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Hoy es el futuro

Inteligencia artificial Nuria Oliver: "Los jóvenes se sienten solos pese a ser la generación más conectada"

Nuria Oliver, ingeniera de telecomunicaciones especializada en inteligencia artificial, es la comisionada de la Generalitat Valenciana para el coronavirus. / ESTHER PÉREZ BROTO
Nuria Oliver, ingeniera especializada en inteligencia artificial, es la comisionada de la Generalitat Valenciana para el coronavirus. / ESTHER PÉREZ BROTO

El currículo de Nuria Oliver (Alicante, 1970) es apabullante. Ingeniera de telecomunicaciones por la Universidad Politécnica de Madrid y doctora por la Media Lab del Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT), ha recibido tantos premios y reconocimientos que no le caben en la vitrina.

Experta en inteligencia artificial, ha estudiado los modelos computacionales de comportamiento humano, la interacción entre las personas y las máquinas, y el big data, algo que no extraña por la profusión de datos e información que destila durante la entrevista. Oliver, quien alterna su clase magistral con una ristra de respuestas barnizadas de humor, ha trabajado en reconocidas empresas de informática y telecomunicaciones, aunque ahora ejerce como comisionada de la Generalitat Valenciana para la covid-19.

¿Su misión? Analizar datos para poder tener una panorámica clara de la pandemia del coronavirus y ayudar así a los dirigentes políticos en la toma de decisiones. Toma el testigo del guionista y escritor Bob Pop en la serie de entrevistas Hoy es el futuro, donde más que de la España que viene reflexiona sobre el futuro que nos espera.

Una experta en inteligencia artificial al mando de la lucha contra el coronavirus.

Mi trabajo está conectado con mi actual función: cómo ayudar a concebir que las decisiones públicas sean tomadas basándose en la evidencia y no en intuiciones, intereses políticos e imágenes preconcebidas de una realidad que no es así. Los datos idealmente son un reflejo de una realidad subyaciente, por eso el grupo de trabajo de expertos y expertas que lidero en el marco del Comisionado de la Generalitat Valenciana pretende ayudar a que se adopten las mejores medidas a partir de los datos.

¿Por qué aquí? Porque el interés fue más efusivo por parte de sus autoridades. En primer lugar, el presidente de la Generalitat ha demostrado tener una gran curiosidad intelectual y un interés genuino en basar las decisiones en el conocimiento científico. En segundo lugar, en la creación de nuestro equipo medió una directora general con una mentalidad abierta y moderna. Y en tercer lugar, desde noviembre el Gobierno autonómico publicó la Estrategia en Inteligencia Artificial de la Comunitat Valenciana, que incorpora el uso de la inteligencia artificial en la toma de decisiones públicas.

¿Todos estos cacharros servirán para algo en el futuro? ¿Envejecerán mal los textos narrativos donde se cita a Facebook o a Twitter? Dentro de varias décadas, ¿las nuevas generaciones sabrán lo que es? ¿O les sonará a linotipia, o sea, a un hallazgo arqueológico lingüístico?

Hay que diferenciar entre una aplicación y un servicio concreto y las tecnologías subyacentes en las que se basan. Desde hace unos años, estamos inmersos en la cuarta revolución industrial, que representa un cambio profundo en todos los ámbitos de la sociedad y que conlleva la relación más íntima hasta el momento entre el mundo biológico, físico y digital.

Y está impulsada por disciplinas como la nanotecnología, la biotecnología, la ingeniería genética, la informática cuántica o la inteligencia artificial, cuyo objetivo consiste en construir sistemas computacionales —es decir, sistemas no biológicos— que sean inteligentes tomando como referencia la inteligencia humana.

Aunque su uso cada vez está más extendido, el intento de crear máquinas inteligentes se remonta bien atrás.

Como disciplina, existe desde los años cincuenta, por lo que no es una moda. Ahora bien, en la última década se ha producido la confluencia de tres factores que han impulsado un crecimiento exponencial en la inteligencia artificial. 

