Madrid
Le gusta que le tuteen, porque si no, dice, le hacen mayor. Tiene 86 años, ha superado once operaciones y tres cánceres. A los 12 empezó a trabajar, y hasta el año pasado participó en el Consejo Social y Económico de España. Julián Ariza, el histórico militante de Comisiones Obreras, se planta ante él mismo para escribir sus memorias, tituladas El precio de la libertad. Recuerdos de un antifranquista (Catarata y Fundación 1º de mayo, 2022). En más de 200 páginas relata un camino que no ha sido nada fácil. En estas líneas, el sindicalista habla de sus inicios, sus condenas y encarcelamiento, la llegada de la democracia, el 23F, su expulsión del PCE, el incremento de la reivindicación social de la segunda mitad de la década de los 70, su relación con José María Fidalgo y los pactos actuales entre el Ministerio de Trabajo y la patronal.
Julián, si le digo Comisiones Obreras, ¿qué es lo que primero que se le viene a la cabeza?
Yo siempre hablo de dos comisiones. Primero, las comisiones en minúsculas, que yo viví en 1952, algo que no tenía nada que ver con un sindicato, tan solo era la expresión de esas décadas en las que se producía un enorme vacío de representación en las empresas. Yo, que estaba en Cofares, me ponía de acuerdo con otros tres o cuatro compañeros e íbamos a ver al gerente a hacerle la reclamación correspondiente. Eran cosas sobre las prestaciones de los comedores, salarios, permisos... En aquella época, lo sustantivo era la reivindicación y lo instrumental la denegación de la empresa. Nuestra actividad no respondía a ninguna planificación.
Luego, en los años 60, lo sustantivo empezaron a ser las comisiones; y lo instrumental, la reivindicación, ya ahí sí con unas Comisiones Obreras en mayúsculas. Y eso es lo que se me viene a la cabeza a mí, que llevo 70 años de vida sindical y siempre haber estado ligado a CCOO, desde sus orígenes.
Después de Cofares entró en la fábrica Perkins en 1958, donde conoció a Marcelino Camacho. ¿Cómo fue el génesis de las Comisiones?
Recuerdo que ese año se implantó la ley de convenios colectivos y seguimos mucho las orientaciones que venían desde el PCE, pero también otros sectores como movimientos sociales de la Iglesia. Queríamos utilizar los instrumentos legales del régimen para poder ser elegidos por los trabajadores como sus representantes. Esto no te libraba de la represión, pero sí la dificultaba al haber accedido por una vía legal.
A partir de 1962, tras una huelga minera con mucha repercusión, hubo una orientación de que se debían crear las Comisiones Obreras abiertamente, algo que quería el PCE desde tiempo antes. Así se creó el primer órgano estable, con voluntad de permanencia y la clara idea de servir como instrumento para la defensa de peticiones concretas. Eso es lo que desarrollamos Camacho y yo desde principios de esa década y que, luego, se materializó en una gran asamblea del sector del metal en Madrid, en 1964, donde se constituyó el sindicato como tal, aunque por el momento sin local ni afiliados.
Después llegó a ser condenado por el Tribunal de Orden Público debido a su actividad en el sindicato, primero considerado como organización ilícita y, después, como organización ilegal.
Sí, yo fui procesado y condenado seis veces. Dos de ellas, por delitos de prensa, por unos artículos que publiqué en la revista Juventud Obrera, y en otra ocasión por un telegrama enviado al vicepresidente del Gobierno, por desacato. Aquello fueron condenas menores y multas.
Luego vinieron otros tres procesos en el Tribunal de Orden Público. Ahí me condenaron por manifestación ilegal, al igual que a Camacho, en enero de 1967; después por reunión ilegal al asamblearnos en una iglesia de Orcasitas; y la última condena del Tribunal llegó en octubre de ese mismo año, que me condenó a ocho años de cárcel, de los que cumplí cuatro gracias a un recurso que gané en el Tribunal Supremo, un indulto y la redención de penas por el trabajo.
De estos cuatro años, casi tres estuve en Carabanchel, desde octubre que me detienen hasta mayo de 1969. Luego pasé a Segovia unos nueve meses. De allí fui al hospital penitenciario de Yeserías por una enfermedad que contraje en prisión y, al final, volví a Carabanchel.
Por otra parte, dedica un capítulo de sus memorias al golpe de Estado de Tejero, el 23 de febrero de 1981. No le voy a preguntar dónde estaba entonces, sino qué sintió e hizo cuando se enteró de lo que sucedía en el Congreso de los Diputados, sobre todo al ser secretario de Organización del sindicato.
