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El riesgo de quiebra de Evergrande pone en jaque la estrategia económica de China

El mercado se niega por ahora a proclamar la descontada suspensión de pagos de la segunda promotora inmobiliaria china como un nuevo Lehman Brothers. Aunque cree inevitable la intervención de Pekín. Tampoco atisba alta toxicidad de activos tóxicos en su sistema financiero. Pero, en cambio, apuesta por el epitafio de la cultura desaforada del ladrillo en la segunda economía global.

Una valla publicitaria cerca de una oficina de ventas de una promoción de viviendas de Evergrande, con un mapa que muestra los proyectos desarrollados por la inmobiliaria en el país, en Pekín. REUTERS / Carlos García Rawlins
Una valla publicitaria cerca de una oficina de ventas de una promoción de viviendas de Evergrande, con un mapa que muestra los proyectos desarrollados por la inmobiliaria en el país, en Pekín. Carlos García Rawlins / REUTERS

La crónica de la muerte anunciada de Evergrande es cuestión de días. A juzgar por el análisis de la agencia de rating S&P, desde cuya sala de máquinas se considera inevitable la declaración de quiebra de la segunda promotora inmobiliaria del gigante asiático. Valorada, al término de 2020, en más de 41.000 millones de dólares, este emporio -con ramificaciones financieras y hasta en el terreno deportivo, de primer orden-, había acumulado vencimientos de más de 300 millones de dólares a lo largo de la pasada década, sin que le impidiera obtener beneficios y crecimiento cada año.

Sin embargo, el diagnóstico de la firma de calificación americana, que desató el pánico en las plazas bursátiles neoyorquinas la semana pasada -con pérdidas del 5% en los indicadores del S&P 500 y el Dow Jones, constata un debt crunch de más de 7.000 millones de dólares. Por el "elevado apalancamiento" de la compañía y la suma de los intereses de demora. Un riesgo más que latente, inminente, de suspensión de pagos sobre el que el Ejecutivo chino continúa sin inyectar liquidez ni intervenir.

Pese a que el consenso del mercado considera la injerencia de Pekín como inevitable. En medio de un encendido debate sobre si el default afectará o no a la estabilidad de la segunda economía del mundo. Y en el que la balanza parece inclinarse del lado del optimismo -no será el Lehman Brothers chino-, pero sin lanzar las campanas al vuelo. Porque la amenaza es real, seria y podría hacer tambalear al sector inmobiliario -bajo una construcción desaforada- y, con ello, propiciar el descarrilamiento de la estrategia económica del gigante asiático.

La cultura del ladrillo ha engendrado en los últimos años en China una burbuja inmobiliaria. Es parte de la interpretación de Shane Oliver, economista jefe en Australia de AMP Capital, una de las voces que se sale de la opinión mayoritaria de la dialéctica económica y que piensa que el tamaño de Evergrande es precisamente lo que hace "enormemente peligroso" su posible caída. La deuda de este emporio representa el 6,5% de todo el sector inmobiliario chino y su colapso y liquidación tendrá un impacto sistémico como lo tuvo en su momento Lehman Brothers -explica- con inyecciones líquidas y de recursos sobre los mercados de vivienda y financiero y el conjunto de la economía china.

A través de un intervencionismo estatal con "pequeños golpes de efecto a lo largo del tiempo"; es decir, sin la contundencia que esperan sus colegas. También desde el diario británico Financial Times se incide en que, desde 2013, se suceden por varias ciudades del país los abandonos de promociones de viviendas. "Las cicatrices inmobiliarias son visibles en una veintena de grandes ciudades", dice el rotativo económico, antes de precisar que Evergrande es "la firma inmobiliaria con mayor endeudamiento actual del planeta". Con unas dificultades de liquidez que "podrían ser terminales". Un síntoma del drama que se avecina. Dado que el sector de la vivienda contribuye con el 29% al PIB nacional y es uno de los motores de su dinamismo.

El escenario recuerda, en cierto modo, a la coyuntura española previa al credit-crunch de 2008 en el mundo. El tsunami que se activó con la quiebra -y posterior nacionalización- del banco de inversión estadounidense Lehman Brothers. Entonces, el sistema financiero hispano no parecía cercado por los activos tóxicos de los productos de inversión de alto riesgo (swaps y otro tipo de valores estructurados y hedge funds). Sin embargo, la extirpación de los resultados contables de las entidades bancarias exigió una cirugía abierta de sus asientos inmobiliarios, con un rescate milmillonario europeo de por medio y una reestructuración completa de las cajas de ahorro que requirió, por exigencias de Bruselas, su reconversión en bancos.

