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La vida sin romanticismos de los
salvadores del rugby español

Así es la realidad de un jugador de rugby en España, retratada por Manu Serrano, jugador de 41 años de El Salvador de Valladolid, flamante campeón de la Copa del Rey. El domingo vivió el partido más grande de este deporte en España. Trabaja de visitador médico para ganarse el pan. "Sería magnífico que en la vida existiese tanta nobleza como en el rugby".

Manu Serrano durante un partido con El Salvador. /JEAN FRANCOIS SÁNCHEZ

ALFREDO VARONA

MADRID.- La imagen lo explica todo. Un hombre agotado que aplaude lo que ha pasado, que no se queja de su dolor. Una imagen noble en un deporte donde abundan hombres como él que se ganan la vida en otra parte, que se compran las botas con su dinero y que se conforman con no perder euros: la vida es así.

El resto es obra de un romanticismo que quedará para los anales y que en el caso de Manu Serrano retrocede a la década de los ochenta cuando vivía detrás de los Franciscanos, en el Paseo Zorrilla de Valladolid. "Comencé en 1988 cuando un primo mío me arrastró a jugar al rugby". Hoy, tiene 40 años y una historia sin acabar. Su vida continúa en el mismo equipo que la primera vez, en El Salvador, como si se tratase de un personaje de una novela de Miguel Delibes en la vida real. Además, el domingo vivió el mejor de sus días. El Salvador se impuso en la final de la Copa del Rey al VRAC Quesos Entrepinares, defensor del título, en el partido que batió todos los récords de asistencia en este deporte en España. 

Una historia de carne y hueso en la que los tópicos se quedan en tierra y que demuestra que en cualquier parte del mundo existen hombres sin terminar. "Yo he visto a un señor de 70 años jugar al rugby", explica él, Manu Serrano, genuino representante de un gremio a los que no les queda otro remedio que aceptar que se puede ser un héroe sin llamar la atención hasta que llegan días como el del pasado domingo. Entonces el rey Felipe VI fue uno de los 26.000 espectadores que se sintió fascinado por tanto empuje o por ese enorme silencio cada vez que el chutador metía la patada al balón. Y la televisión nacional retransmitió todo eso.

"En el rugby uno se acostumbra para prepararse para ser el más fuerte, el más rápido o el más duro y para aprender que el rival que te hace daño puede ser tan buena gente o mejor que tú"

“Pero eso es el rugby, la cultura del rugby”, explica Manu Serrano, que la defiende a muerte, “porque este deporte te prepara para la vida, para ser más competitivo, para aprender del dolor y respetarlo como una cosa más”. Una manera de ser que han fortalecido los años, “en los que uno se acostumbra para prepararse para ser el más fuerte, el más rápido o el más duro y para aprender que el rival que te hace daño puede ser tan buena gente o mejor que tú”.

De ahí que todo eso ayude a administrar la vanidad de uno mismo en la que la propaganda no es un dato penal. La prueba es Manu Serrano, un hombre que apenas llama la atención después de tantos años en los que, sin embargo, fue internacional, recorrió medio mundo jugando al rugby y ganó más de lo que soñó. Quizás si hubiese nacido en Francia hubiese sido portada de L’Equipe. O en Nueva Zelanda. O, incluso, en Alemania, donde un día pudo marchar. Buscaban primeras líneas como él, íntimos detalles de una biografía tal vez sabia. Pero ya no se trata de arrepentirse, sino de contar como somos o como son estos tipos con esos físicos, con esas heridas de guerra, orgullosos de su cansancio.

Los dos finales de la Copa del Rey ante los 26.000 espectadores que abarrotaron Zorrilla. /EFE

Los dos finalistas de la Copa del Rey ante los 26.000 espectadores que abarrotaron Zorrilla. /EFE

Arquitectos frente a repartidores

“No, en el rugby no creo que haya lucha de clases”, explica. “Al menos, yo nunca la he visto y puedo decir que aquí juegan arquitectos, médicos o abogados junto a repartidores o albañiles”. Porque, en realidad, esa es una de las cosas de este deportes como retrata Manu, hombre dividido en dos: una cosa es lo que pasa en la hierba y otra por las mañanas en la vida real donde madruga como cualquier ciudadano, acompañado de su maletín con muestras de medicamentos o con la bolsa de entrenamiento metida en el maletero. “A las ocho de la mañana ya estoy trajeado en los hospitales, en la consulta de traumatólogos y cardiólogos. Trabajo de visitador médico en las zonas de Zamora, Salamanca y Valladolid y, afortunadamente, no son muchos kilómetros de coche”.

"El rugby no es un deporte para burros, sino para gente inteligente: hay que acabar con esa idea para siempre"

Sin embargo, hay días en los que no tiene tiempo para pasar por casa y va directamente a entrenar. Pero ni siquiera así su edad no es motivo para rendirse, porque no es verdad: las leyes de la naturaleza no son iguales para todos. “Si viese que estoy cansado ya lo hubiese dejado”. De ahí que su prosa sea lo más interesante de este relato, destinado a aprovechar la oportunidad sin autodestrucción ninguna. "El rugby no es un deporte para burros, sino para gente inteligente: hay que acabar con esa idea para siempre".

El Salvador de Valladolid celebrando con Felipe VI el título de campeón de la Copa del Rey. /EFE

El Salvador de Valladolid celebrando con Felipe VI el título de campeón de la Copa del Rey. /EFE

"Ya me gustaría a mí que en la vida real existiese tanta nobleza como en un partido de rugby. Sería magnífico"

Así que siempre valdrá la pena escuchar a un hombre que nunca negará la realidad. “He recibido miles de golpes, incontables a lo largo de una vida, pero porque el rugby es así, un deporte de contacto. Que yo sepa eso no es violencia, ya me gustaría a mí que en la vida real existiese tanta nobleza como en un partido de rugby. Sería magnífico”. Por eso habla de su deporte como “un ejemplo para la sociedad” que a él le ha enseñado que “el vestuario es sagrado” y que la antigüedad no es un privilegio. "Yo mismo puedo llevar el agua o cargar las sacas".

Y si lo traspasa a la vida real, a su trabajo de visitador médico, “todo esto me hizo más competitivo, me recordó que los inconvenientes existen”. O a alzarse frente a esos viejos prejuicios que hablaban del jugador de rugby “como el que más come y el que más bebe” y que no merecen la pena. “Quizá entre aficionados, universitarios, incluso, sí, pero a nivel profesional no”, explica Manu Serrano, que recuerda que él, 1,79 cm y 100 kilos de peso, “tiene nutricionista” al que sólo no se hace caso en las celebraciones mágicas como la del domingo. Pero entonces había motivo. Acaban de deslumbrar al rey y había que reponer el cansancio de fotografías como ésa.

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