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Elías Taño: "Hay una censura invisible y silenciosa"

Elías Taño en una entrevista para 'Público'.
Elías Taño en una entrevista para 'Público'. JOAN CANELA

Elías Taño es ilustrador, diseñador gráfico y muralista, reconocido por su compromiso político. Ahora salta de la calle y los movimientos sociales a los museos, con la participación en dos exposiciones colectivas: "Coronacrisi i cultura", en el Centre Cultural La Nau, y otro en el proyecto "Cultura Online", del Consorci de Museus de la Comunitat Valenciana

Después de años pintando en la calle y en espacios alternativos, ahora entra en los museos.

Bueno, no es una cosa que me tomo como ¡Uau! ¡Estoy en un museo! No era un objetivo en si mismo pero está bien porque en cierta forma indica que algo se está moviendo, que cada ves es más posible una estética más vinculada a lo político.

¿Cómo se entra en los museos?

Es curioso, pero no he sido consciente de esto, yo creo que tiene que ver sobre todo con las redes humanas que se establecen de forma muy fácil, muy natural, en València. Esta es una pequeña-gran ciudad donde nos conocemos todos, los de diferentes oficios gráficos y también quienes militamos, y hace posibles conexiones bonitas. Y así he entrado yo supongo.

De exponer sus obras en los muros o en camisetas a exponerlas en museos ¿ha notado un cambio en la percepción de la gente sobre su obra? ¿De pronto se le valora más?

No lo sé. No creo que el artista sea muy consciente de esto. Yo soy muy stajanovista. Dibujo mucho, creo mucho, colaboro con muchos proyectos políticos, pero no sé que percepción se tiene de mi trabajo. Quizás sí, pero es solo una sensación, que veo un poco más de reconocimiento hacia artistas comprometidos políticamente, como el caso de Cristina Morales en literatura, por ejemplo.

En una entrevista, el filósofo César Rendueles me decía que los espacios más radicales hoy en día son las bienales y los museos de arte contemporáneo y que esto era un desastre porque suponía la elitización del discurso anticapitalista.

Es un riesgo muy grande. Es una institución donde estás muy cómodo, donde te sientes escuchado, tienes tu público... Pero tienes que ir con pies de plomo porque es muy fácil quedar aislado en estos espacios, en discursos muy intelectuales que a la hora de la verdad no le dicen nada a la gente. Pero al mismo tiempo todos los espacios son espacios en disputa y hay que hacer esto: estar ahí y disputarlos.

Pero la significación política también tiene sus riesgos. El caso más extremo es el de Valtonyc, pero también Willy Toledo, que ha sufrido un intenso boicot o tus obras han sido censuradas.

Bueno, quizás por no tener la visibilidad de estos casos, la censura no ha sido muy dura conmigo, pero sí que la he tenido. Cuando me posicioné contra la condena a los chavales de Altsasu se me cayeron muchos proyectos importantes con marcas o galerías, además del vacío de la administración. Es una censura invisible y silenciosa. No te censuran directamente, simplemente te alejan.

Pero aun así dibujó un cómic sobre el caso Altsasu.

Sí, yo he seguido colaborando siempre en este tema, pero ahora que ya está más tranquilo, que la mayoría de chavales ya están en tercer grado, consideré que era importante explicar que pasó, que no caiga en el olvido e impedir que nos roben el relato. Al final, salvaguardar el relato, es una de las responsabilidades del artista que se considera político.

Y la primera edición agotada.

Sí, está funcionando muy bien, aunque soy consciente de la limitación del formato. Yo no abandono el fanzine porque me encanta está subcultura y soy un fetichista del papel, pero soy muy consciente que el espacio en disputa es la calle. Cuando intervienes en un grafiti es cuando generas polémica, hay debate, te atacan y censuran, o al revés.

¿El grafiti ha pasado de ser considerado vandalismo a arte?

Depende. Por una parte hay los writers y los tags, que pintan en los trenes y que pertenecen a una cultura urbana determinada y que socialmente siguen siendo vistos como vándalos, aunque yo lo defiendo a ultranza. Por otro lado estamos los muralistas o artistas urbanos que hemos sido validados por el sistema: la crítica, las instituciones, etc. El problema es que se sigue asociando el arte como un valor añadido y lo que no es arte como algo que degrada el entorno. Así, la periferia puede estar llena de grafitis pero el centro urbano no, porque funciona con otras lógicas.

Hay un mural suyo muy conocido en el centro de València.

Sí, es a lo que me refiero. Es un mural con un verso de Estellés: "No ser res si no s'és poble" [No ser nada si no se es pueblo], que no puede ser más comunista. Bueno, pues cada día me etiquetan turistas que se hacen fotos frente al mural. Su mensaje queda totalmente anulado. Los murales le dan valor añadido a una ciudad para el turismo. Es un juego muy peligroso porque es muy fácil que te fagociten.

¿Y entonces hay que dejar de pintar por miedo a que gentrifique?

No claro, que no. Pero yo decidí dejar de pintar en el centro, ahora solo lo hago en las periferias, en centros sociales, locales sindicales, etc. Y además trabajo con implicación vecinal. Mis murales ya no dicen lo que me dicta mi voz interior sino lo que las voces del pueblo dicen. Hacemos talleres donde buscamos el sitio y pensamos el mensaje. Luego yo dibujo en clarito y cada persona rellena un color, después delimito las líneas en negro y de pronto aparece el mural. Es una forma que he encontrado que el arte se mantenga vivo, popular y político, no domesticado.

Recuerda la metodología de la famosa Brigada Ramona Parra de muralistas del Chile de Allende.

Es que es exactamente igual. Nos hemos copiado su metodología y su discurso, que era muy sólido. Y no solo esto, sino que esta técnica les permitía hacer murales muy rápido, porque eran mucha gente, lo que en la época de Pinochet era fundamental.

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