Tras décadas de una ilusión casi incandescente del mercado inmobiliario. Más de 122.122 millones de euros después -según los cálculos del Tribunal de Cuentas-, al menos cuatro quiebras inmobiliarias se instalaron entre las quince de mayor calado de la historia económica del país. Comandadas por siete instituciones financieras en el top-ten. Desde las extintas CAM (26.320 millones) y Bankia (22.426) hasta Isolux Corsan, con 4.294 millones, que cierra este grupo, donde se ubica la firma inmobiliaria Martinsa Fadesa (7.200 millones) y a cuya estela se sitúan Inveryal-Reyal Urbis (con unos 3.500 millones de euros), Habitat (2.840 millones) o Sacresa (alrededor de 1.800).

En China hay suficientes viviendas vacías como para dar cobijo a 90 millones de personas, aclara Logan Wright, director de la consultora Rhodium Group en Hong-Kong al FT. Es decir, se alojaría la totalidad de la población de cinco de los socios del G-7: Alemania, Reino Unido, Francia, Italia y Canadá. Hay un excedente y un exceso de demanda. Y lo único que ha cambiado es que China decidió el pasado año atender un problema crónico. Para lo cual, con directrices del presidente Xi Jinping, se trazaron tres líneas rojas para reducir los niveles de deuda del sector. En las que el emporio Evergrande sería la primera víctima. Una especie de banco malo, aunque ya operativo en el mercado; a diferencia de los de nueva creación en las potencias industrializadas a lo largo de la crisis financiera de hace trece años.

La segunda era que el lema de "construir, construir y construir" que ha catapultado la economía china en los últimos dos decenios, debía concluir. Y la tercera, la reconfiguración del patrón de crecimiento. Para estas dos últimas, Evergrande es también la piedra angular. Como explica de forma elocuente Ting Lu, economista jefe para China en Nomura: la inmobiliaria "no llegará a colapsar, pero protagonizará el tránsito de modelo, con la tutela del régimen de Pekín, más preocupado que cualquier otra nación occidental por la economía china". Porque ya en octubre de 2017, Jinping, durante el Congreso del Partido Comunista, advirtió de que "las viviendas son para habitarlas, no para que se especule con su valor", enfatiza Lu.

Para quien, sin embargo, la quiebra técnica de la empresa trastocará la venta de suelo y los ingresos de los gobiernos municipales. En la primera quincena de septiembre, las operaciones de compraventa se redujeron en un 16% en 52 de las ciudades más pobladas de China, después de caer otro 20% en agosto. Y las obligaciones fiscales por estas transmisiones patrimoniales abastecen las dos terceras partes de las arcas locales, que manejan una losa de endeudamiento de 8,4 billones de dólares -más que el PIB japonés- según las agencias de rating.

La quiebra de Evergrande haría estallar la burbuja inmobiliaria y generaría un círculo vicioso con caídas de ingresos en las arcas municipales, altamente endeudadas, del que Pekín quiere emerger con un nuevo modelo económico

Los trazos de la nueva estrategia económica

Las líneas maestras del viraje en el rumbo de la economía china se establecieron la primavera pasada con el decimocuarto plan quinquenal chino (2021-25), que incluía los instrumentos que Jinping maneja para que el gigante asiático certifique el salto hacia el liderazgo geoestratégico y tecnológico global. Mediante la generación de un clima socio-económico que adentre al gigante asiático definitivamente en la senda de crecimiento de las potencias de rentas altas; mercados que confían su prosperidad al consumo y a la inversión empresarial. Con la digitalización -según estipula el documento oficial- y la sostenibilidad como banderas. Pero en el que resulta esencial la recepción de capitales, nacionales y foráneos. Unos flujos que pueden resentirse con la crisis de Evergrande. De hecho, en un ejercicio complejo como el pasado con la Gran Pandemia, las inversiones de activos fijos totalizaron 8 billones de dólares (51,9 billones de yuanes), el 43% del PIB chino. Y fondos de inversión como BlackRock o el de HSBC han puesto sus carteras de capital con referencia a la inmobiliaria china en cautela máxima. Al igual que sobre otros operadores de este sector en el país.

La intervención de Pekín parece cuestión de tiempo. "Una crisis sistémica no está sobre la mesa en estos momentos", aclara He Wei, analista de Gavekal, una firma de investigación de mercado. Pero el régimen chino estará vigilante para que no se ralentice demasiado su ritmo económico, alerta. Más contundente es el diagnóstico de S&P, desde donde se augura incluso que China no rescatará a Evergrande. "A menos que provoque un contagio de gran alcance, deteriore ciertos segmentos de actividad o plantee riesgos estructurales sobre la actividad". Dado que un rescate oficial "socavaría la campaña gubernamental de inculcar una mayor disciplina financiera en el sector inmobiliario", agrega la agencia en un reciente informe de situación, en el que recuerda que el emporio es el mayor emisor de bonos de alto rendimiento en Asia.

