgangarin). Nunca sabes si en el futuro uno elegirá el camino equivocado"

Hoy, Garralda sigue el caso Nóos. “Soy un espectador de la política y un enamorado de la radio”. Pero no se siente “sorprendido ni decepcionado por Iñaki. Nunca sabes si en el futuro uno elegirá el camino equivocado. Desde luego, en mi época yo nunca le vi meter la mano en mi bolsillo, porque lo hubiese impedido. Pero, en fin, eso ya pasó”, rebate. “Y no tiene sentido volver”. Por eso Mateo Garralda se aferra “a pasarlo bien”, a olvidarse del dinero sin menospreciar al dinero. “No soy multimillonario y no lo seré nunca. De esos en el balonmano hay un caso o dos en el mundo, no más. La crisis nos tocó a todos en este deporte, y eso que yo no fui de los más perjudicados. Pero, por ejemplo, mi casa la tengo alquilada para que genere ingresos porque viviendo 330 días al año fuera no sólo voy a limitarme a pagar la hipoteca”.

Mientras tanto, él, esa hormiga de 1,96 centímetros, está a escasos días de subirse el avión con destino a Santiago de Chile. “Hay que trabajar, nadie regala nada. De hecho, el otro día hacia una suposición de si con 46 años tuviese un millón de euros suponiendo que dure hasta los 85 años, pongamos por caso, la renta diaria que tendría con tres hijos sería muy baja. No hay más que echar cuentas”. Y tal vez entonces volveremos a convencernos de que es más importante vivir y de que hay gente que vive como soñó. Y Mateo Garralda, ese pasaporte suyo, podría ser uno de ellos.

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