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Clara Benedicto, médica de familia: "He renunciado a mi trabajo. La sensación de no poder más está ahí desde hace meses"

Clara Benedicto. / Fernando Sánchez
Clara Benedicto, médica de Atención Primaria, ha pedido una excedencia por sus condiciones de trabajo. / Fernando Sánchez.

Clara Benedicto es médica de familia en la Comunidad de Madrid. La semana pasada anunció que se pedía una excedencia porque no podía más con la situación de colapso por la que está pasando la Atención Primaria. Renuncia a su puesto: por las duras condiciones de trabajo y por cómo le están afectando psicológicamente, pero también por la frustración que le provoca no poder atender a la ciudadanía como se merece. El desgaste ha sido progresivo pero cuando le gritó a una paciente se dio cuenta de que no podía continuar. Es una de las muchas sanitarias que están renunciando a un puesto y a un trabajo por la precariedad y la falta de organización de las Administraciones. 

¿Cuánto tiempo lleva trabajando en Atención Primaria?

Hice la residencia de 2008 a 2012. A partir de 2012, estuve haciendo suplencias intermitentemente. Entonces había muchísimos más médicos que plazas para cubrir y había bastante precariedad: contratos muy cortos, te daban de baja el viernes para darte de alta el lunes, te pasabas temporadas sin trabajar… Luego, en 2015, aprobé una oposición y me incorporé a la plaza en la que llevo 5 años en el mismo centro de salud de Parla, en la Comunidad de Madrid.

¿Por qué cogió la especialidad de Atención Primaria?

Me parece la especialidad más bonita. Aparte del conocimiento técnico que integra, aporta todo lo que tiene que ver con conocer a las personas, sus trayectorias vitales, su familia… son factores e información que afectan a la salud y modifican cómo es la gente enferma y cómo se pueden curar.

La atención primaria siempre ha estado en unas condiciones un poco regulares. Muy limitada por la precariedad, por la falta de autonomía para hacer todo lo que podríamos, por problemas con hospitalaria o por la burocracia. Sería muy bonito si nos dejaran hacer para lo que nos hemos formado. Está demostrado científicamente que la Atención Primaria mejora la salud de la población y disminuye la mortalidad.

Antes de la pandemia, los sanitarios denunciaban que las condiciones de trabajo ya eran complicadas.

Atención Primaria está mal desde hace muchos años y, además, cada vez peor. Ocurre en toda España, aunque también cambia por comunidades autónomas. Parla, el municipio en el que yo trabajo, tiene una población con un nivel socioeconómico bajo y que sufre los efectos de la desigualdad. Esto tiene un impacto importante en la salud. En Parla hay cuatro centros de salud. Prometieron un quinto centro hace más de 10 años, pero nunca se llegó a construir, como pasa en muchos sitios de la Comunidad de Madrid.

El cupo que yo tengo asignado desde 2015 ha ido entre las 1.750 y las 1.950 personas. La agenda con la que atendíamos a la población era de seis minutos por paciente. En la comunidad este tiempo está entre cinco y siete por lo que entraba en la media y nunca he tenido menos de 40 pacientes por día. La sensación de sobrecarga ha estado siempre, aunque aún más en vacaciones o cuando hay alguna baja sin cubrir. Esto ocurre desde hace mucho tiempo porque hay una dinámica de gestión de recursos humanos que ha cambiado la disponibilidad de médicos. Después de años de maltrato institucional, hay mucha gente que ha repetido el MIR y se ha ido a otra especialidad, que trabaja en Urgencias o se ha ido al extranjero. 

¿Esto cómo se traduce en el tiempo de demora desde que un paciente pide una cita y se le puede dar?

Ha habido momentos 'mejores' en los que he podido dar cita para el día siguiente, que sería lo ideal siempre. Pero hay otros en los que el tiempo de espera aumenta mucho como en las temporadas de gripe y las vacaciones.

En mi caso, yo antes de la pandemia tenía una reducción de jornada y la compañera que cubrió mi reducción de jornada, en febrero, empezó a estar de baja maternal. Durante toda la baja, yo estuve pasando una consulta de cinco días en tres porque su puesto no se cubrió. El tiempo de demora era de dos semanas, entre 10 y 15 días.

