Este artículo se publicó hace 16 años.
Portland, pese a Calderón
Rudy fue decisivo con sus rebotes en la derrota de los Raptors ante los Trail Blazers (97-98)
Se había quedado sin su protector; sin el técnico que le dio una palmadita en la espalda cuando llegó a Toronto y le fue dosificando los minutos hasta que un día decidió convertirlo en su "hombre" en la cancha, en el jugador que mueve los hilos. Se había quedado sin Sam Mitchell, el mejor entrenador del curso 2006-07, el técnico que había guiado los destinos de los Raptors los últimos cuatro años. Pero a estas alturas de la película, ni siquiera eso importa: más que un jugador, José Manuel Calderón es casi un entrenador.
Un tipo que, cuando Chris Bosh y Jermaine ONeal están enchufados, se convierte en un discreto surtidor, asistencia tras asistencia. Un jugador que, cuando ve que los suyos se apagan y el marcador se les va, como sucedió ayer ante los Blazers, se planta más allá de los siete metros y, con tres triples (58-52; 71-69; 88-86), disuade a Portland de cualquier intento de escapada. Un base al que su equipo echa demasiado de menos, cuando se sienta a descansar.
Pero ni siquiera entonces deja Calderón de dirigir, voz en grito, como si Jay Triano no hubiese tomado el relevo de Mitchell para firmar la cuarta derrota consecutiva (98-97) de los Raptors, en su debut como técnico, y pese a Calderón. Porque, en el momento decisivo, en los minutos finales de un disputadísimo encuentro, el base extremeño topa con las oscuras habilidades de un tipo al que conoce muy bien: Rudy Fernández.
Las habilidades de RudySin la compañía de Sergio Rodríguez -el canario anotó cinco puntos y dio cuatro asistencias en 15 minutos- y alejado de la canasta que había torpedeado inmaculadamente en los inicios del encuentro (14 puntos en 12 minutos, con tres triples, dos canastas y dos tiros libres, sin un solo fallo), Rudy se dedicó a atrapar cuanto balón salió rebotado de su aro.
Suyas fueron las cuatro últimas capturas que permitieron a Portland mantenerse a un pasito de los Raptors, cuando los canadienses confiaban ya en truncar la racha victoriosa de los Blazers. Suyo fue también el rechace que permitió a Steve Blake anotar un triple imposible, a ocho segundos para conclusión, el de la victoria. Los brazos de Calderón no molestaron lo suficiente a Blake y el base contempló, impotente, cómo, en la última jugada del partido, Bosh se empachaba de balón.
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