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Siesta argentina antes de octavos

Messi juega los 90 minutos en el triunfo ante Grecia

ALBERTO CABELLO

Diego Armando Maradona y Otto Rehhagel despacharon en una amena conversación antes del encuentro entre Grecia y Argentina. El genio y su antídoto frente a frente. El técnico alemán ha hecho carrera con el martillo. Sus equipos han practicado la demolición más rústica para triturar a la imaginación. Sólo privilegiados como el Pelusa eran capaces de encontrar el elixir idóneo en desactivar estilos tan agrestes como el desarrollado por la selección helena.

Su diez y su brazalete de capitán lo lleva ahora Messi. Otro escogido, el heredero natural. Otro futbolista calificado para el trabajo fino ante planteamientos tan rígidos como los del germano. Así que no hubo descanso para la perla en una noche en la que poco había en juego para la albiceleste. La presencia del genio en la alineación es innegociable aunque la noche sea intrascendente. Necesita cuanto más tiempo mejor para acomodarse de una vez a su selección. El barcelonista está matriculado en un curso acelerado en el que no puede saltarse ni una clase. Jugó los noventa minutos.

Sí que cambiaron los chicos del coro. La cohorte de Maradona es tan elegante que la cara B de su convocatoria alcanzaría los puestos más altos en cualquier lista de éxitos. Di Maria, Mascherano, Tévez e Higuaín se enchufaron al banquillo para recargar baterías en vista de lo que queda.

Renhagel contrató a Papasthopoulos para hacer el trabajo más feo del partido: perseguir a Messi por cualquier parte de la alfombra. Grecia pareció confiar más en que el resultado entre Corea del Sur y Nigeria que apostar por dar la sorpresa ante los argentinos. Ni cuando tuvo la imperiosa necesidad de ganar lo aparentó. Admitió su inferioridad sin rechistar.

La bicampeona del mundo se tomó con calma el encuentro. Había interés por comprobar el rendimiento de Agüero y Milito en ataque, pero también se contagiaron de esa pachorra, por otra parte lógica. Sólo hubo algún que otro detalle de la pareja. De la velocidad del atlético, o de la capacidad del interista para el desmarque. Todo eso en pequeñas dosis. Grecia metió el partido en la cámara frigorífica.

Messi también estuvo la mayor parte del tiempo en el anonimato. En lo poco que apareció se mostró genial: un par de controles, lanzamientos picantes. Todo a velocidad muy reducida. Los helenos exigieron demasiado poco.

La pelea de Samaras resultó la única sospecha ofensiva de los europeos. El melenudo delantero batalló con los centrales argentinos con gallardía. El desánimo por su soledad no le acobardó. Controló como un malabarista todo lo potable que recibió de su centro del campo. Solo le faltó acertar con el remate.

Argentina intentó animarse con la entrada de Di Maria. Contó con mejores ocasiones que en la primera parte. Demichelis y Palermo le dieron el pleno a Maradona.

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