¿Y cómo ha cambiado ahora?

Hemos llegado a una agenda de 60 y hasta 70 pacientes. Y, a principios de octubre, el tiempo de espera en mi centro de salud era de una semana, pero con muchas consultas forzadas. Las agendas normales tienen una semana de demora pero si alguien llama con síntomas de covid se forzaba. Esto provoca que las agendas crezcan aún más.

Clara Benedicto: Hemos llegado a una agenda de 60 y hasta 70 pacientes. Y, a principios de octubre, el tiempo de espera en mi centro de salud era de una semana, pero con muchas consultas forzadas. Las agendas normales tienen una semana de demora pero si a
Clara Benedicto: "Hemos llegado a tener una agenda de 60 y hasta 70 pacientes.". / Fernando Sánchez.

¿Su trabajo también ha cambiado por nuevas tareas?

Ha cambiado radicalmente. Desde que se decretó el estado de alarma nos tuvimos que reorganizar muy rápido: cancelar citas presenciales, incorporar la telefónica, abordar enormes listas de espera, hacer circuitos covid, aprender todo lo que se empezaba a saber del virus, leer protocolos que iban cambiando incluso varias veces en la misma semana... Había muchísima información y nos tuvimos que reorganizar con unas indicaciones muy vagas porque las direcciones asistenciales no estaban.

Fue una situación de mucha incertidumbre. Tuvimos cierta autonomía para organizarnos y adaptar nuestro trabajo a las necesidades de la población pero fueron meses muy duros. Además de todo el trabajo nuevo, había compañeros de baja y otros con factores de riesgo que no están trabajando o que solo podían atender telefónicamente. Éramos muy pocos y, encima, se llevaron profesionales a Ifema. Pero entonces teníamos fuerzas y funcionó porque casi todo lo que no era covid desapareció prácticamente del centro de salud.

La puntilla de todo esto fue que, cuando finalizó el estado de alarma, la gente que tenía citas, cirugías o pruebas diagnósticas canceladas o que llevaba meses esperando para poder contar lo que les pasaba, empezaron a venir. En cuestión de semanas nos saturamos al completo: el covid nunca llegó a desaparecer, pero todo lo que era no covid empezó a venir y no tuvimos ninguna ayuda ni refuerzo para atender el exceso de demanda por la pandemia.

Empeoró, aún más, porque seguíamos teniendo bajas y mucha burocracia derivada, por ejemplo, de las bajas, justificantes o evaluaciones de personas especialmente vulnerables que no pueden ir a trabajar. 

Pese a la sobrecarga de trabajo, aún hay personas que dicen que los centros de salud están cerrados.

Uno de los valores fundamentales de la Atención Primaria es la accesibilidad: que la gente quiera una cita con su médica, enfermera o trabajadora social, y la pueda conseguir en un periodo de tiempo razonable. En cierto modo, es verdad que estamos cerrados porque esta accesibilidad no existe y hemos generado un cuello de botella, primero por las circunstancias y luego por falta de previsión y organización, que impide a la gente acceder a los centros de salud. Estamos trabajando muchísimo, por encima de nuestras posibilidades, pero es verdad que no somos accesibles.

La gente más vulnerable es la que no llama y hay que hacer un esfuerzo para atenderles

Nosotros sabemos que hay una ley de cuidados inversos que explica que, la gente que más necesita los cuidados, es la que menos lo recibe. La gente más vulnerable como personas con situaciones socioeconómicas más complicadas, víctimas de violencia de género o migrantes es la que no accede y hay que hacer un esfuerzo para atenderles.

El privilegio de poder estar mucho tiempo en una consulta y de conocer a la gente mejora cualitativamente el trabajo y la calidad de la atención. Eso hace que, cuando llevas un tiempo, conozcas a los más vulnerables y crónicos. Sabes quiénes son los pacientes inmovilizados de los que hay que estar pendiente periódicamente y quiénes son los que necesitan más atención. En la pandemia hay muchos mayores con un miedo muy grande y que, por eso, ni siquiera han consultado a sus médicos. Cuando hay un poco de espacio, intentamos sacar un rato para llamar a estos pacientes de los que hace semanas que no sabes de ellos porque, por no molestar o por miedo, no contactan. Es un trabajo proactivo que es muy importante para poder equilibrar estas desigualdades y vulnerabilidades en la salud.