En primer lugar, la disponibilidad de cantidades ingentes de datos (el big data), que permiten entrenar modelos muy sofisticados. En segundo lugar, tenemos una gran capacidad de computación a bajo coste que nos posibilita procesar esos datos. Y en tercer lugar, se han desarrollado modelos de aprendizaje complejos —conocidos como modelos de aprendizaje profundo o redes neuronales profundas— que poseen la complejidad necesaria para dar sentido a esos datos.

Por lo tanto, estos tres factores —los datos, la computación y las nuevas arquitecturas— han hecho posible que le hablemos a nuestro móvil y nos entienda, que haya coches sin conductor o que descubramos nuevos fármacos. Todo ello ha convertido a la inteligencia artificial en el gran motor de la cuarta revolución industrial, lo que implica que también sea un gran motor económico.

Realmente, no es una moda, ni algo efímero, sino una disciplina con más de medio siglo de existencia que en la última década ha visto un gran progreso en el éxito de la aplicación práctica para la solución de problemas reales. Las áreas donde más progreso se ha producido son las relacionadas con el análisis de vídeo y de imagen, de audio y de habla, así como de texto. En general, donde haya que buscar patrones en datos no estructurados.

Nuria Oliver, ingeniera de telecomunicaciones especializada en inteligencia artificial, es la comisionada de la Generalitat Valenciana para el coronavirus. / KRISTOF ROOMP
Nuria Oliver, ingeniera de telecomunicaciones especializada en inteligencia artificial, es la comisionada de la Generalitat Valenciana para el coronavirus. / KRISTOF ROOMP

Ya lo saben todos de nosotros… ¿Pero a quiénes aludiría ese plural? ¿Quiénes son ellos? ¿Podría calificarlos de peligrosos?

¿De dónde salen los datos? Pueden ser de muchos tipos y hay muchas maneras de clasificarlos: datos personales —que hacen referencia a alguien y permiten identificarlo— y no personales. En Europa tenemos una regulación de protección de datos (RPGD) para que el ciudadano tenga control sobre ellos. Sin embargo, no se aplica a los datos no personales, que pueden no tener nada que ver con los seres humanos (temperatura del planeta, observaciones astronómicas del universo...) o sí (tráfico en carreteras, uso del metro, aparcamientos libres...).

"El hogar es lo más privado, por eso no tendré un Alexa o un Google Home. No quiero que haya nadie escuchándome en mi casa. El coste es mucho mayor que el beneficio"

Los datos personales pueden dejar de serlo si se agregan muchas cantidades: por ejemplo, el de un solo individuo a toda una ciudad. Un porcentaje muy elevado de datos sobre el comportamiento de cada uno de nosotros es fruto de nuestras interacciones con el mundo digital o con el mundo físico, que dejan una huella digital: por ejemplo, si pago con una tarjeta en una tienda queda un rastro de esa transacción financiera.

La ubicuidad del internet de las cosas, combinado con la ubicuidad de los dispositivos móviles, provoca que haya una explosión de datos sobre el comportamiento humano, que forman parte del core business de las grandes empresas tecnológicas (Google, Facebook, Amazon…), porque gran parte de su modelo de negocio es la publicidad personalizada. Es decir, la monetización de los datos.

¿Es peligroso?

La cuarta revolución industrial está produciendo el fenómeno Winner takes all! Es decir, en determinados sectores hay un oligopolio lo domina, con economías de escala donde muy pocas empresas poseen un porcentaje elevadísimo de un mercado concreto. Ese dominio extremo del mercado —sobre todo, por parte de compañías estadounidenses y chinas— no es positivo en ningún caso. Así, durante la crisis del coronavirus, la bajada de la bolsa de Wall Street ha evidenciado el peso inmenso de las grandes tecnológicas en el stock market [bolsa de valores]. Por tanto, insisto en que ese oligopolio no es positivo para la sociedad.