Pese a que, ahora, cuenta con una calificación basura y el precio de sus bonos con vencimiento al próximo año ha caído 75% en cuatro meses. Y a sus expertos les resulta poco probable que se desencadene una situación como la provocada por la caída de Lehman Brothers: "Creemos que el sector bancario chino puede digerir un incumplimiento de Evergrande sin una interrupción significativa, aunque seremos conscientes de los posibles efectos colaterales", anticipa S&P.

Uri Dadush y Pauline Weil, de Natixis, en un análisis publicado en el think-tank europeo Bruegel, hablan de la paradoja de invertir en China y bucean en su mitos y realidades. A su juicio, la duda y preocupación del capital occidental "es real, pero al mismo tiempo, suscita un interés que casi roza lo inusitado".

Porque, pese a las batallas arancelarias de los últimos años, y al daño colateral de la epidemia, los flujos de FDI (Inversiones Extranjeras Directas) continúan con su vigor. En el primer trimestre de este año -último dato contabilizado- aumentó en un 40% respecto al mismo periodo de 2020, con datos de Unctad. Y sus sectores de bienes y servicios han restablecido sus cadenas de valor al calor de las inversiones. Al tiempo que, como reconoce McKinsey, las firmas con mayor influencia global tienen en la actualidad mayor grado de penetración en el mercado chino que en el de EEUU. El gigante asiático "seguirá jugando un papel esencial en el crecimiento de la economía mundial", porque se ha declarado partidario de impulsar reformas estructurales para mejorar su productividad y mantener sus ventajas competitivas más allá de los salarios.

Así se concreta en el plan quinquenal que acaba de echar a rodar. Los economistas de TS Lombard, en la revista financiera Barron's, creen que el retraso en la intervención de las autoridades chinas es un "signo de su desagrado por la situación de Evergrande", pero van a esperar a ver cómo se comporta el presumible descenso inversor en el sector inmobiliario, porque vienen creyendo y pregonando que "un enfriamiento de este mercado no sólo era inevitable, sino también muy conveniente para estabilizar la economía". Aunque pierda fuelle futuro. En Natixis observan la crisis de la inmobiliaria como "una señal de alarma temprana en otros sectores sobre las serias consecuencias de acabar con una política monetaria laxa e iniciar maniobras de encarecimiento del precio del dinero sin el necesario acoplamiento". "La segunda economía está excesivamente apalancada, por lo que no esperamos un fuerte progreso de su PIB; más bien al contrario, se irá ralentizando”.

Axel Botte, estratega global de la gestora Ostrum AM, afiliada de Natixis Investment Managers) se pregunta si será China el cisne negro de 2022. Porque los riesgos crediticios ya no pueden ser ignorados por más tiempo. El preludio de bancarrota de Evergrande hace plantearse preguntas de este cariz. Dado que sus grandes bancos "están expuestos, y otros promotores inmobiliarios están sufriendo ataques en los mercados por una cuestión de mimetismo". Su banco central ha intentado calmar a los mercados inyectando liquidez; pero, a partir de ahora, "va a ser esencial vigilar de cerca el desarrollo de los flujos de capital". Mientras para Gilles Moëc, economista jefe de AXA Investment Managers, cree que "la corrección de los excesos en el sector inmobiliario tendrá consecuencias sistémicas solo si el gobierno chino lo permite", lo que sería consistente con "un cambio hacia una postura de política monetaria acomodaticia y algún aplazamiento en los próximos pasos del impulso regulatorio".

En un clima de desaceleración económica. Como ya se aprecia -dicen en Julius Bär- en la industria manufacturera, en alusión a los datos de agosto y se observará con mayor precisión si la autoridad monetaria hace uso de sus 3,5 billones de dólares de reservas de divisas, las mayores del planeta. Mohamed El-Erian, jefe económico en Allianz, ex CEO en PIMCO y presidente del Comité de Desarrollo Global con Barack Obama en la Casa Blanca, considera que, cuanto menos, la potencial quiebra de Evergrande, unido a la crisis regulatoria que surge en China, "ha agitado ya la percepción inversora en los mercados" del país asiático. En un momento -recuerda- en el que Pekín ha impuesto reglas restrictivas y cambios normativos a una amplia lista de empresas de varios sectores. Desde las tecnológicas, a las educativas o de servicios logísticos de alimentos.

En S&P, desde donde se lanzó la alarma sobre el emporio inmobiliario, auguran que China no rescatará a Evergrande, a menos que provoque un contagio de gran alcance, deteriore ciertos sectores o plantee riesgos estructurales sobre la economía


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