Clara Benedicto, médica de familia, renuncia a su puesto: 'Es más fácil irte en silencio pero las condiciones de trabajo nos están generando mucho sufrimiento'./ Fernando Sánchez.
Clara Benedicto, médica de familia, renuncia a su puesto: "Es más fácil irte en silencio pero las condiciones de trabajo nos están generando mucho sufrimiento"./ Fernando Sánchez.

La semana pasada renunció a su puesto de trabajo. Anunció que se había pedido una excedencia, ¿en qué momento se dio cuenta de que no podía más?

La sensación de no poder más ha sido muy progresiva y está ahí desde hace muchos meses. En mi centro de salud hay muy buen equipo, nos hemos comunicado bien y cuidado mutuamente. Hemos hablado mucho sobre cómo cambiar y mejorar lo que no funcionaba y hemos hecho un montón de propuestas (a algunas nos han dicho que no y a otras ni nos han respondido). Al final ha sido una combinación de la sensación de que no puedo hacer mi trabajo —de que no me están dejando aplicar lo que yo sé de mis pacientes y de esta población para poder mejorar su salud— y de que las condiciones de trabajo acaban generando mucho sufrimiento. Yo sé que lo puedo hacer y no estoy llegando. Esto agobia y empieza a pasar factura. 

En Twitter conté que hubo un momento en el que, tras varias horas con el EPI puesto, una paciente se negó a hacerse una PCR apartando la torunda de su nariz y tirándola al suelo sin querer. Le grité, le eché una buena bronca y le dije que no tenía tiempo para estar con tonterías. No estoy orgullosa y le pedí perdón después pero, más que un punto de ruptura, esto hizo darme cuenta de que esas no eran formas de estar trabajando.

¿Está afectando psicológicamente esta situación a los sanitarios?

No cuento esto por algo personal. Es más fácil irte en silencio, pero es importante reflejar que esto que me está pasando a mí, le está pasando a mucha gente. No es que yo no sepa gestionar el estrés, que sea débil o que yo no tengo herramientas para relajarme. Es un problema estructural que viene desde hace mucho tiempo pero que está en un punto muy crítico.

Cuando yo dije en mi centro de salud que me había pedido una excedencia y que me iba a ir, hubo varias compañeras que me dijeron que qué suerte o que ojalá pudieran hacerlo ellas ya que no pueden por circunstancias personales, laborales o familiares.

¿Este sufrimiento se genera por la sobrecarga de trabajo o por no poder atender a la ciudadanía?

Es una mezcla, pero hay una parte muy importante que viene del no poder atender. Yo no solo creo en la Atención Primaria, creo que los servicios públicos tienen la función de intentar reducir y compensar las desigualdades. De intentar que la vida de la gente sea mejor. Yo trabajo en Atención Primaria porque creo que puedo contribuir a eso desde dentro. No es solo que las condiciones de trabajo sean duras y estresen. Es que esto, que es el corazón y el sentido de la Atención Primaria no lo puedes hacer y ves, además, que se toman direcciones en el sentido contrario. Es tremendamente frustrante.

¿Es un proceso de desmantelamiento de la Atención Primaria?

La Comunidad de Madrid es la comunidad autónoma que, por porcentaje del PIB, menos invierte en Atención Primaria en toda España. Además, va disminuyendo. Y, cuando disminuye el gasto en sanidad pública, lo que vemos es que lo hospitalario se mantiene, o incluso sube en algunos momentos, mientras que para la primaria (y el resto de servicios comunitarios como los sociales o Salud Pública) no deja de bajar. 

Globalmente hay un escaso interés por financiar la sanidad pública como se necesita y como se merece pero, dentro de la sanidad pública, hay un 'hospitalocentrismo' en cuanto a lo que se financia, lo que sale en los medios y lo que tiene el glamur y el foco. Todos los temas comunitarios, que no son tan vendibles ni fáciles de transmitir, tienen menos financiación y están más menospreciados. 


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