Además, un factor confluyente es que la inteligencia artificial como disciplina académica también está experimentando el fenómeno del dominio de las grandes firmas tecnológicas, porque grupos enteros de investigación se han marchado de entornos académicos para trabajar en los laboratorios de las citadas compañías. Como tienen muchos datos, permiten llevar a cabo proyectos muy interesantes.

Además, poseen mucha capacidad de computación y les sobra dinero, por lo que pueden ofrecen unos presupuestos que no son viables en un contexto público, donde desgraciadamente las inversiones en investigación han descendido desde la crisis económica.

"El oligopolio de las grandes empresas tecnológicas se está llevando de los centros públicos a los expertos en inteligencia artificial"

No solamente hay un fenómeno comercial de dominancia, sino también intelectual, que tampoco es positivo. Para que te hagas una idea, a finales de los años noventa acudían unas 500 personas a NeurIPS, uno de los congresos mas importantes del mundo en inteligencia artificial. Una cifra considerable para una buena convención científica, pero nada que ver con las 14.500 que acudieron a la última edición, celebrada el pasado diciembre en Vancouver. Pues Google lideraba las publicaciones de artículos y prácticamente doblaba en número a la segunda institución, el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT).

"Estamos perdiendo la habilidad de estar con otras personas física y mentalmente. Los móviles han provocado que ya no sepamos estar solos ni acompañados"

Y, evidentemente, Google no es una universidad, por lo que desde un punto de vista académico resulta negativo, ya que las empresas no son una ONG, sino que tienen intereses económicos y deben responder ante los accionistas y los consejos de administración. Por ello, sería importante equilibrar la balanza para estimular la investigación y la innovación en los entornos públicos, cuyos intereses son diferentes a los privados.

¿Lo aplicaría a las farmacéuticas, las patentes y el precio final del medicamento?

Sí, es otra de las industrias notorias de influencia en la investigación. Y ha habido escándalos de artículos científicos patrocinados por farmacéuticas. Respecto al coronavirus, la inteligencia artificial ayuda al descubrimiento de moléculas que pueden contribuir a diseñar vacunas y fármacos. También a la toma de decisiones médicas: hay algoritmos que detectan la covid-19 a partir de imágenes radiológicas del tórax, lo que mejora los diagnósticos; y hay sistemas que hacen predicciones sobre la probabilidad de que un paciente deba ingresar en la uci en función de su historial médico y su sintomatología.

En mi caso, trabajo con el uso de datos anónimos para ayudar a la toma de decisiones públicas: así podemos predecir cómo puede progresar la pandemia, entender el impacto de la movilidad en su progresión o comprender el sentimiento de la ciudadanía a partir de la encuesta ciudadana Covid19 Impact Survey.

Nuria Oliver, ingeniera de telecomunicaciones especializada en inteligencia artificial, es la comisionada de la Generalitat Valenciana para el coronavirus. / KRISTOF ROOMP
Nuria Oliver, ingeniera de telecomunicaciones especializada en inteligencia artificial, es la comisionada de la Generalitat Valenciana para el coronavirus. / KRISTOF ROOMP

Adiós a tanto cachivache y artilugio: ¿llegará un chip subcutáneo que nos permita, por ejemplo, charlar sin abrir la boca?

Cada vez tendremos una relación más íntima con la tecnología, lo que incluye dispositivos alojados en nuestro cuerpo. Ya los hay con fines médicos, como los marcapasos o los estimuladores del cerebro. Los dos grandes dilemas éticos son cómo defines a un homo sapiens —es decir, ¿cuánta tecnología puede albergar hasta que deja de serlo?— y suplantar habilidades humanas no existentes —por ejemplo, un implante coclear o retinal para permitir que alguien pueda volver a escuchar o a ver—.

"Los ricos podrán convertirse en superhumanos gracias a los implantes tecnológicos. Y aumentará la brecha socioeconómica"

¿Pero qué pasa si en vez de suplir carencias aumentamos habilidades existentes? Bueno, entonces surgiría un tercer dilema: la gran brecha socioeconómica. Quienes tengan dinero podrán aumentar sus habilidades y los que carezcan de él, no. Obviamente, esa brecha ya existe, si bien se amplificará cuando podamos crear superhumanos.

