Este artículo se publicó hace 13 años.
Siete meses para llegar a ser un dominador
El serbio utilizó la Copa Davis como trampolín para esta temporada
Un deportista se hace grande por sus méritos y enorme por su competencia. Novak Djokovic (Belgrado, 1987) aparece hoy como el número 1 del mundo y ayer ganó Wimbledon, dos hitos que ya marcan el tamaño de un personaje, pero que cobran una nueva dimensión cuando se establece contra quién los ha logrado.
Djokovic lo ha conseguido venciendo a Nadal, un jugador incontestable. El propio balear suma a los méritos de su carrera un suceso parecido al que consiguió ayer Nole: él fue quien derrocó a Federer. Siete años después de la tiranía en el circuito del suizo y el español, Djokovic ha abierto una ventana a algo diferente.
Nole ha necesitado varios cambios para arrebatar el número 1 a Nadal
Mucho ha sido el trabajo para llegar a la cumbre. Djokovic siempre fue talentoso, no tardó casi en encaramarse en la élite y mostrarse como la alternativa plausible al dúo Nadal-Federer. Pero una cosa es acercarse y otra superar a dos colosos, y para llegar a ese punto los ajustes han sido muchos y muy profundos.
Djokovic era hasta hace siete meses un tenista que controlaba todos los golpes pero incapaz de visualizarse ganando a los mejores. Siempre pasaba algo: el cansancio, golpes de calor, alergias, problemas de vista, pequeños desajustes en el juego... Factores que le alejaban de la victoria, aunque en 2008 se aprovechase de una pájara de Federer y Nadal para vencer su primer grande en Australia.
Todo cambió el pasado diciembre. Llevaba meses de buenos resultados, aunque le faltaba un salto para ganar. Seguía encontrándose con Nadal y con Federer en el camino de la victoria. Hasta que llegó la Davis y ninguno de los dos apareció en escena.
Esta temporada ha ganado siete torneos y sólo perdió en Roland Garros
La final era en casa y contra Francia. Djokovic ha mostrado siempre una implicación total con Serbia y no es extraño verle realizar la santa triada, un gesto que consiste en levantar los dedos pulgar, índice y corazón y que representa el nacionalismo del país. No desaprovechó la oportunidad. Djokovic lideró el equipo tanto en el juego como en el banquillo, llevó la voz cantante en las celebraciones y levantó la Ensaladera. "Me sentí lleno de vida, de energía, con ganas de jugar más. Ahí perdí el miedo", asentía ayer Djokovic
Y de ahí al cielo. Su ánimo era ya indestructible y las dudas sobre el físico habían desaparecido. Los problemas de alergias se solventaron con un cambio en la alimentación y en cuestiones técnicas dejó de dar bandazos, aunó su mejor juego y se puso a competir.
El resto es historia. Djokovic ha jugado 49 partidos en la temporada y sólo ha perdido las semifinales de Roland Garros contra Federer, un bache aceptable para cualquier tenista. Desde enero ha ganado siete torneos: el Abierto de Australia, Dubai, Indian Wells, Miami, Madrid, Roma y ahora también Wimbledon. Dos Grand Slams, cuatro Masters 1.000, cinco victorias frente a Nadal, tres contra Federer. Aspira, sin duda, a una de las mejores temporadas de siempre.
Djokovic, como le pasa a los más grandes, es además un jugador muy carismático. Se hizo famoso por una anécdota, por sus imitaciones, pero el tiempo ha demostrado que es un buen ganador y un buen perdedor, un jugador completo y, ahora, en estado de gracia.
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