Aquello es inolvidable. Sentí mucha preocupación, pero de alguna manera había que aguantar el tipo. Estaba en la sede y tuve la suerte de que un periodista me llamó desde Prado del Rey para contarme lo que estaba viendo por la cámara que seguía encendida en el Congreso. Me contó los tiros, los empujones y cómo Carrillo, Suárez y Gutiérrez Mellado se quedaron en sus asientos.
Julián Ariza: "El 23F sentí mucha preocupación, pero de alguna manera había que aguantar el tipo"
Llegó un momento en que tuve que colgar porque había que pasar a la acción. Pedí que algunos compañeros que estaban en la sede se fueran a casa y protegí los archivos de los nombres de dirigentes y cuadros del sindicato. Me quedé con algunos más en la sede y recuerdo que un tal San Martín, de El País, me llamó para ver si podíamos proporcionar una serie de afiliados para repartir el periódico, y ya había empezado a organizarlo cuando al final me dijeron que no hacía falta, que lo harían sus propios empleados. También hablamos con UGT sobre la posibilidad de convocar una huelga, pero pensamos que era inviable sin conocer aún la dimensión del golpe.
Desde 1963 fue militante del Partido Comunista, en la clandestinidad, hasta que le expulsaron en 1985, ya en democracia. ¿Qué ocurrió?
Se dieron unas tensiones internas muy fuertes ligadas al comunismo internacional. Nosotros no veíamos con buenos ojos la evolución de la URSS, sobre todo desde la invasión de Checoslovaquia. Ahí es cuando emerge el eurocomunismo, encabezado por Santiago Carrillo. Así, se dio un sector prosoviético y otro que se decía renovador, pero que solo quería quitar a unos para ponerse ellos. Todo eso creó una serie de diferencias que, unidas a las campañas anticomunistas de la época, terminan con una enorme crisis, cuando el PCE saca solo cuatro diputados en 1982.
Después vino la dimisión de Carrillo y la llegada de Gerardo Iglesias, que empezó con una trayectoria en la que no coincidíamos. Eran momentos de gran tensión interna, porque Iglesias había ganado en el Congreso de Comisiones por el 51% frente al 49% de Carrillo. Después de todo, nos expulsan y creamos el Partido de los Trabajadores de España para después decidir disolvernos y acordar con el PSOE entrar como corriente, a pesar de no ser socialistas ni socialdemócratas, sino eurocomunistas.
Usted llegó a ser vicepresidente del Consejo Económico y Social (CES) de España, un órgano consultivo del Gobierno del que formaba parte dado su cargo en CCOO. Su etapa allí terminó el año pasado. ¿Cómo lo vivió?
En el CES estuve desde 1997, fui cuatro veces vicepresidente y en un periodo de 2020, presidente en funciones. Representaba a mi organización con 86 años, me daba hasta vergüenza, pero me funciona bien la cabeza y, según dicen, he ejercido un papel aceptable en el consejo.
Ha sido una experiencia muy rica gracias a la cual he podido ver lo que nos unía. En el CES se tenía la idea de la eficiencia, de que lo que hiciéramos dependía mucho del consenso a alcanzar en su interior. Es una voluntad de entendimiento de diálogo institucionalizado muy necesaria.
También estuvo adjunto a la secretaría general del sindicato durante el mandato de José María Fidalgo (2000-2008). Si busca su nombre en Wikipedia, los primeros párrafos parecen no hablar muy bien de él: es favorable al uso civil de la energía nuclear, participó en seminarios de la Fundación FAES, en 2011 pidió el voto para UPyD en la presentación de sus candidatos a la Asamblea de Madrid y, en septiembre de ese mismo año, manifestó sus coincidencias con el programa social del PP en un foro del mismo partido político.
Yo tengo una buena opinión de Fidalgo, del que fui adjunto ocho años. Le decía, como compañero con buena relación personal, que determinados gestos se los podía ahorrar porque no serían bien entendidos en el sindicato. Él me contestaba que si un secretario general de Comisiones en un país democrático y abierto era invitado por un partido de derechas para dar su opinión, su deber, si la tenía, era manifestarla. Sí es verdad que en algún momento te puedes ahorrar alguna declaración, en eso Fidalgo era muy valiente y algo temerario, pero yo siempre digo que era un hombre de izquierdas a pesar de la izquierda.