¿Le ha gustado la serie Black Mirror? Ya es presente, ¿pero cuánto hay de futuro?

Sí y no. Me gusta porque toma un concepto o un avance tecnológico y lo lleva a un extremo que muestra un futuro distópico: "¿Qué pasaría si…?". Respecto al futuro, todavía no estamos ahí. Hay capítulos de ciencia ficción, sobre todo los relacionados con la inteligencia artificial, aunque el social scoring [sistema de reputación social] de China me recuerda mucho a un capítulo de Black Mirror.

¿Ese sistema de crédito social chino está inspirado en la serie o al contrario?

Bueno, el capítulo se emitió cuando se dio a conocer la idea en China, mas desconocemos si fue pura coincidencia o si Pekín llevaba mucho tiempo trabajando en ello.

Estamos siendo controlados. ¿En el futuro ni seremos? Entes con capacidad de decisión propia, quiero decir.

Hay un primer paso: monitorizar lo que hacemos. Cuando usas Facebook o las aplicaciones de Google saben cómo te mueves, qué te gusta y qué piensas. Pero eso es simplemente el modelado, luego entra en juego la influencia. Es decir, intentar influir en lo que haces o en lo que vas a hacer, algo que ya sucede. Hablamos de la manipulación subliminal del comportamiento humano, como reflejan los algoritmos de Facebook, la publicidad personalizada, los resultados de búsqueda, qué frases se completan cuando introduzco un término… Eso influye en mi percepción y en mi opinión sobre lo que estoy buscando. No es lo mismo "Trump es… el mejor presidente de EEUU" que "Trump es… el peor", por poner un ejemplo.

¿Qué redes sociales no usa usted y por qué?

Linkedin, por su carácter profesional, y Twitter, porque hay bastante transparencia respecto a otras redes. Todo lo que escriba puede ser leído por todo el mundo. Es decir, hay un alineamiento entre mi expectativa y lo que en realidad sucede, algo que no está tan claro en Facebook, donde se genera una ilusión de privacidad que a lo mejor no existe.

¿La nube es una jaula?

Cuando el contenido está en la nube, es muy conveniente porque puedes acceder a ello desde cualquier dispositivo, pero no está guardado en local, sino en unos servidores que pertenecen a Google, Microsoft, Dropbox, etcétera. Pese a la apariencia, no es gratuito, pues estás pagando por tus datos de alguna manera. En función de los términos y condiciones, podrían estar usándolos para venderte cosas. Quizás no sea una jaula, pero la nube tampoco es blandita y esponjosa. Cuando están ahí, dejas de tener control sobre ellos, de la misma forma que no puedes atrapar ni llegar a una nube atmosférica. Si decide marcharse con tus datos, pues se va y tú te quedas sin ellos… [risas]

¿Qué no le gustaría que supiesen de usted?

Lo más privado es el entorno familiar y el hogar, por eso no tendré un Alexa o un Google Home, pues no quiero que haya nadie escuchándome en mi casa. El coste es mucho mayor que el beneficio. ¿Pero si fuese una persona discapacitada y me resultase útil? ¿Mejoraría mi calidad de vida?

¿Más comunicados, más aislados?

Es justo el título del libro de la profesora Sherry Turkle, Along Together, quien ha estudiado durante décadas la relación entre la tecnología y las relaciones sociales. Nos sentimos solos, pero estamos físicamente uno al lado del otro. Juntos en cuerpo, aunque mentalmente en otro sitio. Por ejemplo, alguien puede no hablar con quien tiene enfrente y mantener conversaciones con treinta personas a la vez.

Nuria Oliver, ingeniera de telecomunicaciones especializada en inteligencia artificial, es la comisionada de la Generalitat Valenciana para el coronavirus. / ESTHER PÉREZ BROTO
Nuria Oliver, ingeniera de telecomunicaciones especializada en inteligencia artificial, es la comisionada de la Generalitat Valenciana para el coronavirus. / ESTHER PÉREZ BROTO

Al mismo tiempo, alguien puede tener muchos amigos, pero estar solo en su casa.

Obviamente. Quizás este dato sea antiintuitivo, pero en la encuesta Covid19 Impact Survey preguntamos sobre el impacto emocional del confinamiento: "¿Ha observado qué determinado aspecto ha tenido un aumento excesivo que podría resultar perjudicial para su salud?". Pues uno de ellos es la soledad. Curiosamente, los índices más elevados corresponden a la gente muy joven (18-20 años) o muy mayor (de 70 para arriba). Es sorprendente que los jóvenes se sientan solos a pesar de ser la generación más conectada que hay. Es más, desde una perspectiva digital, debería ser la que se sintiese menos sola.

Soledad, soledad nuestra, soledad.

Hay dos elementos. En primer lugar, volver a descubrir el saber estar con uno mismo, que no quiere decir que te sientas solo. Hablo de saber estar sin necesitar estímulos externos, una habilidad que podemos estar perdiendo. Y, por otra parte, también estamos perdiendo la habilidad de estar con otros, en mente y en cuerpo.

Sin embargo, no hemos evolucionado así como especie. El ser humano es una especie social que necesita la interacción con el prójimo para poder funcionar y esa ha sido precisamente una de las claves de nuestro éxito: saber organizarnos en grupos de más de diez individuos, algo que ha sido crucial para el homo sapiens.

"Los mensajes de texto y los chats empobrecen y malinterpretan la comunicación entre la gente"

No obstante, esas habilidades ahora están sufriendo la interferencia de la existencia ubicua del móvil, que nos hace estar en otro sitio. Ni sabemos estar solos ni acompañados. O sea, no sabemos mantener una conversación con otra persona sin distracciones o interrupciones permanentes del móvil.

¿Son tan listos los teléfonos inteligentes?

Definamos inteligente... Lo son mucho más que hace diez años, porque si les hablas más o menos te entienden. Son unos miniordenadores de bolsillo, pero obviamente aun les queda mucho recorrido para alcanzar la inteligencia humana.

¿Qué fue de Flora Davis?

La comunicación no verbal es clave en la comunicación humana. Puede llegar a ser el 80% de la comunicación, que se pierde cuando usamos la tecnología, sobre todo si nos limitamos a mandar mensajes de texto sin escuchar el tono de voz, ni ver los gestos, las expresiones faciales, ni la distancia corporal.

"Me gustaría viajar en el tiempo para dar más visibilidad al papel que han jugado las mujeres en la historia, que parece que la han construido los hombres"

La habilidad para interpretar la comunicación no verbal y para poder emitirla son de nuevo claves en nuestra definición y evolución como especie. Me preocupa que podamos estar perdiendo esa habilidad por limitarnos a una comunicación tan empobrecida como la que se realiza mediante mensajes de texto. Por eso son tan habituales los malentendidos: tú escribes algo en tono jocoso y el otro lo interpreta como un insulto...

¿Desearía volver atrás en el tiempo? No al tamtán ni a las señales de humo, pero sí a… No sé, ¿al telégrafo?

Me gustaría viajar en el tiempo para dar más visibilidad al papel que han jugado las mujeres en la historia, que parece que la han construido los hombres. Sin embargo, no me gustaría ser otra persona ni vivir en otra época. Soy bastante optimista y realista. Nosotros escribimos nuestro propio futuro y debemos sentirnos empoderados para decidir como sociedad a dónde queremos ir. Solo pienso en tiempo pasado para reivindicar el papel de las mujeres [risas].

Por cierto, ¿en su vida ha tenido más móviles que premios y reconocimientos? Supongo que debió comprarse una vitrina…

No [carcajadas]. No he tenido más móviles que reconocimientos, porque piensa que me han dado como treinta premios… [risas]

¿Accedería a prestarme durante un minuto el catalejo por el que otea el futuro?

¡Claro que sí! ¡Encantada! Pero luego me cuentas lo que ves, ¡eh! [carcajadas].

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