Julián Ariza: "Ni la derecha es la perversión ni la izquierda es la excelencia"
Esto último lo digo porque hubo un tiempo en que no notabas mucho la diferencia entre izquierda y derecha, aunque quizá los primeros estuvieron más pendientes de derechos civiles. Yo tengo clara la diferencia entre ambos, pero no tengo sectarismo. Ni la derecha es la perversión ni la izquierda es la excelencia, porque no es así, aunque yo me identifique con los valores de la izquierda, que es lo que he hecho toda mi vida.
Hace tiempo expresó a Público que recordaba bien algunos datos, como los 40.000 conflictos laborales que se registraron en 1976 o los 180 millones de horas de huelga que se contabilizaron en 1979. Son cifras muy alejadas de las actuales. ¿Qué ha pasado en estas décadas de democracia?
Franco muere en noviembre de 1975, así que la convulsión social del año siguiente es total. En ese tiempo, el presidente era Arias Navarro, que quiso hacer un franquismo sin Franco, lo que significaba la continuidad de algo contra lo que ya luchábamos. Recuerdo enero de 1976, cuando me detuvieron en Getafe por impulsar una movilización. Se daba un sinfín de huelgas que se extendían por el resto del Estado.
Esos años se produjo una política continuista hasta que la democracia se consolida en 1978, con la Constitución. Aquello nos exigió mucho esfuerzo en la movilización, incluso fue determinante para la legalización del PCE después de la matanza de los abogados de Atocha. El otro ejemplo, 1979, se relaciona con un decreto de topes salariales en una fase de ascenso del movimiento obrero, por eso se llega a batir el record histórico en número de horas de huelga.
Las cosas han ido mejorando, que a veces no lo valoramos. Si se comparan los datos del inicio de la Transición de lo que era la renta por habitante, el gasto público en protección social, la situación de la mujer, el acceso a la universidad... Todo eso ha mejorado. España, a trancas y barrancas, ha mejorado desde la Transición, por eso hay menos tensión social, menor motivo para el conflicto. Además, se ha institucionalizado el diálogo social con una serie de acuerdos. No es que seamos distintos a los de entonces, es que el marco ha cambiado tanto que nosotros también hemos cambiado con él. Eso no quita que haya habido momentos de excesivo relaje por parte del sindicato.
Justo que ahora habla de acuerdos, Comisiones Obreras es un sindicato de concertación que ha estrechado relaciones con el actual Gobierno, en concreto con la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz. Ella ha sido impulsora de grandes pactos como la subida del salario mínimo o la reforma laboral, también con el beneplácito de la patronal. ¿Lo que es bueno para el empresariado puede ser bueno para los y las trabajadoras?
Pues depende de si lo que se obtiene beneficia a todos. Un ejemplo muy próximo y poco valorado por la sociedad es el tema de los ERTE, una idea que parte de CCOO, planteada a la patronal y UGT y que llegó al Gobierno, con la que todos estuvimos de acuerdo. Eso ha permitido que se salvaran cientos de miles de puestos de trabajo.
Julián Ariza: "Cuando hay mucha gente que no valora el papel de los sindicatos en la regulación de las condiciones de los trabajadores, se produce una cierta debilidad en las negociaciones"
Un convenio colectivo, por ejemplo, es un acuerdo entre empresarios y trabajadores que, por unas circunstancias, le viene bien a los dos. Habrá aspectos en los que no estén de acuerdo, como los salarios, pero ahí también tiene que ver la correlación de fuerzas. Cuando hay mucha gente que no valora el fundamental papel de los sindicatos en la regulación de las condiciones de vida de los trabajadores, incluso los denigra, se produce una cierta debilidad en las negociaciones.
Por último, Julián, escribe sus memorias a los 87 años. Desde luego, tiene mucho que contar, ¿pero por qué ahora?
He vivido demasiadas cosas, y casi siempre he tenido la suerte de vivirlas en la dirección de CCOO y el partido. Muchas han sido muy gratificantes, pero otras tantas bastante desagradables, como los enfrentamientos internos entre comunistas de los que hemos hablado antes y que de alguna manera se manifestaron en la estructura de las dos organizaciones. Eso es tan desagradable que no quería recordarlo, pero ahora está ya superado. Todos hemos madurado y al final, el año pasado, decidí hacer caso a la propuesta de dejar por escrito todas las cosas que ahora comento contigo, todas estas experiencias.
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